Aborto

La Iglesia Católica condena el aborto directo como un grave mal moral, considerándolo la interrupción deliberada y directa de una vida humana desde la concepción hasta el nacimiento. Esta enseñanza se basa en la creencia de que la vida humana es sagrada e inviolable desde el momento de la concepción, y que todo ser humano tiene derecho a la vida. La postura de la Iglesia sobre el aborto ha sido constante a lo largo de su historia y está arraigada en la ley natural, la Sagrada Escritura y la Tradición, siendo reafirmada por el Magisterio pontificio y conciliar. Aquellos que procuran o cooperan formalmente en un aborto incurren en la pena canónica de excomunión latae sententiae.
Tabla de contenido
La Enseñanza Católica sobre el Aborto
Desde el primer siglo, la Iglesia ha afirmado el mal moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza ha permanecido inmutable e inalterable1,2. El aborto directo, entendido como aquel aborto querido «como fin o como medio»2, es gravemente contrario a la ley moral2. El Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes, condenó explícitamente el aborto y el infanticidio como «crímenes abominables»1,2. La vida debe ser protegida con el máximo cuidado desde el momento de la concepción1,2.
La gravedad moral del aborto provocado radica en que constituye el asesinato deliberado y directo de un ser humano en la fase inicial de su existencia, desde la concepción hasta el nacimiento3. No se puede imaginar a nadie más inocente que el ser humano que es eliminado3.
Inviolabilidad de la Vida Humana
La doctrina católica sostiene que la vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, incluyendo la fase inicial que precede al nacimiento4. Todos los seres humanos, desde el vientre materno, pertenecen a Dios, quien los conoce y los forma4. Esta convicción se apoya en pasajes de la Escritura que muestran un gran respeto por el ser humano en el seno materno, extendiendo lógicamente el mandamiento «No matarás» al niño no nacido4. Por ejemplo, Jeremías 1:5 dice: «Antes de formarte en el vientre, ya te conocía; antes de que nacieras, ya te había consagrado»1. Asimismo, el Salmo 139:15-16 afirma: «Mi estructura no te era desconocida, cuando fui formado en lo secreto, tejido en lo más profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión»1,4.
La Declaración sobre el Aborto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1974) subraya que las diversas opiniones históricas sobre el momento exacto de la infusión del alma espiritual nunca generaron dudas sobre la ilicitud moral del aborto5,6. Incluso en la Edad Media, cuando se pensaba que el alma espiritual no estaba presente hasta después de las primeras semanas, el aborto provocado siempre se consideró una falta objetivamente grave5,6.
Continuidad de la Enseñanza Eclesial
La Tradición Cristiana ha sido clara y unánime, desde los primeros tiempos hasta la actualidad, en describir el aborto como un desorden moral particularmente grave4. Las primeras comunidades cristianas se opusieron radicalmente a las costumbres greco-romanas del aborto y el infanticidio4. Escritos antiguos como la Didaché condenan explícitamente: «No matarás al embrión por aborto ni harás perecer al recién nacido»1,2.
Diversos Papas y Concilios han reafirmado consistentemente esta doctrina:
El Papa Esteban V declaró: «Asesino es aquel que por aborto causa la perdición de lo que ha sido concebido»5,6.
Santo Tomás de Aquino enseñó que el aborto es un pecado grave contra la ley natural5,6.
Pío XI, en la encíclica Casti Connubii, rechazó las justificaciones del aborto7.
Pío XII excluyó todo aborto directo, ya sea como fin o como medio5,6,7.
Juan XXIII recordó el carácter sagrado de la vida «que desde su comienzo exige la acción de Dios Creador»5,6.
El Concilio Vaticano II condenó severamente el aborto y el infanticidio como «crímenes abominables»1,2,5,6,7,3.
Pablo VI, en la encíclica Humanae Vitae (1968), declaró que la interrupción directa del proceso generativo y, sobre todo, «todo aborto directo, incluso por razones terapéuticas, deben ser absolutamente excluidos como medios lícitos de regular el número de hijos»8. Reafirmó que la enseñanza de la Iglesia sobre este tema «no ha cambiado y es inmutable»5,6,7.
San Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium Vitae (1995), reafirmó con la autoridad de Cristo que el aborto directo, ya sea querido como fin o como medio, «constituye siempre un grave desorden moral, ya que es la eliminación deliberada de un ser humano inocente»7. Ninguna circunstancia, propósito o ley puede hacer lícito un acto intrínsecamente ilícito7.
El Magisterio Pontificio reciente ha reafirmado vigorosamente esta doctrina común7.
La Excomunión por Aborto
La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha impuesto sanciones penales a los culpables de aborto7. El Código de Derecho Canónico establece que «quien procura un aborto obteniéndolo, incurre en excomunión latae sententiae»1,7. Esta excomunión se aplica «por el hecho mismo de cometer el delito»1 y afecta a todos aquellos que cometen este crimen con conocimiento de la pena, incluyendo a los cómplices sin cuya ayuda el crimen no se habría cometido7. El propósito de esta sanción es hacer que el individuo sea plenamente consciente de la gravedad del pecado y fomentar una conversión y arrepentimiento genuinos7.
Contexto Social y Legal del Aborto
La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos ha rechazado decisiones judiciales que no protegen el derecho a la vida del niño no nacido, afirmando que ninguna corte, cuerpo legislativo o líder de gobierno puede legítimamente asignar menos valor a alguna vida humana9. Las leyes que permiten el aborto son consideradas inmorales y contrarias al plan de Dios y a la Ley Divina que prohíbe la destrucción de la vida humana en cualquier punto de su existencia9.
En la sociedad actual, la percepción de la gravedad del aborto se ha oscurecido progresivamente3. La aceptación del aborto en la mentalidad popular, en el comportamiento e incluso en la ley misma, es un signo de una peligrosa crisis del sentido moral3. Se ha generalizado el uso de terminología ambigua, como «interrupción del embarazo», que tiende a ocultar la verdadera naturaleza del aborto y a atenuar su gravedad en la opinión pública3. Sin embargo, ninguna palabra tiene el poder de cambiar la realidad de las cosas: el aborto provocado es el asesinato deliberado y directo de un ser humano en la fase inicial de su existencia3.
La Visión de la Iglesia sobre la Regulación de la Natalidad
La Iglesia Católica enseña que la transmisión de la vida humana es un rol muy serio en el que los cónyuges colaboran libre y responsablemente con Dios Creador10. La Humanae Vitae (1968) de Pablo VI aborda la cuestión de la procreación humana, considerando al hombre en su totalidad, tanto en sus aspectos naturales y terrenales como en sus aspectos sobrenaturales y eternos11.
Aunque la Iglesia condena los métodos artificiales de control de la natalidad y el aborto directo8, no prohíbe la regulación de la natalidad por razones graves y bien fundadas, siempre que se haga respetando los métodos naturales12. Si existen razones fundadas para espaciar los nacimientos, derivadas de la condición física o psicológica de los cónyuges, o de circunstancias externas, la Iglesia enseña que los matrimonios pueden aprovechar los ciclos naturales inherentes al sistema reproductivo y tener relaciones conyugales solo durante los períodos infértiles12. Esto permite controlar la natalidad de una manera que no ofende los principios morales12.
La Iglesia alaba la aplicación de la inteligencia humana para dirigir las fuerzas de la naturaleza hacia fines beneficiosos para el hombre, pero siempre dentro de los límites del orden de la realidad establecido por Dios12. Los cónyuges no son dueños de las fuentes de la vida, sino ministros del designio establecido por el Creador13. El hombre no tiene dominio ilimitado sobre su cuerpo ni sobre sus facultades sexuales, que por su naturaleza están concernidas con la generación de la vida, de la cual Dios es la fuente13.
Conclusión
La enseñanza de la Iglesia Católica sobre el aborto es clara e inmutable: la vida humana es sagrada desde la concepción hasta la muerte, y el aborto directo es un crimen abominable1,2,3. Esta postura se fundamenta en la ley divina, la ley natural y la constante tradición de la Iglesia7. La excomunión por aborto busca subrayar la extrema gravedad de este acto y fomentar la conversión7. Al mismo tiempo, la Iglesia promueve una visión de la vida y la procreación que respeta el don de la vida y la dignidad inherente de cada ser humano, ofreciendo su guía moral para la regulación de la natalidad en fidelidad al plan de Dios13,12.
Citas
Congregación para la Doctrina de la Fe. Aclaración sobre el aborto procurado (2009). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10
I. El respeto de la vida humana, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2271 (1992). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
Capítulo III - No matarás - La santa ley de Dios - «tus ojos veían mi embrión» (Sal 139, 16): El crimen inefable del aborto, Papa Juan Pablo II. Evangelium Vitae, § 58 (1995). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
Capítulo III - No matarás - La santa ley de Dios - «tus ojos veían mi embrión» (Sal 139, 16): El crimen inefable del aborto, Papa Juan Pablo II. Evangelium Vitae, § 61 (1995). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Declaración sobre el Aborto, § 7 (1974). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Declaración sobre el aborto procurado – Quaestio de abortu, § 7 (1974). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
Capítulo III - No matarás - La santa ley de Dios - «tus ojos veían mi embrión» (Sal 139, 16): El crimen inefable del aborto, Papa Juan Pablo II. Evangelium Vitae, § 62 (1995). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13
Métodos ilegítimos de regulación de la natalidad, Papa Pablo VI. Humanae Vitae, § 14 (1968). ↩ ↩2
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Mensaje Pastoral del Comité Administrativo, § 1. ↩ ↩2
Papa Pablo VI. Humanae Vitae, § 1 (1968). ↩
II. Principios doctrinales, Papa Pablo VI. Humanae Vitae, § 7 (1968). ↩
Recurso a los períodos infecundos, Papa Pablo VI. Humanae Vitae, § 16 (1968). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5
Fidelidad al designio de Dios, Papa Pablo VI. Humanae Vitae, § 13 (1968). ↩ ↩2 ↩3