Albigenses

Los albigenses fueron una secta neomaniquea prominente en el sur de Francia durante los siglos XII y XIII, considerada por la Iglesia Católica como una herejía radical debido a su dualismo doctrinal. Creían en la existencia de dos principios opuestos: uno bueno, creador del mundo espiritual, y otro malo, responsable del mundo material. Esta creencia influyó en su moral, que rechazaba el matrimonio, la procreación y la carne, y llevó a la Iglesia a adoptar medidas severas, incluyendo la Cruzada Albigense y la Inquisición, para contrarrestar su propagación.
Tabla de contenido
Origen y Nomenclatura
El nombre «albigenses» proviene de Albi (en latín, Albiga), la actual capital del Departamento de Tarn en Francia. Esta denominación, otorgada por el Concilio de Tours en 1163, se popularizó a finales del siglo XII y se aplicó durante mucho tiempo a todos los herejes del sur de Francia1. Aunque a menudo se les conocía como cátaros (del griego katharos, que significa «puro» o «puritanos»), los albigenses eran en realidad una rama específica del movimiento catárico más amplio1,2.
La aparición y difusión de sus doctrinas en el sur de Francia se vieron favorecidas por diversas circunstancias. Entre ellas se incluyen la fascinación por el principio dualista, la pervivencia de elementos doctrinales judíos y musulmanes, la riqueza y el estilo de vida de los habitantes de Languedoc, el desprecio hacia el clero católico (a menudo criticado por su ignorancia y vida mundana), la protección de gran parte de la nobleza y la mezcla de aspiraciones nacionales con sentimientos religiosos1.
Principios Doctrinales
El núcleo de la doctrina albigense era un dualismo fundamental: la afirmación de la coexistencia de dos principios eternos mutuamente opuestos: uno bueno y otro malo1,2.
El Principio Bueno y el Principio Malo
El Principio Bueno era considerado el creador del mundo espiritual1,2.
El Principio Malo era visto como el creador del mundo material y la fuente de todo mal1,3. A él se le atribuían fenómenos naturales como el crecimiento de las plantas, terremotos y desórdenes morales como la guerra. También era considerado el creador del cuerpo humano y el autor del pecado, que, según ellos, surgía de la materia y no del espíritu1.
Los albigenses atribuían, parcial o totalmente, el Antiguo Testamento al principio malo, mientras que el Nuevo Testamento era visto como la revelación del Dios benéfico1. Creían que el principio bueno era el creador de las almas humanas, las cuales fueron engañadas para abandonar el reino de la luz y quedaron aprisionadas en cuerpos materiales por el principio malo1.
Cristología y Salvación
Respecto a Jesucristo, los albigenses sostenían que, aunque muy perfecto como el Espíritu Santo, era una mera criatura. Negaban que hubiera tomado un cuerpo humano genuino, pues esto lo habría puesto bajo el control del principio maligno. En su lugar, creían que su cuerpo era de esencia celestial y que había penetrado en el oído de María. Su nacimiento y sufrimiento eran solo aparentes, y su redención no era operativa, sino meramente instructiva1.
La salvación, según ellos, no se obtenía mediante los sacramentos católicos, sino a través de una ceremonia propia conocida como el consolamentum, o «consolación». Este rito purificaba el alma de todo pecado y aseguraba su retorno inmediato al cielo. Rechazaban la resurrección del cuerpo, ya que consideraban que toda carne era inherentemente mala1. También creían en la metempsicosis o transmigración de las almas, una consecuencia de su rechazo al purgatorio1.
Moral y Prácticas
La moral albigense se basaba directamente en su dualismo. Enseñaban que el ser humano es una contradicción viviente, y el verdadero fin de la existencia era la liberación del alma de su cautiverio en el cuerpo1.
Rechazo de la Materia y la Procreación
Suicidio: Consideraban el suicidio encomiable como un medio para alcanzar la liberación del alma, practicándolo a menudo en la forma de endura (muerte por inanición)1.
Chastidad y Matrimonio: La generación era aborrecida, incluso en el reino animal, por propagar la esclavitud del alma al cuerpo. Por ello, se imponía la castidad perpetua. El matrimonio era considerado ilícito, y el concubinato era preferible por su naturaleza menos permanente. El abandono del cónyuge era deseable1. Esta postura contrastaba radicalmente con la enseñanza católica sobre el matrimonio, donde, aunque el sacerdocio prohíbe el matrimonio a los clérigos, los fieles laicos pueden alcanzar la felicidad eterna en el estado matrimonial. Para los cátaros, ninguna salvación era posible sin la renuncia previa al matrimonio2.
Alimentación: Se prohibía el consumo de toda carne animal, a excepción del pescado, debido a su creencia en la metempsicosis y el rechazo de la generación1. Complementaban esto con ayunos largos y rigurosos1.
Organización y Ritos
La secta se dividía en dos clases1:
Perfecti (Perfectos): Eran pocos en número y se habían sometido al rito de iniciación, el consolamentum. Estaban obligados a observar una estricta ley moral. Los hombres «perfectos» viajaban de dos en dos realizando la ceremonia de iniciación1.
Credentes (Creyentes): Eran numerosos y su único vínculo con el albigensianismo era la promesa de recibir el consolamentum antes de morir. Podían casarse, ir a la guerra y, en general, observaban los Diez Mandamientos. Muchos permanecían como «creyentes» durante años y solo se iniciaban en su lecho de muerte. Si la enfermedad no era fatal, la inanición o el veneno a menudo prevenían transgresiones morales posteriores1.
La jerarquía albigense incluía obispos y diáconos, siendo los obispos elegidos entre los «perfectos» y teniendo dos asistentes, el filius major y el filius minor1. El consolamentum era un bautismo espiritual por imposición de manos, análogo y equivalente en significado a varios sacramentos católicos (Bautismo, Penitencia, Orden)1. La recepción de este rito, del que se excluía a los niños, solía ir precedida de estudio religioso y prácticas penitenciales, con ceremonias similares al catecumenado cristiano antiguo1.
Respuesta de la Iglesia Católica
La Iglesia Católica consideró el albigensianismo no solo una herejía cristiana, sino una religión extraconsistente que atacaba directamente la doctrina y jerarquía eclesiástica, y que incluso amenazaba la supervivencia de la raza humana debido a sus principios morales sobre la procreación y el suicidio1,2.
Primeras Medidas y Predicación
Desde el siglo XI, la herejía neomaniquea comenzó a manifestarse en Francia, con condenas en concilios como el de Orléans (1022), Arras (1025) y Reims (1049)1,2. En 1145, el Papa Eugenio III envió un legado, el Cardenal Alberico de Ostia, a Languedoc, y San Bernardo secundó sus esfuerzos, aunque su predicación no tuvo efectos duraderos1.
El Concilio de Tours (1163) decretó el encarcelamiento y la confiscación de bienes de los albigenses1. El Tercer Concilio de Letrán (1179) renovó estas medidas severas y exhortó al uso de la fuerza contra los herejes que devastaban la región1.
Con el ascenso del Papa Inocencio III (1198), la labor de conversión y represión se intensificó. Se alentó una austeridad apostólica entre los predicadores católicos, y figuras como Santo Domingo de Guzmán (fundador de la Orden Dominicana) jugaron un papel crucial en la predicación y el establecimiento de congregaciones femeninas para educar a niñas nobles, contrarrestando la influencia herética1.
La Cruzada Albigense y la Inquisición
Ante la inmensa propagación de la herejía, que llegó a infectar más de mil ciudades, Inocencio III pidió al Rey de Francia que utilizara la fuerza en 1207. Su llamado se renovó con la noticia del asesinato de su legado, Pedro de Castelnau (1208), atribuido a Raimundo VI, Conde de Toulouse, quien favorecía a los herejes1.
Esto llevó a la Cruzada Albigense (1209-1229), un conflicto armado liderado inicialmente por barones del norte de Francia. Aunque la Iglesia combatió principios que consideraba destructivos para el cristianismo y la sociedad, hubo excesos lamentables. Se alegó una frase infame: «Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos», en la toma de Béziers, pero se ha demostrado que nunca fue pronunciada1.
Finalmente, el territorio fue cedido al Rey de Francia, y el Concilio de Toulouse (1229) encargó la represión del albigensianismo a la Inquisición, que pasó a manos de los dominicos en 12331. Las penas impuestas a los herejes incluían la confiscación, el exilio y la muerte, lo que refleja la severidad del código penal de la época1,2.
Declive y Desaparición
A pesar de la resistencia, las acciones de la Iglesia y la Corona francesa debilitaron progresivamente el movimiento. En el sur de Francia, el albigensianismo desapareció hacia finales del siglo XIV1. En otras regiones como los Balcanes, donde también se manifestó el catarismo (con los Bogomili en Bulgaria y Bosnia), la herejía persistió hasta la conquista turca en el siglo XV, momento en el que muchos de sus miembros se unieron a la Iglesia Ortodoxa o abrazaron el Islam2.
La supresión del catarismo, aunque a veces cruel en sus métodos, fue vista por muchos historiadores como necesaria para la preservación de la civilización, dado que sus principios (como el rechazo a la procreación y la condena del matrimonio) implicaban la eventual extinción de la raza humana2.
Citas
Albigenses, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Albigenses. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17 ↩18 ↩19 ↩20 ↩21 ↩22 ↩23 ↩24 ↩25 ↩26 ↩27 ↩28 ↩29 ↩30 ↩31 ↩32 ↩33 ↩34
Cátaros, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Cátaros. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9
El concilio sobre el diablo - 3. La aparición de los cátaros (siglos XII y XIII), Congregación para la Doctrina de la Fe. Fe Cristiana y Demonología (1975). ↩