Libro del Eclesiástico

El Libro del Eclesiástico, también conocido como Sirácida o Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá, es uno de los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento en la tradición católica. Escrito en el siglo II a. C. por un sabio judío de Jerusalén, este texto sapiencial ofrece una profunda reflexión sobre la sabiduría divina, la moralidad cotidiana y la relación del ser humano con Dios. Su inclusión en el canon bíblico fue confirmada por el Concilio de Trento, y destaca por su influencia en la liturgia, la ética cristiana y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, sirviendo como guía para una vida virtuosa en el contexto familiar, social y espiritual.
Tabla de contenido
Títulos y denominaciones
El Libro del Eclesiástico recibe diversos nombres a lo largo de la historia, reflejando su rica tradición textual y su valor en las comunidades judía y cristiana. En los manuscritos griegos y en la literatura patrística, se le conoce principalmente como Sophia Iesou uiou Seirach, que significa «la Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá», o simplemente Sophia Seirach, «la Sabiduría de Sirá». Estos títulos subrayan su carácter sapiencial, similar a otros libros como Proverbios o Sabiduría.
Otros nombres griegos incluyen el simple Sophia («Sabiduría») y el honorífico he panaretos sophia («la sabiduría toda virtuosa»). En la tradición latina, influida por la Vulgata de San Jerónimo, prevalece el término Ecclesiasticus, derivado del griego con terminación latina, que significa «libro eclesial» o «de la Iglesia». Este nombre, no confundible con Eclesiastés, resalta su uso especial en las lecturas públicas de la Iglesia primitiva.1
En la tradición hebrea, se menciona como Mishle (Parábolas) de Jesús de Sirá, según San Jerónimo en su prólogo a los escritos sapienciales. Además, en el Talmud se le llama simplemente Hokhma («Sabiduría»), y los escritores rabínicos lo citan como Ben Sira. En el Misal Romano y el Breviario, aparece como Liber Sapientiae («Libro de la Sabiduría»). Estos variados títulos evidencian la estima por su contenido didáctico y moral.1
Autoría y fecha de composición
La autoría del Libro del Eclesiástico se atribuye a un sabio judío llamado Jesús, hijo de Sirá, también conocido como Ben Sira. No se trata del rey Salomón, a quien algunos antiguos, como San Agustín, asociaron erróneamente por similitudes estilísticas con Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares. San Agustín aclara que los más eruditos saben que no pertenece a Salomón.1
Ben Sira era un maestro y escriba de Jerusalén, profundamente arraigado en la tradición de Israel. Vivió en el siglo II a. C., probablemente alrededor del año 180 a. C., en un período de influencia helenística sobre la cultura judía. Como educador, impartía enseñanzas sobre diversos aspectos de la vida humana: el trabajo, la familia, la vida social y la formación de los jóvenes. Su obra refleja una fe firme en Dios y en la observación de la Ley mosaica, abordando temas como la libertad, el mal y la justicia divina, que siguen siendo relevantes en la actualidad.2
El libro incluye un prólogo escrito por el traductor griego, nieto del autor, quien describe la labor de traducir el texto hebreo original al griego alrededor del año 132 a. C. en Egipto. Este prólogo autentifica la obra y resalta la admiración del traductor por la sabiduría contenida en ella.1
Origen e idioma original
El origen del Libro del Eclesiástico se sitúa en Jerusalén, como indica el texto mismo (Eclo 1,29 en la Vulgata) y evidencias internas, como referencias a la sabiduría que «brotó como una palmera en Jericó» (Eclo 24,13-14). Aunque no forma parte del canon hebreo judío posterior, se basa en la tradición sapiencial israelita, influida por el contexto histórico del período intertestamentario.
El idioma original fue el hebreo, como confirman fragmentos descubiertos en genizás (depósitos de manuscritos) en El Cairo y Qumrán. Estos fragmentos, datados entre los siglos II a. C. y I d. C., incluyen secciones como el elogio de los antepasados (cap. 44-50). San Jerónimo menciona el título hebreo Mishle Yeshua ben Sira. La obra fue traducida al griego por el nieto del autor en Alejandría, formando parte de la Septuaginta, la versión griega de las Escrituras usada por los primeros cristianos.1
Existen indicios de un proceso compilatorio: repeticiones de dichos (por ejemplo, Eclo 20,32-33 repetido en 41,17b-18), discrepancias tonales en secciones como los capítulos 16, 25 o 29,21-41, y encabezados temáticos en el hebreo. Incluso se ha insertado un salmo adicional entre los versos 51,12 y 13 en algunos manuscritos hebreos. Un prólogo apócrifo, atribuido falsamente a San Atanasio, sugiere una compilación de himnos y oraciones por el traductor.1
Canonismo en la Iglesia Católica
El Libro del Eclesiástico es uno de los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento, aceptado como inspirado por la Iglesia Católica. Rufino lo denomina «eclesial» junto a otros deuterocanónicos, pero Ecclesiasticus destaca por su preeminencia en lecturas eclesiales. El Concilio de Trento (1546) lo proclamó canónico en su decreto sobre las Escrituras Sagradas, reafirmando su lugar en la Vulgata latina.1
En la tradición judía postexílica, no entró en el canon palestino, posiblemente por su fecha tardía y origen egipcio en la traducción. Sin embargo, la Iglesia primitiva lo recibió a través de la Septuaginta, citándolo en los escritos apostólicos y patrísticos. Su canonicidad se basa en su alineación con la revelación divina y su utilidad para la instrucción moral, como enseña el autor inspirado por el Espíritu Santo.2
Estructura y contenido
El Libro del Eclesiasticus es el más extenso de los escritos sapienciales deuterocanónicos, con 51 capítulos en la Vulgata. Comienza con un prólogo del traductor y prosigue con una serie de máximas, proverbios y reflexiones poéticas. No sigue un orden narrativo estricto, sino temático, agrupando enseñanzas en secciones sobre la sabiduría, la piedad y la conducta humana.
La estructura incluye:
Introducción a la sabiduría (caps. 1-9): Exalta la sabiduría como don de Dios, temiendo al Señor como principio de ella.
Máximas morales (caps. 10-23): Trata vicios como el orgullo, la codicia y la envidia, y virtudes como la humildad y la templanza.
Enseñanzas sociales y familiares (caps. 24-43): Aborda el rol de la mujer, la amistad, la educación de los hijos y el trabajo.
Elogio de los antepasados (caps. 44-50): Himno a figuras bíblicas como Enoc, Noé y David.
Conclusión orante (cap. 51): Una plegaria personal de Ben Sira.
El contenido es variado, con proverbios, oraciones y himnos, destacando la observación de la naturaleza humana y la guía para una vida digna ante Dios y los hermanos.1,2
Temas principales
Los temas centrales giran en torno a la sabiduría divina, entendida como obediencia a la Ley de Dios y virtud práctica. Ben Sira enfatiza la relación del hombre con Dios y el mundo, explorando la fe, la justicia y el mal. Condena vicios como el orgullo (Eclo 3,30; 10,14-30), la impureza (9,1-13), la ira (18,1-14) y los pecados de la lengua (5,16-17; 28,15-27), mientras promueve remedios espirituales.1
En el ámbito social, ofrece consejos para la familia —como el respeto a los padres y la educación de los hijos—, el matrimonio y las relaciones laborales. Aborda la pobreza y la oración de los pobres, que sube hasta Dios (Sir 21,5), invitando a una vida digna y solidaria.2 Su enfoque ético es individual y comunitario, inspirado en la tradición israelita, y sigue vigente para enfrentar desafíos contemporáneos como la libertad y la justicia.2
Influencia en la tradición cristiana
El Libro del Eclesiástico ha ejercido una profunda influencia en la doctrina y la ética cristiana. Su uso en la Iglesia primitiva para lecturas públicas lo convirtió en un pilar de la formación moral, como indica su título «Ecclesiasticus». Los Padres de la Iglesia lo citaron ampliamente: Rufino lo incluyó entre los eclesiales, y San Jerónimo lo tradujo en la Vulgata, aunque con reservas iniciales sobre los deuterocanónicos.
En la teología, inspira reflexiones sobre la sabiduría encarnada en Cristo, y en la ética, sus máximas contra vicios y por virtudes guían la vida cristiana. El Papa Francisco, en su mensaje para el VIII Día Mundial de los Pobres (2024), lo elogia por su riqueza temática, urgiendo su redescubrimiento para comprender la relación humana con Dios y el prójimo.2 Su compilación de dichos y oraciones influyó en la literatura sapiencial posterior y en la catequesis.
Traducciones
La primera traducción conocida es la griega, realizada por el nieto de Ben Sira en Egipto hacia el 132 a. C., integrada en la Septuaginta. Esta versión, con adiciones como el prólogo, se usó en la liturgia cristiana primitiva. San Jerónimo la vertió al latín en la Vulgata (siglo IV), conservando el nombre Ecclesiasticus.
Otras versiones antiguas incluyen la siria, la etíope, la arábiga y la copta, derivadas del griego. En la era moderna, fragmentos hebreos descubiertos en el siglo XX (como en la Geniza de El Cairo) han permitido reconstrucciones parciales. La Biblia de Jerusalén y la Nova Vulgata ofrecen ediciones críticas en español, fieles al original hebreo y griego.1
Uso litúrgico en la Iglesia Católica
El Libro del Eclesiástico ocupa un lugar prominente en la liturgia católica, justificado por su título «Ecclesiasticus», que alude a su lectura en las asambleas eclesiales. En el Misal Romano, se emplea en las lecturas del Antiguo Testamento durante la Misa, especialmente en tiempos ordinarios y fiestas. Por ejemplo, pasajes como el elogio de los antepasados (Eclo 44-50) se usan en la solemnidad de Todos los Santos.
En el Breviario Romano (Liturgia de las Horas), aparece en las lecturas nocturnas y oficios, con secciones bajo el encabezado «Parábolas de Salomón». Su énfasis en la oración y la moral lo hace ideal para la formación espiritual. El Concilio de Trento lo recomendó para instrucción pública, y hoy se cita en documentos papales, como el de Francisco en 2024, para temas de pobreza y justicia.1,2
Comentarios de los Padres de la Iglesia
Los Padres de la Iglesia valoraron altamente el Libro del Eclesiástico por su sabiduría práctica. San Jerónimo, en su prólogo a los escritos sapienciales, discute su título hebreo y lo incluye en la Vulgata, aunque distingue los deuterocanónicos. San Agustín, en La Ciudad de Dios (Libro XVII, cap. 20), rechaza la atribución a Salomón pero alaba su estilo proverbial.1
Rufino de Aquilea lo denomina «Sapientia Sirach» y lo clasifica como eclesial. En la literatura griega, Orígenes y otros lo citan como Sophia, usándolo en homilías sobre virtudes. San Atanasio, en una sinopsis apócrifa, atribuye su redacción al traductor, aunque esto es inexacto. Los Padres orientales, como San Juan Crisóstomo, extraen de él enseñanzas contra la envidia y por la humildad. En Occidente, San Ambrosio y San Gregorio Magno lo comentan en contextos éticos y litúrgicos, enfatizando su rol en la vida comunitaria.1
Estos comentarios resaltan su autenticidad inspirada y su utilidad para combatir vicios y fomentar la piedad, integrándolo en la tradición patrística como puente entre la sabiduría judía y cristiana.
En resumen, el Libro del Eclesiástico permanece como un tesoro sapiencial en la fe católica, ofreciendo guía eterna para la vida virtuosa y la cercanía con Dios. Su redescubrimiento, como insta el Papa Francisco, enriquece la comprensión de temas perennes como la justicia y la oración.2
