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Melecio de Licópolis

Melecio de Licópolis fue un obispo egipcio del siglo IV que se convirtió en figura central de un cisma eclesiástico en la Iglesia primitiva, conocido como el cisma meletiano. Como obispo de Licópolis, en la región de Tebas, su oposición a las directrices de Pedro de Alejandría durante la persecución de Diocleciano llevó a una división que afectó a las comunidades cristianas de Egipto. Aunque inicialmente motivado por cuestiones pastorales en tiempos de crisis, su insubordinación y ordenaciones irregulares provocaron un conflicto que el Concilio de Nicea (325) intentó resolver mediante decretos de reconciliación condicional. El cisma, que duró varias décadas, influyó en la dinámica eclesiástica egipcia y se entremezcló con otras controversias, como el arrianismo, dejando un legado de tensiones en la tradición católica y copta.

Tabla de contenido

Biografía

Orígenes y contexto histórico

Melecio, cuyo nombre completo en griego es Meletios (Μελέτιος), nació probablemente en el siglo III en Egipto, aunque las fuentes no precisan su fecha exacta de nacimiento ni detalles sobre su familia o formación inicial. La ciudad de Licópolis (actual Siut o Asyut), en la Tebaida superior, era un centro de influencia cristiana en el Bajo Egipto durante los primeros siglos del cristianismo. Esta urbe, conocida en la antigüedad como Lykopolis por su culto al dios egipcio Anubis representado como un chacal (o «lobo» en griego), había adoptado el cristianismo de manera progresiva, convirtiéndose en sede episcopal bajo la autoridad metropolitana de Alejandría.

En el contexto de la persecución de Diocleciano (303-311), que azotó a la Iglesia egipcia con especial dureza, Melecio fue ordenado obispo de Licópolis alrededor del año 303. Esta época se caracterizaba por la escasez de clérigos disponibles, ya que muchos obispos y presbíteros estaban encarcelados, exiliados o martirizados. Pedro de Alejandría, patriarca desde el 300, había establecido un sistema de «visitadores» (circumeuntes) para atender las parroquias desatendidas, pero Melecio interpretó esta situación como una oportunidad para intervenir directamente, lo que generaría tensiones inmediatas.

Las fuentes patrísticas, como las referencias de San Atanasio y los documentos descubiertos en el siglo XVIII, retratan a Melecio como un eclesiástico ambicioso y celoso de la autoridad patriarcal de Alejandría. Su posición como obispo de una diócesis secundaria no le impedía aspirar a un rol más prominente, especialmente en un momento en que la unidad eclesiástica era frágil. Historiadores como Eusebio de Cesarea y Teodoreto de Cirro mencionan su figura en el marco de las divisiones internas que precedieron al Concilio de Nicea.

Ascenso al episcopado y primeras acciones

Melecio asumió su cargo en un período de gran turbulencia. La persecución imperial obligaba a los cristianos a elegir entre la apostasía (sacrificar a los dioses romanos) o el martirio. Pedro de Alejandría, un teólogo riguroso y mártir eventual, enfatizaba la disciplina canónica y la obediencia jerárquica. Melecio, por su parte, parece haber adoptado una postura más independiente, posiblemente influida por su proximidad a las comunidades rurales de la Tebaida, donde la autoridad alejandrina era menos directa.

Poco después de su ordenación, Melecio comenzó a realizar ordenaciones fuera de su diócesis, contraviniendo la antigua norma eclesiástica que prohibía a un obispo intervenir en sedes ajenas sin permiso metropolitano. Según una carta de protesta firmada por cuatro obispos egipcios (Hesiquio, Pacomio, Teodoro y Fileas) en 306 o 307, Melecio ignoró las instrucciones de Pedro y de los obispos encarcelados, creando confusión en las congregaciones sin pastor.1 Esta acción se justificaba por la necesidad pastoral, pero fue vista como una usurpación de autoridad, especialmente al ordenar clérigos en Alejandría misma, sede primada de Egipto.

El cisma meletiano

Causas y desarrollo del conflicto

El cisma meletiano surgió directamente de la rivalidad entre Melecio y Pedro de Alejandría. Mientras Pedro se ocultaba para evitar la persecución, Melecio se presentó en Alejandría, destituyendo a los visitadores designados por el patriarca y ordenando nuevos presbíteros y diáconos, incluyendo a figuras controvertidas como Isidoro y Arrio (el futuro herejearca arriano). Pedro, al enterarse, escribió una carta excomulgando a Melecio y aconsejando a los fieles alejandrinos evitar toda comunión con él hasta un juicio formal.2

Las acusaciones contra Melecio eran graves: no solo insubordinación, sino también posible apostasía, ya que San Atanasio lo acusa de haber sacrificado a los ídolos para evitar el martirio, aunque esta imputación carece de corroboración en los documentos primarios y podría derivar de rumores.3 San Epifanio de Salamina ofrece una versión alternativa, atribuyendo el cisma a desacuerdos sobre la reconciliación de los lapsi (cristianos que habían abjurado bajo tortura), con Melecio defendiendo una penitencia más severa que la de Pedro.1 Sin embargo, los documentos latinos descubiertos por Scipione Maffei en Verona (siglo XVIII) confirman la versión de usurpación territorial y canónica como la más fiable.1

El cisma se extendió rápidamente por Egipto, Libia y Pentápolis, dividiendo comunidades enteras. Melecio estableció una red paralela de clérigos, atrayendo a disidentes descontentos con la moderación de Pedro en materia de lapsi. Su movimiento, inicialmente rigurista, ganó adeptos entre los que veían en él un defensor de la pureza eclesiástica frente a la supuesta laxitud alejandrina.

Implicaciones teológicas y pastorales

El cisma no fue puramente disciplinario; reflejaba tensiones más profundas en la Iglesia primitiva sobre la autoridad episcopal y la unidad eclesial. Melecio, al retener su título de obispo pero actuando como patriarca de facto, desafiaba la primacía de Alejandría, que se basaba en la tradición apostólica de San Marcos. Este conflicto prefiguró divisiones posteriores, como el arrianismo, ya que Arrio, ordenado presbítero en Alejandría, se alineó inicialmente con los melecianos antes de desarrollar su propia herejía.2

En el plano pastoral, el cisma complicó la atención a los fieles durante la persecución. Mientras Pedro enfatizaba la misericordia para los arrepentidos, Melecio priorizaba la disciplina, lo que atrajo a sectores conservadores pero fragmentó la Iglesia. Documentos como los Hechos de Pedro de Alejandría lo describen como un «obispo cismático de mente y nombre negro», que rasgó la túnica de la Iglesia católica como los soldados en la Pasión de Cristo.2

El Concilio de Nicea y la resolución del cisma

Intervención conciliar

El primer Concilio Ecuménico de Nicea (325), convocado por el emperador Constantino para resolver el arrianismo, también abordó el cisma meletiano como uno de sus tres grandes temas, junto con la fecha pascual.4 La epístola sinodal dirigida a los obispos egipcios detalla las decisiones: Melecio fue tratado con clemencia, permitiéndole residir en Licópolis pero sin autoridad para ordenar o intervenir en otras diócesis. Retuvo su título episcopal, pero sus ordenaciones fueron declaradas inválidas, requiriendo reordenación para sus clérigos.1,4

Los melecianos admitidos en comunión debían subordinarse a los ordenados por Alejandro de Alejandría (sucesor de Pedro), sin poder actuar independientemente. En caso de vacantes, podrían ascender si eran elegidos por el pueblo y aprobados por el obispo católico.4 Esta medida buscaba la reconciliación sin premiar la rebelión, preservando la unidad bajo la autoridad de Alejandría.

Efectos inmediatos y persistencia

Aunque el concilio mitigó el cisma, no lo erradicó. Melecio, al morir poco después (alrededor de 327-328), designó a un sucesor contra las normas nicenas, prolongando las divisiones.5 Los melecianos se aliaron temporalmente con los arrianos contra la ortodoxia alejandrina, aunque diferían en doctrina: los primeros se centraban en cuestiones jurisdiccionales, mientras los segundos negaban la divinidad de Cristo.5 Para el siglo IV, el término «meletiano» se usaba indistintamente para herejías en Egipto, influyendo en la Iglesia copta hasta su supresión gradual.

Legado y controversias

Influencia en la tradición eclesial

El cisma meletiano dejó un legado mixto en la tradición católica. Por un lado, resaltó la importancia de la obediencia canónica y la primacía metropolitana, principios reafirmados en concilios posteriores como el de Constantinopla (381). Por otro, ilustró los desafíos de la Iglesia en tiempos de persecución, donde la necesidad pastoral podía chocar con la disciplina. En la historiografía católica, Melecio es visto como un disidente cuya ambición dañó la unidad, pero algunas fuentes copticas lo retratan con mayor simpatía como reformador.

En la España católica contemporánea, su figura se estudia en contextos de historia patrística, enfatizando lecciones sobre la eclesiología. No existe veneración litúrgica de Melecio en la Iglesia católica, a diferencia de santos como Pedro de Alejandría (fiesta el 25 de noviembre).

Discrepancias en las fuentes

Las narraciones varían: San Atanasio lo condena duramente en su Apología contra los arrianos (356), datando el cisma en 306.6 Epifanio, en su Panarion (ca. 375), ofrece una visión más matizada, posiblemente influida por tradiciones locales.1 Los documentos de Maffei, basados en originales griegos perdidos, proporcionan la cronología más precisa: inicio en 304-305, durante la persecución.1 Historiadores modernos, como aquellos en la Catholic Encyclopedia, priorizan estas fuentes sobre relatos legendarios, reconociendo que el cisma duró hasta el siglo V, fusionándose con el monofisismo.

Controversias persisten sobre si Melecio sacrificó realmente o fue calumniado; el silencio del Concilio de Nicea sugiere que no fue un factor decisivo.3 En última instancia, su historia subraya la resiliencia de la Iglesia católica frente a divisiones internas.

Fuentes históricas

La principal fuente sobre Melecio proviene de la tradición patrística egipcia. Los documentos de Verona (cartas de obispos y Pedro) son fundamentales, autenticados por su concordancia con Atanasio y Teodoreto.1 La Historia Eclesiástica de Eusebio (ca. 325) menciona el cisma brevemente, mientras que Rufino de Aquilea (ca. 402) y Sozomeno (ca. 440) detallan su evolución.5 En la tradición católica española, obras como la Enciclopedia Católica (1913) sintetizan estos textos, enfatizando su relevancia para la unidad eclesial.

Para estudios profundos, se recomiendan ediciones críticas de los cánones nicenos y las obras de Atanasio, disponibles en bibliotecas eclesiásticas como la de la Universidad Pontificia de Salamanca.

Citas

  1. Melecio de Licópolis, The Encyclopedia Press. Catholic Encyclopedia, §Melecio de Licópolis. 2 3 4 5 6 7

  2. Pedro de Alejandría. Las Actas de Pedro de Alejandría (250). 2 3

  3. San Pedro de Alejandría, The Encyclopedia Press. Catholic Encyclopedia, §San Pedro de Alejandría. 2

  4. Capítulo 8. Hechos relacionados con Melecio el Egipcio, de quien se originó el cisma meleciano, que permanece hasta hoy.— Epístola sinodal con respecto a él, Teodoreto de Ciro. Historia Eclesiástica, §Libro I, Capítulo 8 (440). 2 3

  5. Capítulo 21. Los melicianos y los arrianos concuerdan en sentimiento; Eusebio y Teognis se esfuerzan por inflamar de nuevo la enfermedad de Arrio, Salamanes Hermias Sozomenos (Sozomen). Historia Eclesiástica - Rufino de Aquileya, §Libro II - Capítulo 21 (402). 2 3

  6. Documentos relacionados con el concilio de Tiro. - Un programa presentado por Melecio al obispo Alejandro, Atanasio de Alejandría. Apologia Contra Arianos, §Parte II. Capítulo 6.71 (356).