Libro del profeta Nahún
El Libro del profeta Nahún es uno de los doce profetas menores del Antiguo Testamento en la Biblia católica, un texto profético que anuncia la destrucción de Nínive, capital del Imperio asirio, como juicio divino por sus pecados. Escrito en un estilo poético y vívido, el libro destaca la justicia de Dios, su protección hacia los fieles y su venganza contra los opresores. Atribuido al profeta Nahún de Elcós, se sitúa en el siglo VII a. C. y sirve como mensaje de consuelo para el pueblo de Judá, ilustrando cómo la fidelidad a Yahvé asegura la liberación de las cadenas de la opresión. Este artículo explora su estructura, contexto histórico, temas teológicos y su relevancia en la tradición católica, basándose en la exégesis bíblica y el magisterio eclesial.
Tabla de contenido
Nombre y autoría
El nombre Nahún proviene del hebreo Nahum, que significa «consolador» o «el que consuela», reflejando el tono de alivio que el profeta ofrece al pueblo de Dios frente a la amenaza asiria.1 En la tradición católica, Nahún es considerado uno de los doce profetas menores, mencionado en el canon del Antiguo Testamento definido por el Concilio de Trento en 1546, junto a otros como Oseas, Joel y Abdías.2 El libro se presenta como «la visión de Nahún de Elcós» (Nah 1,1), indicando su origen en una localidad llamada Elcós, cuya ubicación exacta es debatida entre los eruditos.
La autoría tradicional atribuye el texto íntegramente a Nahún, un profeta elcosita del que se sabe poco más allá de su obra. La tradición patrística, como la de San Jerónimo, lo sitúa en Galilea o en las fronteras de Judá y Simeón, aunque algunas leyendas lo vinculan erróneamente con Asiria.1 En la Iglesia católica, no se cuestiona su inspiración divina, y el Catecismo de la Iglesia Católica subraya que los profetas menores como Nahún transmiten la palabra de Dios en contextos de crisis histórica, enfatizando la soberanía divina sobre las naciones paganas.
Contexto histórico
El Libro de Nahún se enmarca en el turbulento siglo VII a. C., durante el declive del Imperio asirio, que había oprimido a Israel y Judá durante décadas. Nínive, su capital, simbolizaba el poderío y la crueldad asiria, recordada por conquistas como la destrucción de Samaria en 722 a. C. y la amenaza constante sobre Jerusalén en tiempos de Ezequías.1 El profeta escribe en un momento de esperanza para Judá, cuando el resurgimiento babilónico y medo debilitaba a Asiria, culminando en la caída de Nínive alrededor de 612 a. C.
Históricamente, el texto alude a eventos como la captura de Tebas (No-Amón) por Asurbanipal en 663 a. C., usada como paralelismo para predecir el destino de Nínive (Nah 3,8-10).1 Esto sitúa la profecía entre 663 y 612 a. C., posiblemente en los reinados de Manasés o Josías, aunque algunos exegetas católicos la datan más tarde, cerca de 625 a. C., cuando Babilonia recuperó su independencia.1 En el contexto judío, Nahún contrasta con Jonás, quien predicó arrepentimiento a Nínive un siglo antes; ahora, la ciudad impenitente enfrenta el juicio divino. Para la tradición católica, este libro ilustra la providencia de Dios, que usa a las naciones como instrumentos de su justicia, un tema recurrente en los profetas.
Estructura y contenido
El Libro de Nahún consta de tres capítulos breves, divididos en dos partes principales: una introducción teológica (capítulo 1) y la descripción profética de la caída de Nínive (capítulos 2 y 3). Su estilo es poético, con imágenes vívidas de destrucción y consuelo, caracterizado por aliteraciones y paralelismos hebreos que lo convierten en una «obra maestra literaria» según la exégesis católica.1 El texto no es un acróstico completo como el de Lamentaciones, pero su forma lírica evoca salmos de juicio divino.
Capítulo 1: La justicia y la bondad de Dios
El primer capítulo comienza con un oráculo contra Nínive (Nah 1,1) y presenta a Dios como un ser celoso y vengador (Nah 1,2), pero también lento para la ira y protector de los fieles (Nah 1,3-7).3 Se describe la ira divina manifestándose en cataclismos naturales: el Señor reprende el mar, seca los ríos y hace temblar las montañas (Nah 1,4-6), simbolizando su poder absoluto sobre la creación. Esta teofanía apocalíptica contrasta con la bondad de Yahvé como «fortaleza en el día de la angustia» (Nah 1,7), prometiendo la destrucción total de los adversarios (Nah 1,8-11).
Hacia el final, el profeta anuncia la liberación de Judá del yugo asirio: «Ahora romperé su yugo de sobre ti y desgarraré tus cadenas» (Nah 1,13).3 Culmina con la imagen mesiánica de un mensajero de buenas nuevas: «¡Mirad sobre los montes los pies del que trae la noticia, del que anuncia la paz!» (Nah 1,15), evocando la paz eterna para Judá. En la interpretación católica, este pasaje prefigura la venida de Cristo como portador de salvación, como nota San Agustín en La ciudad de Dios.4
Capítulo 2: La destrucción de Nínive
El segundo capítulo pinta un cuadro dramático del asedio y saqueo de la ciudad. Un «destructor» avanza contra Nínive, urgiendo a sus habitantes a fortificar murallas y prepararse (Nah 2,1-2).5 Se describe la llegada de los guerreros enemigos con escudos rojos y carros relucientes que corren como antorchas (Nah 2,3-4), evocando el caos de la batalla. Las puertas del río se abren, el palacio tiembla y la ciudad se vacía como un estanque que se drena (Nah 2,6-8).5
El profeta lamenta la pérdida de las riquezas de Nínive, comparada con la guarida de leones donde el rey asirio acumulaba botines para su prole (Nah 2,11-12). Dios declara: «Yo estoy contra ti… quemaré tus carros en humo» (Nah 2,13),5 enfatizando que la voz de los mensajeros asirios ya no se oirá. Esta sección resalta la vanidad del poder humano ante la voluntad divina, un recordatorio para los lectores de Judá de la restauración de su majestad (Nah 2,2).
Capítulo 3: El juicio final y la ruina
El tercer capítulo denuncia los pecados de Nínive: su sangre derramada, mentiras, rapiña y hechicería (Nah 3,1-4). Dios promete humillarla públicamente, como a una prostituta, y compararla con Tebas (No-Amón), que cayó pese a su fortaleza (Nah 3,5-10).1 Nínive, ebria de sangre, enfrentará un fin amargo sin compasión (Nah 3,11). Sus guerreros y mercaderes, como langostas, huirán en pánico (Nah 3,12-17).
El libro concluye con la imagen de la reina viuda entre despojos y el clamor universal por la caída del opresor: «Todos los que oigan hablar de ti batirán palmas por ti» (Nah 3,19).1 Esta visión profética se cumplió históricamente en 612 a. C., validando la palabra de Dios y consolando a Judá.
Fecha y crítica textual
La datación precisa del libro es objeto de debate, pero la tradición católica lo ubica entre 663 y 612 a. C., tras la destrucción de Tebas y antes de la caída de Nínive.1 Críticos antiguos, como San Jerónimo, lo sitúan en el exilio babilónico, pero evidencias textuales lo rechazan por referencias a eventos preexílicos.1 La unidad del libro es defendida por la mayoría de exegetas católicos, aunque algunos cuestionan partes del capítulo 1 por su forma acróstica incompleta, atribuyéndola a ediciones posteriores; sin embargo, estas objeciones se consideran débiles.1
En la crítica moderna, influida por el historicismo, se propone una composición en etapas, pero el Magisterio católico, fiel al canon tridentino, afirma su integridad inspirada.2 No hay discrepancias significativas en los manuscritos de Qumrán o la Septuaginta, que preservan el texto hebreo con mínimas variantes.
Temas teológicos
El núcleo teológico de Nahún es la soberanía de Dios sobre las naciones: Él es vengador contra los impíos pero refugio para los justos.1 Temas clave incluyen la justicia divina (Nah 1,2-3), que no deja impune el mal, y la esperanza escatológica, con la promesa de paz eterna (Nah 1,15). A diferencia de otros profetas, Nahún se centra en el juicio extranjero, usando la caída de Nínive como lección para Judá: la infidelidad, no el poder enemigo, es el verdadero peligro.6
En perspectiva católica, el libro prefigura el Evangelio: la destrucción de ídolos (Nah 1,14) evoca la victoria de Cristo sobre el paganismo, como interpreta San Agustín.4 Papa Juan Pablo II, en audiencias sobre los profetas, enfatiza la confianza en Dios frente a opresores, recordando que la fidelidad al pacto asegura protección divina.6 Así, Nahún enseña la providencia, invitando a la conversión y la celebración de las fiestas (Nah 1,15).
Influencia en la tradición católica
En la liturgia católica, Nahún se lee en la Misa y la Liturgia de las Horas, especialmente en tiempos de Adviento para resaltar la venida del Salvador. San Agustín lo vincula directamente a la Ascensión de Cristo y el don del Espíritu.4 Padres de la Iglesia como San Jerónimo lo comentan en sus obras exegéticas, alabando su estilo poético como modelo de profecía inspirada.1
En el arte y la devoción, Nahún inspira representaciones de la ruina de los tiranos, simbolizando la humildad ante Dios. El Concilio de Trento reafirma su canonicidad, integrándolo en la Vulgata latina.2 Hoy, en catequesis católica, se usa para meditar sobre la justicia social: el juicio contra la opresión asiria recuerda la defensa de los pobres en la doctrina social de la Iglesia.
En resumen, el Libro del profeta Nahún ofrece un mensaje atemporal de consuelo divino en medio del caos histórico, afirmando que la fidelidad a Dios triunfa sobre cualquier imperio humano. Su poesía vigorosa y su teología profunda lo convierten en un pilar de la revelación católica, invitando a los creyentes a confiar en la bondad del Señor como fortaleza inquebrantable.
Citas
Nahum, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Nahum. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13
Canon del Antiguo Testamento, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Canon del Antiguo Testamento. ↩ ↩2 ↩3
La Nueva Versión Estándar Revisada, Edición Católica (NRSV-CE). La Santa Biblia, §Nahum 1. ↩ ↩2
Capítulo 31.— de las predicciones concernientes a la salvación del mundo en Cristo, en Abdías, Nahum y Habacuc, Agustín de Hipona. La Ciudad de Dios - Libro 18, §Capítulo 31 (426). ↩ ↩2 ↩3
La Nueva Versión Estándar Revisada, Edición Católica (NRSV-CE). La Santa Biblia, §Nahum 2. ↩ ↩2 ↩3
Papa Juan Pablo II. Audiencia General del 29 de agosto de 2001, § 2 (2001). ↩ ↩2
