Libro del profeta Daniel

El Libro del profeta Daniel es un texto fundamental del Antiguo Testamento en la tradición católica, que combina narraciones históricas, visiones proféticas y enseñanzas apocalípticas para consolar al pueblo de Dios en tiempos de persecución. Atribuido tradicionalmente al profeta Daniel, exiliado en Babilonia durante el siglo VI a. C., el libro se divide en secciones narrativas y visionarias, incluyendo porciones deuterocanónicas como la Oración de Azarías, Susana y Bel y el Dragón. En la Iglesia Católica, se considera inspirado y canónico, con un fuerte énfasis en sus profecías mesiánicas, como la de las setenta semanas, que apuntan a la venida de Cristo y el fin de los tiempos. Este artículo explora su estructura, autoría, interpretaciones teológicas y legado eclesial, destacando su relevancia para la fe católica contemporánea.
Tabla de contenido
Estructura y contenido
El Libro de Daniel se presenta como una obra profética única en el canon del Antiguo Testamento, caracterizada por su estilo apocalíptico que mezcla relatos históricos con visiones simbólicas. En la versión hebrea, se divide en dos partes principales: las narraciones en tercera persona (capítulos 1-6) y las visiones en primera persona (capítulos 7-12). Sin embargo, la tradición católica incluye también las secciones deuterocanónicas (capítulos 13-14 en la Vulgata), que amplían el texto con episodios adicionales de sabiduría y fe. Esta estructura no solo narra eventos del exilio babilónico, sino que busca fortalecer la esperanza en la soberanía de Dios sobre las naciones paganas.1
La parte narrativa (capítulos 1-6)
Los primeros seis capítulos relatan episodios de la vida de Daniel y sus compañeros en la corte babilónica y persa, enfatizando la fidelidad a la Ley mosaica en medio de la idolatría y la opresión. El capítulo inicial introduce a Daniel, Ananías, Misael y Azarías como jóvenes nobles judíos deportados a Babilonia tras la conquista de Jerusalén por Nabucodonosor en 605 a. C. Ellos rechazan los alimentos reales para no contaminarse, demostrando cómo la obediencia a Dios otorga sabiduría superior, lo que les permite ascender en la administración real.2
Entre los relatos más emblemáticos se encuentra el sueño de la estatua en el capítulo 2, donde Daniel interpreta la visión de Nabucodonosor de un coloso de materiales variados destruido por una piedra que se convierte en montaña, simbolizando el curso de los imperios humanos y el reino eterno de Dios. Otros episodios incluyen la prueba del horno ardiente (capítulo 3), donde Sadrac, Mesac y Abednego son salvados milagrosamente por rechazar adorar la estatua del rey; la humillación de Nabucodonosor por su orgullo (capítulo 4); el banquete de Belsasar y la escritura en la pared (capítulo 5); y la liberación de Daniel del foso de los leones (capítulo 6) por su oración constante. Estos cuentos no son meras anécdotas históricas, sino ejemplos de providencia divina que animan a los fieles a perseverar en la adversidad.1
La parte visionaria (capítulos 7-12)
La segunda sección, escrita en primera persona, describe visiones apocalípticas que revelan el destino de las naciones y la vindicación final de Israel. En el capítulo 7, Daniel ve cuatro bestias saliendo del mar, representando imperios sucesivos (babilonio, medo-persa, griego y romano), culminando en un «cuerno pequeño» que profana el santuario, seguido por la venida del «Hijo del Hombre» sobre las nubes, figura mesiánica que recibe un reino eterno.3 Esta imagen influyó directamente en la autocomprensión de Jesús en los Evangelios.
Las visiones continúan con el carnero y el macho cabrío (capítulo 8), que aluden a los conflictos entre medos, persas y griegos, particularmente la profanación del Templo por Antíoco IV Epífanes. El capítulo 9 introduce la oración de Daniel por el perdón de Israel y la profecía de las setenta semanas, un cálculo profético clave. Finalmente, los capítulos 10-12 detallan guerras entre reyes del norte y del sur, la resurrección de los muertos y periodos de tribulación, con el arcángel Miguel como protector de Israel. Estas revelaciones enfatizan que, pese a las persecuciones, Dios establecerá su reino definitivo.1
Las porciones deuterocanónicas
En la tradición católica, el Libro de Daniel incluye tres fragmentos deuterocanónicos ausentes en el canon hebreo protestante: la Oración de Azarías y el Cántico de los Tres Jóvenes (inserto en Daniel 3, versos 24-90 en la Vulgata), el relato de Susana (capítulo 13) y la historia de Bel y el Dragón (capítulo 14). La oración y el cántico, insertados tras la salida milagrosa del horno, son himnos de alabanza que exaltan la creación y la misericordia divina, atribuidos tradicionalmente a los compañeros de Daniel, aunque estudiosos católicos los datan en el periodo postexílico.1
Susana narra la inocencia de una mujer virtuosa acusada falsamente de adulterio, salvada por la sabiduría profética de un joven Daniel, quien desenmascara a los elders corruptos. Bel y el Dragón muestra a Daniel desmontando ídolos paganos: prueba que el dios Bel no come las ofrendas y mata a un dragón venerado como divinidad. Estos relatos, confirmados como inspirados por el Concilio de Trento, subrayan la superioridad de la fe monoteísta y la justicia divina, sirviendo como apéndice moral al libro.4
Autoría y fecha de composición
La tradición católica atribuye el Libro de Daniel al profeta homónimo, un joven judío exiliado en Babilonia alrededor del 605 a. C., quien sirvió en las cortes de Nabucodonosor, Belsasar y Darío el Medo. Ezequiel lo menciona como modelo de sabiduría y rectitud (Ez 14,14; 28,3), y la tradición judía lo sitúa como autor de sus relatos y visiones.2 Sin embargo, eruditos modernos, incluidos católicos, debaten esta autoría única debido a su estilo apocalíptico, similar al Apocalipsis de Juan, y a detalles históricos que sugieren una composición durante la persecución de Antíoco IV (siglo II a. C.).
La Iglesia no impone una fecha dogmática, pero la visión tradicional sitúa su redacción entre 570-536 a. C., durante el exilio. Críticos no católicos argumentan un origen macabeo para consolar a los judíos oprimidos, basándose en la ausencia de influencia pre-macabea y su colocación en los «Escritos» del canon hebreo, no en los Profetas.1 No obstante, la unidad literaria —plan uniforme, lenguaje mixto hebreo-arameo y temas coherentes— apoya la integridad del texto como obra inspirada, independientemente de la autoría precisa. La Iglesia Católica mantiene la historicidad de los eventos principales, reconociendo posibles compilaciones posteriores sin menoscabo de su valor profético.1
Objeto y unidad literaria
El propósito central del Libro de Daniel no es una biografía exhaustiva ni un registro histórico del exilio, sino un mensaje apocalíptico de consuelo para el pueblo de Dios bajo persecución. A diferencia de los profetas clásicos como Isaías o Jeremías, que pronuncian oráculos directos, Daniel emplea símbolos y visiones para revelar el control divino sobre la historia: imperios humanos como bestias efímeras contrastan con el reino eterno del Altísimo.1 Este enfoque apocalíptico, compartido con el Libro del Apocalipsis, prepara el terreno para la esperanza escatológica.
La unidad del libro es evidente en su estructura paralela: las narraciones (caps. 1-6) ilustran la fidelidad individual que lleva al triunfo divino, mientras las visiones (caps. 7-12) extienden esta dinámica a la historia universal. El lenguaje alterna entre hebreo y arameo, reflejando contextos bilingües del exilio, y los temas recurrentes —sueños interpretados, idolatría castigada, resurrección prometida— tejen un tapiz coherente. Aunque algunos ven compilaciones, la erudición católica contemporánea afirma su unidad inspirada, rechazando divisiones radicales.1
Interpretaciones mesiánicas y proféticas
El Libro de Daniel abunda en profecías que la Iglesia Católica interpreta como prefiguraciones de Cristo y los últimos tiempos. La figura del «Hijo del Hombre» (Dn 7,13-14) es central, presentada como un ser divino que recibe dominio eterno, un título que Jesús asume en los Evangelios para revelar su mesianidad.3 San Agustín y otros Padres ven en las cuatro bestias los imperios históricos culminando en el Anticristo, seguido por el juicio final y el reino de los santos.5
La profecía de las setenta semanas
Uno de los pasajes más debatidos es Daniel 9,24-27, la profecía de las «setenta semanas» decretadas sobre Jerusalén para expiar pecados y ungir al Santo de los Santos. La interpretación tradicional católica la ve como un anuncio directo de la venida de Cristo: las siete semanas iniciales reconstruyen la ciudad, las sesenta y dos llevan al Mesías «cortado» (su muerte), y la última semana alude al sacrificio eterno y la destrucción del Templo en 70 d. C.1
Otras lecturas, como la de algunos Padres, la aplican al periodo de Antíoco con tipología cristológica, o de modo escatológico al desarrollo del Reino de Dios hasta la Parusía. El texto, oscurecido por variantes lingüísticas, enfatiza la redención mediante un pacto firme, interrumpido por la «abominación desoladora». La Iglesia privilegia la visión mesiánica, alineándola con la teología paulina y joánica.1,3
Canon y recepción en la Iglesia Católica
El Libro de Daniel ha sido parte del canon católico desde los primeros siglos, confirmado por el Concilio de Trento (1546), que incluyó sus porciones deuterocanónicas junto a los proto-canónicos.4 En la Septuaginta y la Vulgata, se integra plenamente, reflejando la tradición de la Iglesia primitiva. San Jerónimo, aunque dudó inicialmente de los deuterocanónicos tratándolos como apócrifos, los incluyó en su traducción por su valor edificante.1
La recepción patrística es rica: Hipólito de Roma lo comenta como profecía del Anticristo y el fin del mundo (c. 200 d. C.), mientras Hildegarda de Bingen (siglo XII) lo vincula a visiones escatológicas de persecución y victoria eclesial.6,7,8 En la liturgia, se lee en Adviento y Cuaresma, recordando la esperanza en medio de la tribulación. Juan Pablo II, en su audiencia de 1991, lo presenta como puente entre el Antiguo y Nuevo Testamento, culminando en el reino mesiánico.3 Hoy, la Iglesia lo usa para catequesis sobre la providencia y la resurrección, afirmando su inerrancia inspirada pese a debates académicos.
Influencia y legado teológico
El legado del Libro de Daniel trasciende su época, influyendo en la escatología cristiana y la resistencia a la tiranía. Sus imágenes —el Hijo del Hombre, la resurrección (Dn 12,2)— moldean la doctrina de la vida eterna y el juicio final, citados en el Credo y el Catecismo. En contextos de persecución, como bajo los nazis o en regímenes totalitarios, ha inspirado a católicos a emular la fidelidad de Daniel.9
Teólogos como Santo Tomás de Aquino lo integran en la angelología (Miguel como príncipe) y la profecía. Su mensaje apocalíptico advierte contra el secularismo, recordando que Dios juzga las naciones. En la cultura católica española, se refleja en arte renacentista y literatura mística, como en las visiones de Santa Teresa. Así, el Libro de Daniel permanece vivo, invitando a la Iglesia a confiar en el reino eterno del Altísimo.
Citas
Libro de Daniel, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Libro de Daniel. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11
Daniel, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Daniel. ↩ ↩2
Papa Juan Pablo II. Audiencia General del 7 de agosto de 1991 (1991). ↩ ↩2 ↩3 ↩4
El canon de la Sagrada Escritura * - Del mismo decreto y de las actas del mismo sínodo romano, Heinrich Joseph Dominicus Denzinger. Las fuentes del dogma católico (Enchiridion Symbolorum), § 179. ↩ ↩2
Capítulo 23.— Lo que Daniel predijo respecto a la persecución del Anticristo, el juicio de Dios y el reino de los santos, Agustín de Hipona. La Ciudad de Dios - Libro 20, § 23 (426). ↩
Hildegarda de Bingen. Libro de las obras divinas, § 117. ↩
Hildegarda de Bingen. Libro de las obras divinas, § 119. ↩
Sobre Daniel - Segundo fragmento (de las visiones), Hipólito de Roma. Fragmentos de los comentarios bíblicos de Hipólito, §Sobre Daniel, Segundo fragmento (De las visiones) (200). ↩
Hipólito de Roma. Sobre el fin del mundo, § 17 (235). ↩
