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Conmiseración

La conmiseración es una virtud teologal y moral fundamental que implica sufrir con el prójimo, compartiendo sus aflicciones y motivando la acción para aliviar su sufrimiento. Se diferencia de la lástima superficial por su profundidad y por la voluntad de involucrarse activamente en la vida del otro. Enraizada en la enseñanza de Jesucristo, especialmente en la parábola del Buen Samaritano, la conmiseración es un reflejo del amor de Dios por la humanidad doliente y se manifiesta en las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, abarcando desde la ayuda material a los pobres hasta el acompañamiento y la consolación de los enfermos y afligidos. Es un elemento esencial de la caridad cristiana y de la auténtica amistad humana, que busca el bien integral del otro y reconoce la dignidad intrínseca de cada persona.

Tabla de contenido

Origen y Significado Teológico

La palabra «conmiseración» deriva del latín cum-passio, que significa «sufrir con». Esta etimología resalta la esencia de la conmiseración como la capacidad de adoptar el sufrimiento del otro como propio1. No se trata simplemente de sentir tristeza por el dolor ajeno, sino de una empatía profunda que lleva a una identificación con la miseria del prójimo. Esta disposición se considera una manifestación de la misericordia divina, de la cual los cristianos están llamados a participar2.

La Conmiseración en las Escrituras

La Sagrada Escritura abunda en ejemplos de conmiseración. Jesús mismo fue el modelo supremo de esta virtud, movido por la compasión ante el sufrimiento humano. Sus curaciones no solo fueron signos del Reino de Dios, sino también expresiones de su profunda identificación con las miserias humanas: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades»3. La parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) es la enseñanza más explícita sobre la conmiseración. El samaritano, a pesar de ser de un pueblo despreciado, se detiene, se involucra, venda las heridas del hombre, lo carga en su cabalgadura y cuida de él, asumiendo el peso del dolor del otro4. Este relato desafía a los oyentes a superar la indiferencia y la prisa que a menudo impiden sentir compasión4,5.

Otro ejemplo bíblico significativo es el del hombre rico y Lázaro (Lc 16, 19-31), donde la indiferencia del rico hacia la pobreza de Lázaro es condenada, ilustrando la falta de conmiseración5,6. La Escritura nos advierte sobre el peligro de que nuestros corazones se endurezcan por una «anestesia espiritual» que nos insensibiliza al sufrimiento de los demás5.

La Conmiseración en la Tradición y el Magisterio

La tradición de la Iglesia ha sostenido consistentemente la importancia de la conmiseración. San Ambrosio, seguido por Santo Tomás de Aquino, vincula la misericordia con la conmiseración, fundamentándola en la «amistad natural» que une a todos los seres humanos. Para ellos, no se puede adoptar el bien de otra persona como propio si no se está dispuesto a adoptar también su sufrimiento1. La ausencia de conmiseración, por lo tanto, significa una «amistad fallida»1. Santo Tomás de Aquino, citando a San Agustín, define la misericordia (misericordia) como «sufrir en nuestro corazón la miseria de otro, por lo cual, si somos capaces, somos impulsados a ayudar»1. Incluso si no se puede aliviar el sufrimiento, la misericordia se expresa en el sufrimiento compasivo con el que sufre, acompañándolo en su dolor1.

El Magisterio contemporáneo ha continuado enfatizando la centralidad de la conmiseración. El Papa Francisco, por ejemplo, en diversas ocasiones, ha instado a la Iglesia a ser un «hospital de campaña» y a salir al encuentro de los sufrientes. Ha destacado que la conmiseración no es una debilidad, sino una virtud que implica «caminar con los que sufren en sus sentimientos y abrazarlos, acompañarlos»7. También ha señalado que la conmiseración se expresa a través de gestos prácticos4.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la miseria humana, en sus diversas formas (privación material, opresión, enfermedad, muerte), es signo de nuestra condición de fragilidad y necesidad de salvación. Esta miseria «provocó la compasión de Cristo Salvador, que voluntariamente la tomó sobre sí y se identificó con los más pequeños de sus hermanos»8. Por ello, los oprimidos por la pobreza son objeto de un amor preferencial por parte de la Iglesia8,9,6,10.

Dimensiones de la Conmiseración

La conmiseración abarca diversas dimensiones, todas ellas interconectadas y esenciales para una vida cristiana plena.

Conmiseración y Caridad Fraterna

La conmiseración es una expresión fundamental de la caridad fraterna. Implica desear el bien del prójimo desde todo punto de vista: físico, moral y espiritual5. La responsabilidad hacia los demás se traduce en trabajar por su bien, esperando que ellos también sean receptivos a la bondad5. La caridad impulsa a los fieles a «dar de lo suyo a los necesitados»9 y a no ignorar el clamor de los pobres5.

Conmiseración y Obras de Misericordia

La conmiseración se traduce en acciones concretas, conocidas como las obras de misericordia. Estas se dividen en corporales y espirituales11:

La Iglesia enseña que es imperativo aliviar la miseria de los sufrientes, incluso si para ello se deben vender bienes eclesiásticos superfluos para proporcionar alimentos, bebida, vestido y refugio a quienes los necesitan12.

Conmiseración y Justicia Social

La conmiseración no solo impulsa acciones individuales, sino que también tiene una dimensión social y política. La preocupación por el prójimo lleva a la Iglesia a abogar por la justicia social. Desde el Antiguo Testamento, existían medidas jurídicas para proteger a los pobres, como el año jubilar de perdón de deudas o la prohibición de la usura13. Jesús mismo hizo suyas estas palabras: «Porque pobres siempre tendréis entre vosotros» (Mt 26,11), lo que implica reconocer su propia presencia en los pobres13.

La doctrina social de la Iglesia ha desarrollado la «opción preferencial por los pobres», que es una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana6,10. Esta opción debe influir tanto en la vida de cada cristiano como en las responsabilidades sociales, incluyendo las decisiones sobre la propiedad y el uso de los bienes6. La conmiseración, por tanto, lleva a una profunda preocupación por las vastas multitudes de hambrientos, necesitados, sin hogar y sin atención médica, y a actuar en consecuencia en los ámbitos político y económico6.

La Conmiseración como Elemento de Humanidad

Antes de ser una cuestión religiosa, la conmiseración es una cuestión de humanidad4. Ser creyentes nos llama a ser primeramente humanos4. La conmiseración se relaciona con la amistad natural, el vínculo que une a las personas por el mero hecho de compartir la condición humana1. La capacidad de sentir compasión y empatía puede ser despertada por la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento5.

La conmiseración se opone a la indiferencia, la prisa egoísta y la fijación en los propios intereses que impiden reconocer la necesidad del otro4,5. La cultura contemporánea, que a veces ha perdido el sentido del bien y del mal, necesita reafirmar que el bien existe y prevalecerá, porque Dios es «generoso y actúa generosamente» (Sal 119,68)5.

Desafíos para la Conmiseración

A pesar de su importancia, la práctica de la conmiseración enfrenta desafíos. La prisa en la vida moderna puede impedir detenerse para atender a los demás4. La posesión de riquezas materiales y un sentido de autosuficiencia también pueden obstaculizar una mirada compasiva hacia los hermanos y hermanas5.

Asimismo, existe el riesgo de ver la conmiseración como una debilidad, en contraste con la astucia de quienes persiguen sus propios intereses sin dejarse «tocar» por nada ni por nadie7. Sin embargo, la Iglesia enseña que la ternura, la compasión y la preocupación por los semejantes son esenciales para una comunión auténtica con la creación y una lucha coherente por el medio ambiente14.

Conclusión

La conmiseración es una piedra angular de la fe y la moral católica, un llamado a encarnar el amor de Cristo en el mundo. Nos invita a salir de nosotros mismos, a «sufrir con» el otro y a actuar en consecuencia, aliviando el dolor y promoviendo la justicia. A través de las obras de misericordia, la defensa de los pobres y el acompañamiento de los afligidos, los católicos están llamados a ser «servidores de la consolación»15, reflejando la solicitud compasiva del Corazón de Jesús, modelo de verdadera humanidad4. Cultivar la conmiseración es un camino para crecer en humanidad y en la esperanza de una vida que se encuentra en la vivencia de la misericordia4.

Citas

  1. John O’Callaghan. ¿Existen personas fallidas? , § 22. 2 3 4 5 6

  2. Misericordia como piedad, Papa Francisco. Audiencia Jubilar del 14 de mayo de 2016: Misericordia como piedad (2016).

  3. I. Sus fundamentos en la economía de la salvación, Catecismo de la Iglesia Católica, § 1505 (1992).

  4. Papa León XIV. Audiencia General del 28 de mayo de 2025 Ciclo de catequesisJubileo 2025. Jesucristo nuestra Esperanza. II. La vida de Jesús. Las parábolas 7. «Jesucristo nuestra esperanza. El Samaritano. Cuando lo vio, tuvo compasión» (Lc 10,33b) (2025). 2 3 4 5 6 7 8 9

  5. B1. «preocupémonos unos por otros»: Responsabilidad hacia nuestros hermanos y hermanas, Papa Benedicto XVI. Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI para la Cuaresma de 2012, § 1 (2012). 2 3 4 5 6 7 8 9 10

  6. V. Una lectura teológica de los problemas modernos, Papa Juan Pablo II. Sollicitudo Rei Socialis, § 42 (1987). 2 3 4 5

  7. Papa Francisco. Viaje Apostólico a Indonesia: Encuentro con Obispos, Sacerdotes, Diáconos, Personas Consagradas, Seminaristas y Catequistas en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción (Yakarta, 4 de septiembre de 2024) (2024). 2

  8. VI. Amor a los pobres, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2448 (1992). 2

  9. VI. Amor a los pobres, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2444 (1992). 2

  10. I. Características de «Rerum Novarum», Papa Juan Pablo II. Centesimus Annus, § 11 (1991). 2

  11. VI. Amor a los pobres, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2447 (1992). 2 3 4

  12. IV. Desarrollo humano auténtico, Papa Juan Pablo II. Sollicitudo Rei Socialis, § 31 (1987).

  13. VI. Amor a los pobres, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2449 (1992). 2

  14. Capítulo II - V. Una comunión universal, Papa Francisco. Laudato Si', § 91.

  15. V. La enseñanza del magisterio, Congregación para la Doctrina de la Fe. Carta Samaritanus bonus sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida (14 de julio de 2020), § V.10 (2020).