Lealtad
La lealtad en el catolicismo es una virtud fundamental que abarca las obligaciones hacia Dios, la Iglesia y la comunidad civil. Se entiende como un deber de fidelidad y obediencia que se origina en la naturaleza misma y en los mandatos religiosos. Esta virtud se manifiesta en el amor a la patria, el respeto a las autoridades legítimas y la disposición a sacrificar por el bien común, siempre bajo la primacía de la ley divina. La lealtad a Dios, expresada a través de la virtud de la religión, es el fundamento de toda verdadera justicia y ordena todas las demás virtudes morales.
Tabla de contenido
La Naturaleza de la Lealtad en la Doctrina Católica
La lealtad, desde una perspectiva católica, se define como el deber de fidelidad y obediencia que una persona tiene hacia el Estado del que es ciudadano1. Históricamente, el término «lealtad» proviene de «liege» (libre), significando el servicio que un hombre libre debía a su señor feudal. En el contexto actual, su significado se amplía para incluir el deber del ciudadano hacia el Estado1.
La enseñanza de la Iglesia Católica sostiene que este deber de lealtad se basa tanto en la naturaleza como en las sanciones de la religión. Así como la naturaleza y la religión prescriben una conducta filial hacia los padres, también imponen obligaciones a los ciudadanos hacia su país y sus gobernantes1. Estas obligaciones se resumen en el patriotismo y la obediencia1.
El patriotismo implica un razonable aprecio y amor por la patria. Un ciudadano debe interesarse por la historia de su país, valorar sus instituciones y estar dispuesto a sacrificarse por su bienestar. En momentos de necesidad, se considera no solo noble sino un deber sagrado dar la vida por la seguridad de la comunidad. El amor a la patria también lleva al ciudadano a mostrar honor y respeto a sus gobernantes, quienes representan al Estado y han sido confiados por Dios con el poder de gobernarlo para el bien común1.
La principal obligación del ciudadano es obedecer las leyes justas de su país1. Sin embargo, la capacidad de distinguir qué leyes de la autoridad civil son justas y obligatorias requiere comprender los principios de la teología católica sobre la naturaleza, el objeto y los límites de la obediencia debida al Estado. Esto, a su vez, implica conocer las relaciones mutuas entre la Iglesia y el Estado1.
Desde los tiempos de Jesucristo, la acusación de que los católicos no pueden ser buenos católicos y buenos ciudadanos al mismo tiempo ha sido persistente1. Sin embargo, la Iglesia exhorta a los católicos a amar su país con un amor sincero y fuerte, a obedecer a las autoridades públicas de acuerdo con la ley natural y divina positiva, y a brindarles asistencia activa y pronta para promover el bienestar y el desarrollo de su tierra natal2.
La Primacía de la Lealtad a Dios y a la Iglesia
Aunque la lealtad a las instituciones civiles es un deber, la doctrina católica establece claramente una jerarquía de lealtades, donde la fidelidad a Dios y a la Iglesia ocupa el lugar preeminente3,4.
Lealtad a Dios como Fundamento de Toda Justicia
Santo Tomás de Aquino explica que la religión es la parte principal de la justicia, ya que el Decálogo comienza con el precepto más fundamental: dirigir al hombre a Dios, quien es el fin último de la voluntad humana5. Sin una relación justa con Dios, ninguna verdadera justicia es posible5. La fidelidad a Dios consiste en no dar honor soberano a ningún otro5. La idolatría, que es el pecado más contrario a Dios, impide la perfección moral al poner el fin de uno en un objeto creado en lugar de volverse justamente a Dios5.
El deber fundamental del ser humano es orientar su persona y su vida hacia Dios, reconociendo Su majestad y autoridad supremas, aceptando las verdades reveladas divinamente y obedeciendo escrupulosamente la ley divina6. Esto se logra practicando la virtud de la religión6.
La virtud de la religión es suprema entre las virtudes morales porque sus acciones están directa e inmediatamente ordenadas al honor de Dios, a diferencia de otras virtudes que se ordenan a bienes más próximos7. Esta virtud no solo tiene sus propios actos propios y directos, como la oración, la devoción, la adoración y el sacrificio, sino que también puede mandar los actos de otras virtudes morales, dirigiéndolos al honor de Dios8. Así, todo acto de virtud puede pertenecer a la religión por vía de mandato, en la medida en que se dirige a la reverencia de Dios8.
La obediencia a Dios es un acto central de la lealtad, por el cual el hombre sacrifica su propia voluntad a Dios, entregándole todo lo que tiene y hace9. Esta obediencia conforma la voluntad humana a la voluntad de Dios, lo que la hace justa y la perfecciona9. La obediencia a la ley divina busca establecer al hombre en amistad con Dios9.
Lealtad a la Iglesia y al Magisterio
La Iglesia Católica se presenta como la única Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica, subsistiendo en la Iglesia Católica gobernada por el Sucesor de Pedro y los obispos en comunión con él10,11. Es el lugar donde la humanidad debe redescubrir su unidad y salvación12.
Los fieles tienen el deber de observar las constituciones y decretos transmitidos por la autoridad legítima de la Iglesia. Incluso si conciernen a asuntos disciplinarios, estas determinaciones requieren docilidad en la caridad13. Un verdadero espíritu filial hacia la Iglesia se desarrolla entre los cristianos, siendo el florecimiento normal de la gracia bautismal que los ha engendrado en el seno de la Iglesia y los ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo14.
En situaciones donde el Estado parece exigir una cosa y la religión otra, y obedecer a ambos es imposible, la lealtad a Dios y a la Iglesia debe prevalecer3. Es un grave crimen retirar la lealtad a Dios para complacer a los hombres, y un acto de suma maldad quebrantar las leyes de Jesucristo para obedecer a los gobernantes terrenales, o ignorar los derechos de la Iglesia bajo pretexto de cumplir la ley civil15. La respuesta debe ser siempre: «Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres»15.
Los católicos deben estar dispuestos a sufrir todo, incluso la muerte, antes que abandonar la causa de Dios o de la Iglesia15. Esto se ha manifestado históricamente en la resistencia a regímenes que buscan socavar la fe, donde la infidelidad a Cristo Rey se presenta como un acto meritorio de lealtad al Estado16. En tales casos, la única alternativa es el heroísmo16.
Conflicto de Lealtades
Puede surgir un conflicto cuando las exigencias del Estado chocan con las de la fe. Esto ocurre cuando los gobernantes civiles desprecian el poder sagrado de la Iglesia o intentan someterlo a su propia voluntad3. En estas circunstancias, la virtud se pone a prueba, y el cristiano debe ser un testigo firme del principio de que todo debe estar sujeto a la soberanía de Dios4. Cualquier cosa que vaya en contra de Su ley no puede ser vinculante4.
Los católicos deben ser tan fieles en su lealtad y respeto a los «gobernantes malvados» cuando sus mandatos son justos, como firmes en resistir sus mandatos cuando son injustos. Deben mantenerse alejados tanto de la rebelión impía de quienes abogan por la sedición como de la sumisión de quienes aceptan como sagradas las leyes obviamente perversas de hombres malvados17.
Lealtad en la Vida Social y Política
La lealtad católica también se extiende a la participación en la vida social y política, siempre orientada al bien común y al respeto de la dignidad humana18.
El Bien Común y la Dignidad Humana
Los católicos están llamados por su fe a trabajar por el bien común de las sociedades en las que viven18. Esto incluye no solo el bien de sí mismos y de otros católicos, sino también el bien de todos los no católicos, independientemente de su religión o falta de ella18. La Iglesia ha manifestado esta responsabilidad a través de la construcción de hospitales, escuelas, universidades, refugios para personas sin hogar y cocinas para los hambrientos, incluso antes de la tolerancia del cristianismo en la antigua Roma18.
Un elemento fundamental de la enseñanza social y política católica, estrechamente ligado al bien común, es el respeto por la dignidad de la persona humana18. Cada ser humano está hecho a imagen de Dios y llamado a una intimidad eterna con Él. De esta dignidad fluyen derechos intrínsecos a cada ser humano, que no son otorgados por la sociedad, sino que son anteriores a ella y constituyen su base18. El derecho más básico es el derecho a la vida misma, desde la concepción hasta la muerte natural, especialmente para los inocentes y vulnerables18.
Respeto a las Instituciones Civiles
El principio evangélico de «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (cf. Mc 12, 17) ha guiado a la Iglesia desde sus orígenes, impulsándola a fomentar un gran respeto por las instituciones civiles4. En ellas y en las personas responsables, los católicos pueden ver un signo de la presencia de Dios que guía los acontecimientos históricos, ya que «toda autoridad viene de Dios» (Rom 13, 1)4. Fundado en esto está el deber de respeto que se debe a la ley y a quienes ejercen la autoridad4.
Sin embargo, este respeto no es absoluto, sino que está supeditado a la ley de Dios. Si una ley civil va en contra de la ley divina, no puede ser vinculante4. Los cristianos deben estar preparados para ir «contra corriente» si es necesario, encontrando fuerza en la oración para que el Señor dirija las decisiones de los responsables públicos según lo que es bueno y agradable a Sus ojos4.
Conclusión
La lealtad en la doctrina católica es una virtud compleja y multifacética que exige una jerarquía de prioridades. La lealtad a Dios es la más fundamental y abarcadora, informando y dirigiendo todas las demás lealtades. Esta se expresa a través de la virtud de la religión, que ordena al hombre hacia su fin último, Dios, y es el fundamento de toda verdadera justicia. La lealtad a la Iglesia, como Cuerpo de Cristo y guardiana de la verdad, implica la obediencia a su Magisterio y la disposición a sufrir por la fe. Finalmente, la lealtad a la comunidad civil se manifiesta en el patriotismo, el respeto a las leyes justas y el trabajo por el bien común, siempre supeditada a la ley divina. En caso de conflicto, la enseñanza católica es clara: «Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres,» incluso si ello implica un sacrificio heroico.
Citas
Lealtad civil, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Lealtad civil. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
Papa Pío XII. Ad Apostolorum principis, § 21 (1958). ↩
Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 6 (1890). ↩ ↩2 ↩3
Papa Juan Pablo II. A los peregrinos del Jubileo (25 de noviembre de 2000) - Discurso, § 4 (2000). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
R. Jared Staudt. El pecado como ofensa a Dios: Aquino sobre la relación entre el pecado y la religión, § 6. ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Papa Pío XII. Mediator Dei, § 13 (1947). ↩ ↩2
Michael A. Wahl. La vida de virtud como acto de adoración: Sobre la orientación eucarística de la vida moral, § 19. ↩
Michael A. Wahl. La vida de virtud como acto de adoración: Sobre la orientación eucarística de la vida moral, § 20. ↩ ↩2
R. Jared Staudt. El pecado como ofensa a Dios: Aquino sobre la relación entre el pecado y la religión, § 5. ↩ ↩2 ↩3
Párrafo 3. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica, Catecismo de la Iglesia Católica, § 811 (1992). ↩
Párrafo 3. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica, Catecismo de la Iglesia Católica, § 870 (1992). ↩
Párrafo 3. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica, Catecismo de la Iglesia Católica, § 845 (1992). ↩
B1. La vida moral y el magisterio de la Iglesia, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2037 (1992). ↩
B1. La vida moral y el magisterio de la Iglesia, Catecismo de la Iglesia Católica, § 2040 (1992). ↩
Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 7 (1890). ↩ ↩2 ↩3
Papa Pío XI. Mit Brennender Sorge, § 21 (1937). ↩ ↩2
Papa Pío X. Editae Saepe, § 42 (1910). ↩
Bruce D. Marshall. Catolicismo y Democracia en América, § 9. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7