Inerrancia y concordismo bíblico
La inerrancia bíblica es una doctrina central de la fe católica que afirma que la Sagrada Escritura, inspirada por el Espíritu Santo, no contiene errores en aquello que los autores sagrados realmente afirman, garantizando así la verdad divina para la salvación de las almas. Por su parte, el concordismo bíblico representa un enfoque interpretativo que busca armonizar los contenidos de la Biblia con los descubrimientos científicos y históricos modernos, asumiendo una compatibilidad total entre fe y razón. Este artículo explora la evolución de estas nociones en la tradición católica, desde los concilios antiguos hasta el Magisterio contemporáneo, destacando las enseñanzas de encíclicas como Providentissimus Deus de León XIII y Dei Verbum del Vaticano II, así como las controversias surgidas en torno a la interpretación literal y los géneros literarios, siempre fiel a la doctrina de la Iglesia.
Tabla de contenido
Definición de la inerrancia bíblica
La inerrancia bíblica se fundamenta en la convicción de que Dios es el autor principal de la Escritura, actuando a través de los autores humanos como instrumentos. Según esta doctrina, los libros sagrados, íntegros y en todas sus partes, han sido escritos bajo la dictación del Espíritu Santo, excluyendo por tanto cualquier error.1 No se trata de una mera ausencia de fallos formales, sino de una garantía divina de que la Biblia enseña sin error la verdad que Dios quiso comunicar para la salvación.2
Esta noción no implica que la Escritura sea un tratado científico o histórico moderno, sino que todo lo afirmado por los hagiógrafos —bajo inspiración divina— es verdadero. Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, Dios inspira a los autores humanos, asegurando que sus escritos transmitan fielmente su verdad salvífica.2 Distingamos aquí entre lo afirmado (lo que el autor enseña como verdad) y lo supuesto o narrado sin intención didáctica, como advierten teólogos como Germán Grisez: no todo enunciado en la Biblia es una proposición asertada por el Espíritu Santo.3
En resumen, la inerrancia es dinámica y salvífica, no estática ni exhaustiva en todos los ámbitos profanos, permitiendo así una lectura atenta al contexto histórico y literario.
Enseñanza magisterial sobre la inerrancia
La Iglesia ha defendido la inerrancia a lo largo de los siglos mediante concilios y documentos pontificios, rechazando tanto el racionalismo que niega la inspiración divina como el fundamentalismo que ignora los géneros literarios.
Concilios y encíclicas pre-Vaticano II
Desde los Concilios de Florencia y Trento, la Iglesia proclamó que los libros del Antiguo y Nuevo Testamento tienen a Dios como autor.4 León XIII, en su encíclica Providentissimus Deus (1893), reafirmó esta fe antigua: el Espíritu Santo movió a los autores para que concibieran y expresaran infaliblemente solo aquello que Él ordenaba, excluyendo todo error.1,4 El Papa condenó a quienes limitaban la inspiración a materias de fe y moral, permitiendo errores en historia o ciencia.5
Pío X en Pascendi Dominici Gregis (1907) y Benedicto XV en Spiritus Paraclitus (1920) reiteraron esta posición, censurando opiniones que restringían la inmunidad de error al «elemento religioso primario».6 Pío XII en Divino Afflante Spiritu (1943) animó a los exégetas a usar métodos científicos, pero siempre respetando la inerrancia total.6
Vaticano II y Dei Verbum
El Concilio Vaticano II, en Dei Verbum (1965), precisó la doctrina: «Todo lo que afirman los autores inspirados u hagiógrafos debe reputarse asertado por el mismo Dios», pero en orden a la salvación.3,2 La Constitución enfatiza que la Escritura enseña sólida, fiel y sin error esa verdad.3 Aquí se integra la dimensión histórica: los autores usaron modos de expresión adaptados a su tiempo.7
Documentos posteriores
Benedicto XVI en Verbum Domini (2010) insistió en una exégesis que combine lo histórico-crítico con lo teológico, respetando la unidad canónica y la tradición eclesial.7,8 La Comisión Bíblica Pontificia (1993 y 2014) ha abordado textos «difíciles», como los del Éxodo o infancias evangélicas, interpretándolos en su género literario sin menoscabar la inerrancia.9
El concordismo bíblico
Origen y concepto
El concordismo surgió en el siglo XIX como respuesta al racionalismo y la ciencia moderna, buscando demostrar que la Biblia anticipa descubrimientos científicos (por ejemplo, armonizando Génesis con la geología). Sus defensores, como algunos Padres de la Iglesia o teólogos del Renacimiento, veían en la Escritura verdades científicas veladas.10
En el concordismo, se asume una concordia perfecta entre revelación y razón profana: la Biblia no erraría en cosmología, historia o biología. Este enfoque pretende vindicar la fe ante críticas ilustradas, interpretando pasajes «científicos» de forma literalista.
Críticas y límites en la tradición católica
Sin embargo, el Magisterio ha matizado esta visión. León XIII advirtió contra forzar la Escritura a decir lo que no pretende, recomendando la analogía de la fe y la doctrina eclesial como normas supremas.10 Dei Verbum (§ 12) urge considerar el intento del autor sagrado en su contexto cultural y literario, evitando anacronismos.7,8
Teólogos como Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) criticaron el concordismo por reducir la Escritura a un manual científico, ignorando su primacía salvífica.6,7 La Iglesia condena tanto el minimalismo (inerrancia solo en fe/morales) como el concordismo rígido, que ignora géneros poéticos o narrativos.5,6 En textos «oscuros» (como guerras en el Antiguo Testamento), se invita a leerlos a la luz de Cristo.3,11
La Pontificia Comisión Bíblica (2014) ejemplifica esto con el relato de Abrahán o Jonás: no historia literal, sino teología edificante.9
Interpretación de la Escritura y géneros literarios
La clave para conciliar inerrancia y concordismo radica en la exégesis católica, que integra:
Sentido literal: Lo que el autor quiso decir en su género (histórico, poético, parabólico).7,8
Sentido espiritual: Tipológico, moral y anagógico, iluminado por la tradición.12
Unidad canónica: Leer cada texto a la luz del conjunto bíblico y la analogía de la fe.13,14
Pío XII y el Vaticano II promueven métodos histórico-críticos, pero subordinados a la fe eclesial.6,7 Así, fenómenos como el «sol que se detiene» (Josué 10) se entienden como lenguaje fenoménico, no cosmológico.5
Controversias históricas
En el siglo XIX, el modernismo negó la inerrancia histórica, provocando reacciones papales.5,6 Post-Vaticano II, surgió tensión entre exégesis «Method B» (histórico-crítica pura) y «Method A» (patrística), resuelta en «Method C»: síntesis dogmática.3,11
Hoy, debates sobre evolución o milagros cuestionan el concordismo, pero la Iglesia afirma compatibilidad siempre que no se niegue lo sobrenatural.3
Implicaciones para la fe actual
La inerrancia invita a una lectura orante y eclesial, evitando fundamentalismos o agnosticismos. Frente al concordismo, la Iglesia prioriza la verdad salvífica, enriqueciendo la catequesis y la liturgia. Como enseña Dei Verbum, la Escritura es Palabra viva de Dios, nutriendo la vida cristiana.2,7
En conclusión, inerrancia y concordismo iluminan la doctrina católica: la Biblia es infalible en su mensaje divino, interpretada fielmente por la Iglesia.
Citas
El estudio de la Sagrada Escritura - De la encíclica, «Providentissimus Deus», nov., 1893, Heinrich Joseph Dominicus Denzinger. Las fuentes del dogma católico (Enchiridion Symbolorum), § 3292. ↩ ↩2
Sección uno «Yo creo» - «Nosotros creemos», Catecismo de la Iglesia Católica, § 136. ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Matthew J. Ramage. La violencia es incompatible con la naturaleza de Dios: Benedicto, Tomás de Aquino y el método C. Exégesis de los pasajes «oscuros» de la Biblia, § 12. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6
El estudio de la Sagrada Escritura - De la encíclica, «Providentissimus Deus», nov., 1893, Heinrich Joseph Dominicus Denzinger. Las fuentes del dogma católico (Enchiridion Symbolorum), § 3293 (1854). ↩ ↩2
La inerrancia de la Sagrada Escritura, Heinrich Joseph Dominicus Denzinger. Las fuentes del dogma católico (Enchiridion Symbolorum), § 3652 (1854). ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Aaron Pidel, S.J. Joseph Ratzinger sobre la inerrancia bíblica, § 4. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6
William M. Wright IV. Tradiciones preevangélicas e interpretación postcrítica en Jesús de Nazaret de Benedicto XVI: Volumen 2, § 2. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7
James B. Prothro. Historia, ilocución y exégesis teológica: Lectura de la carta de Pablo a Filemón, § 2. ↩ ↩2 ↩3
Mark Reasoner. Un estudio introductorio del documento de 2014 de la Comisión Bíblica Pontifícia: La inspiración y la verdad de la Sagrada Escritura, § 9. ↩ ↩2
Sagrada Escritura y teología; interpretación; los Padres, Papa León XIII. Providentissimus Deus, § 14. ↩ ↩2
Ryan N. S. Topping, Fr. Aidan Nichols, O.P., et al. Reseñas de libros (Nova et Vetera, Vol. 14, No. 2), § 10. ↩ ↩2
Joseph W. Koterski, S.J. Sobre el sentido cuádruple de la Escritura en Jesús de Nazaret, Volumen 1, § 7. ↩
R. R. Reno. ¿Qué hace que la exégesis sea teológica? , § 4. ↩
R. R. Reno. ¿Qué hace que la exégesis sea teológica? , § 5. ↩
