Edicto de Milán

El Edicto de Milán, promulgado en el año 313 d.C. por los emperadores Constantino I y Licinio, fue un documento crucial que otorgó libertad religiosa a los cristianos en el Imperio Romano, marcando el fin de las persecuciones estatales y el inicio de una nueva era para la Iglesia Católica. Este edicto no solo garantizó la libertad de culto, sino que también ordenó la restitución de las propiedades eclesiásticas confiscadas, sentando las bases para la posterior influencia del cristianismo en la sociedad romana y en la concepción del Estado.
Tabla de contenido
Contexto Histórico: Las Persecuciones Romanas
Antes del Edicto de Milán, la Iglesia Católica soportó siglos de persecuciones intermitentes, pero a menudo brutales, por parte del Imperio Romano. La visión teocrática y absolutista del Estado romano, que exigía la adoración a los dioses paganos y al emperador, chocaba fundamentalmente con la libertad de conciencia que demandaba la religión cristiana1. Los cristianos, inicialmente vistos como una secta judía, fueron progresivamente percibidos como enemigos del Estado y de sus instituciones establecidas1.
A mediados del siglo III, la persecución se intensificó, con emperadores como Decio haciendo de la Iglesia misma el objetivo de sus ataques. Las autoridades imperiales llegaron a creer que el cristianismo y el Estado romano pagano no podían coexistir, lo que llevó a una clara disyuntiva: la destrucción del cristianismo o la conversión de Roma1. La última y más sangrienta persecución, bajo Diocleciano (284-305 d.C.) y sus colegas, fracasó en su intento de doblegar la resolución de los cristianos o aniquilar la Iglesia. Este fracaso demostró a los estadistas prudentes la inevitabilidad de reconocer el cristianismo y abandonar el antiguo concepto de gobierno que unía el poder civil con el paganismo1.
El primer paso decisivo hacia la tolerancia fue dado por el emperador Galerio, quien, en 311 d.C., publicó un edicto de tolerancia desde Nicomedia, confesando que los esfuerzos para «recuperar a los cristianos» habían fallado1. Este edicto fue el resultado de la impotencia total para prolongar el conflicto1.
La Promulgación del Edicto de Milán
La libertad y la amnistía completas se lograron dos años después, a principios de 313 d.C., cuando el emperador Constantino, tras derrotar a Majencio, publicó con su colega Licinio el famoso Edicto de Milán1. Este edicto garantizaba a los cristianos la libertad más plena en la práctica de su religión1.
El Edicto de Milán fue el resultado de un encuentro y una conferencia entre Constantino y Licinio en Milán. Ambos emperadores consideraron que, entre las cosas que beneficiaban a la humanidad en general, la reverencia a la Divinidad merecía su primera y principal atención2. Por lo tanto, juzgaron «saludable y altamente conforme a la recta razón» que a nadie se le negara la libertad de adherirse a los ritos cristianos o a cualquier otra religión que su mente le indicara2. El objetivo era que la Divinidad suprema, a cuyo culto se dedicaban libremente, continuara otorgando su favor y beneficencia a los emperadores y a todos bajo su gobierno2.
El edicto estableció que, sin importar las disposiciones anteriores sobre los cristianos, todos los que eligieran esa religión serían permitidos, libre y absolutamente, a permanecer en ella, sin ser perturbados ni molestados de ninguna manera2. Además, se extendía la misma libertad de culto a todas las demás religiones, reconociendo que convenía a un estado bien ordenado y a la tranquilidad de los tiempos que cada individuo pudiera adorar a la Divinidad según su propia elección, sin que se derogara el honor debido a ninguna religión o a sus devotos2.
Restitución de Propiedades
Una parte fundamental del Edicto de Milán fue la orden de restitución de las propiedades de las que los cristianos habían sido privados durante las persecuciones, ya sea por incautación o confiscación1. El edicto estipulaba que todas las personas que hubieran comprado lugares para asambleas religiosas cristianas, ya fuera del erario imperial o de cualquier otra persona, debían restituirlos a los cristianos sin exigir dinero ni reclamar precio2. Esta restitución debía realizarse de manera perentoria e inequívoca2. Aquellos que hubieran obtenido derechos sobre tales lugares por donación también debían restituirlos inmediatamente2. Además, se incluían en esta regulación otros lugares que pertenecían a la sociedad cristiana en general, es decir, a sus iglesias, y se ordenaba que todos fueran restaurados a la sociedad o a las iglesias sin dudar ni controvertir2. Aquellos que realizaban la restitución sin recibir un precio tenían la libertad de buscar indemnización de la benevolencia imperial2.
Impacto y Significado para la Iglesia Católica
El Edicto de Milán tuvo resultados de suma importancia para los cristianos. Por primera vez, fue posible observar la Liturgia en toda su plenitud y, seria y diligentemente, intentar moldear la vida del imperio según los ideales y estándares cristianos1. La alegría de los cristianos ante este cambio en su estatus público fue admirablemente expresada por Eusebio en su «Historia Eclesiástica»1.
Este edicto, sin restar mérito a Constantino, representó un triunfo de los principios cristianos sobre la estrechez pagana1. La clave de este documento fue la independencia absoluta de la religión de la interferencia estatal, lo que generó un nuevo concepto de sociedad1. Puede considerarse la primera expresión oficial de lo que más tarde se convertiría en la idea medieval del Estado1. En Europa Occidental, fue la primera declaración de una autoridad civil de que el Estado no debía interferir con los derechos de conciencia y religión1.
El Edicto de Milán marcó el inicio de la «Paz de la Iglesia», una designación aplicada a la condición de la Iglesia después de la publicación de este edicto de tolerancia en 313 d.C., por el cual los cristianos obtuvieron completa libertad para practicar su religión sin ser molestados1.
Conclusión
El Edicto de Milán no fue simplemente un acto de tolerancia, sino una declaración fundamental sobre la libertad de conciencia y la relación entre la Iglesia y el Estado. Al garantizar la libertad religiosa y la restitución de propiedades, Constantino y Licinio sentaron las bases para el florecimiento del cristianismo y su eventual posición como religión dominante en el Imperio Romano, dejando un legado duradero en la historia de la Iglesia Católica y la civilización occidental.