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Arianismo

El arrianismo fue una herejía cristológica del siglo IV que negaba la plena divinidad de Jesucristo, el Verbo de Dios. Su principal proponente, Arrio, sacerdote de Alejandría, sostenía que el Hijo no era coeterno con el Padre, sino una criatura, la primera y más excelsa de todas, pero no Dios por naturaleza. Esta doctrina fue formalmente condenada por el Primer Concilio Ecuménico de Nicea en el año 325 d.C., que afirmó la consubstancialidad (homoousios) del Hijo con el Padre, estableciendo así un pilar fundamental de la teología trinitaria católica. A pesar de su condena, el arrianismo continuó siendo una fuente de conflicto y división en la Iglesia durante varias décadas, influyendo incluso en reinos bárbaros en Occidente, hasta su eventual declive.

Tabla de contenido

Orígenes y Doctrina Arianna

El arrianismo, surgido en el siglo IV, representó un intento de racionalizar el Credo Cristiano al despojar de misterio la relación entre Cristo y Dios1. Arrio (c. 260-336 d.C.), un presbítero de Alejandría, se opuso a su obispo, San Alejandro de Alejandría, al afirmar que «hubo un tiempo en que el Logos no existía»2. Esta premisa fundamental implicaba una negación de la divinidad del Logos por naturaleza, reduciéndolo a una mera criatura, aunque la primera y más eminente de todas, con un estatus divino solo por gracia2.

La teología de Arrio estaba influenciada por el Platonismo Medio, que enfatizaba la absoluta trascendencia de Dios y postulaba dioses inferiores o un demiurgo para mediar entre Dios y las criaturas2. Arrio negaba que el Logos hubiera sido engendrado por el Padre, considerándolo una idea materialista, y argumentaba que una segunda substancia no generada junto al Padre comprometería la unidad de Dios2.

En esencia, la doctrina ariana sostenía que el Hijo era un «segundo Dios» o un «Dios inferior», un ser intermedio entre la Primera Causa y las criaturas1,3. Aunque fue hecho de la nada y creó todas las demás cosas, y existía antes de los mundos, carecía de la perfección que era el fundamento de la deidad1. Solo Dios era ingenerado y sin principio; el Hijo, en cambio, era originado y en algún momento no había existido, ya que todo lo que tiene origen debe comenzar a ser1. Por lo tanto, el arrianismo negaba que el Hijo fuera de la misma esencia, naturaleza o substancia que Dios; no era consubstancial (homoousios) con el Padre, ni semejante a Él, ni igual en dignidad, ni coeterno, ni parte de la esfera real de la Deidad1. El Logos exaltado por San Juan, según Arrio, era un atributo (Razón) de la naturaleza Divina, no una persona distinta1.

El Concilio de Nicea (325 d.C.)

La controversia ariana escaló hasta el punto de requerir una intervención conciliar. El emperador Constantino, buscando la paz religiosa, convocó el Primer Concilio Ecuménico de Nicea en el año 325 d.C.1,4. Aunque inicialmente Constantino consideró la disputa una discusión ociosa de palabras, la gravedad de la cuestión teológica era innegable1.

En Nicea, los Padres conciliares se enfrentaron a la tarea de proteger a los fieles de interpretaciones erróneas y de salvaguardar la doctrina de la plena divinidad de Cristo5. Arrio y sus partidarios fueron una minoría1. La clave para discernir entre la fe verdadera y las ambigüedades arianas fue el término homoousios («de una misma substancia» o «consubstancial»)1. Los Padres recurrieron a la tradición para refutar las innovaciones, y una carta de Eusebio de Nicomedia, negándose a aceptar que Cristo fuera de una misma substancia con Dios, hizo evidente la necesidad de este término como prueba de fe1.

El Credo de Nicea, al declarar que el Hijo es consubstancial con el Padre, repudió explícitamente la posición ariana y afirmó la coeternidad del Hijo con el Padre1,6,3. También se subyugaron anatema contra quienes afirmaran que el Hijo no existió en algún momento, que fue hecho de la nada, que era de una substancia o esencia diferente del Padre, o que era una criatura o mudable1. Aunque el término homoousios no era bíblico, los Padres del Concilio buscaron expresar el auténtico significado de las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre Cristo de manera unívoca y sin ambigüedades3. La definición dogmática de Nicea fue crucial, reconociendo solo dos modos de ser: increado (no hecho) y creado3.

Entre los defensores de la ortodoxia nicena destacó San Atanasio de Alejandría, quien se convirtió en el principal líder de los católicos contra el arrianismo durante casi cincuenta años1.

El Impacto y Desarrollo del Arrianismo Post-Nicea

A pesar de la condena en Nicea y el exilio de Arrio, la herejía no desapareció2,7. Las intrigas cortesanas y el apoyo de influyentes amigos de Arrio, incluida la hermana del emperador Constantino, Constantia, permitieron que la controversia persistiera8. El mismo Constantino, aún catecúmeno y con poca comprensión teológica, influyó en la política religiosa, lo que, según la Enciclopedia Católica, fue una fuente de calamidades para el desarrollo del dogma cristiano1.

Podemos distinguir varias fases en el desarrollo del arrianismo después de Nicea:

Fases del Arrianismo

El Triunfo de Nicea

A pesar de la fuerte oposición y las persecuciones contra los nicenos (ortodoxos), como la sufrida por San Atanasio, la causa de la ortodoxia triunfó1. Los esfuerzos de San Atanasio, junto con San Hilario de Poitiers en Occidente, fueron cruciales para unir a los moderados con los ortodoxos2.

El Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla en el año 381 d.C., aunque sin delegados occidentales, consolidó la victoria nicena. Se redactó un credo que incorporaba las definiciones de Nicea, y la aceptación del Papa y de la Iglesia occidental le otorgó el estatus de ecuménico1. A partir de este momento, el arrianismo perdió su lugar dentro del Imperio Romano1.

Legado y Consecuencias

El arrianismo tuvo un impacto significativo en la historia de la Iglesia:

En su forma original, el arrianismo nunca ha sido revivido1. Aunque figuras como Milton y Sir Isaac Newton fueron influenciadas por tendencias unitarias, estas no se derivaron directamente de la escuela de Antioquía o de los concilios que se opusieron a Nicea1. La controversia ariana, sin embargo, subraya la importancia de la unidad de la fe y la vigilancia de la Iglesia en la salvaguarda de la verdad revelada.

Citas

  1. Arrianismo, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Arrianismo. 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23

  2. Arrianismo, Edward G. Farrugia. Diccionario Enciclopédico del Oriente Cristiano, §Arrianismo (2015). 2 3 4 5 6 7 8 9 10

  3. II. La fe cristológica de los primeros concilios - A. Desde el Nuevo Testamento hasta el Concilio de Nicea, Comisión Teológica Internacional. Cuestiones seleccionadas sobre Cristología, § 2 (1979). 2 3 4 5

  4. El primer concilio de Nicea, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §El Primer Concilio de Nicea.

  5. Capítulo 2. El símbolo de Nicea en la vida de los creyentes: ‘creemos al bautizar y oramos al creer.’ - 3. Profundizando en la predicación y la catequesis, Comisión Teológica Internacional. Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador: 1700º Aniversario del Concilio Ecuménico de Nicea (325-2025) (2025), § 56 (2025).

  6. Papa Pío XI. Quas Primas, § 5 (1925).

  7. Capítulo 21. Lo que el concilio determinó sobre Arrio; la condena de sus seguidores; sus escritos deben ser quemados; ciertos sumos sacerdotes difieren del concilio; el establecimiento de la Pascua, Salámánes Hermias Sozómenos (Sozómeno). Historia Eclesiástica - Rufino de Aquileya, §Libro I - Capítulo 21 (402).

  8. Herejía, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Herejía. 2 3 4

  9. Centro San Pablo de Teología Bíblica. Reseñas de libros (Nova et Vetera, Vol. 5, N.º 4), § 15. 2

  10. Papa Pío XI. Mit Brennender Sorge, § 14 (1937).

  11. Papa León XIII. Tametsi Futura Prospicientibus, § 5 (1900).

  12. Toda verdad revelada, sin excepción, debe ser aceptada, Papa León XIII. Satis Cognitum, § 9 (1896). 2