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Cruz

Ofrendas en la Misa

Ofrendas en la Misa
Seminario Mayor de Asidonia-Jerez 2005. Dominio público.

Las ofrendas en la Misa constituyen un momento esencial de la liturgia eucarística en la tradición católica, donde se presentan el pan y el vino, junto con las contribuciones de los fieles, como dones simbólicos que anticipan el sacrificio de Cristo. Este rito, conocido como ofertorio, tiene raíces antiguas en la práctica cristiana y se enriquece con oraciones que invocan la bendición divina sobre los elementos que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor. A lo largo de la historia, las ofrendas han evolucionado desde gestos simples de presentación hasta un acto participativo que une a la comunidad en la ofrenda sacrificial, regulado por normas eclesiásticas para evitar abusos y preservar su sentido espiritual. En el contexto actual, estas ofrendas no solo incluyen los dones materiales, sino también las intenciones y limosnas de los fieles, promoviendo una comunión más profunda con el misterio eucarístico.

Tabla de contenido

Historia de las ofrendas en la liturgia

El origen de las ofrendas en la Misa se remonta a los primeros siglos del cristianismo, cuando la presentación de los dones era un acto preparatorio para la consagración. En los tiempos apostólicos, no existía un rito formalizado, sino que el pan y el vino se traían al momento de la celebración, como describe Justino Mártir en su Apología primera, donde se menciona que estos elementos se presentaban al presidente de la asamblea.1 Pronto, este gesto se acompañó de oraciones que pedían a Dios la santificación de los dones y su transformación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, otorgando a los fieles la gracia de la comunión.

Durante los primeros siglos, la liturgia oriental desarrolló una preparación previa de los dones en una mesa lateral, conocida como proskomide, especialmente en el rito bizantino, donde se realizaban divisiones, incensaciones y oraciones antes de la procesión solemne al altar.1 En contraste, la tradición romana mantuvo una simplicidad inicial, con la colocación de los dones directamente sobre el altar acompañada de una oración silenciosa, como se evidencia en la Constitución Apostólica.1 A partir del siglo X, surgió la costumbre de ofrecer donos conmemorativos para solicitar Misas por intenciones específicas, lo que dio lugar a las fundaciones de Misas y al uso de limosnas, una práctica que la Iglesia no solo aprueba, sino que recomienda y promueve.2

En la Edad Media, las oraciones del ofertorio se enriquecieron con elementos galicanos y mozárabes, incorporando fórmulas como Suscipe, sancte Pater o Offerimus tibi, Domine, que se compilaban en sacramentarios como el de Gregorio.1 Estas evoluciones reflejan una progresiva complejidad en el rito, pasando de un mero depósito de elementos a un acto de ofrenda participativa. La Reforma litúrgica posterior, especialmente con el Misal de Pío V en 1570, integró estas oraciones en el Ordinario de la Misa, consolidando su forma actual.1

El rito del ofertorio en la liturgia romana actual

En la forma ordinaria del Rito Romano, el ofertorio sigue inmediatamente a la liturgia de la Palabra y las oraciones sobre las ofrendas, marcando el inicio de la liturgia eucarística propiamente dicha. El sacerdote, actuando in persona Christi, presenta los dones al Padre, pero los fieles participan de manera activa, uniendo sus ofrendas a la del sacerdote.3 Este momento se caracteriza por su simplicidad restaurada tras las reformas del Concilio Vaticano II, eliminando gestos excesivos para enfatizar el sentido sacrificial.4

Preparación y presentación de los dones

La preparación de los dones comienza con la presentación del pan y el vino por parte de los fieles o ministros, un gesto que simboliza la entrega de la creación a Dios. El sacerdote eleva la patena con la hostia y el cáliz, pronunciando oraciones que invocan la aceptación divina de estos elementos «para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo amado».1 Según la instrucción Tres abhinc annos de 1967, se omiten los signos de la cruz con la patena y el cáliz al depositarlos sobre el corporal, manteniendo solo aquellos sobre el agua en la oración Deus, qui humanae substantiae y sobre los dones en la invocación Veni, sanctificator.4 La patena con la hostia permanece sobre el corporal durante toda la Misa, antes y después de la consagración, subrayando la continuidad del sacrificio.4

Este rito, que ha crecido desde la simplicidad primitiva de colocar los elementos sobre el altar, busca evitar acumulaciones de gestos y fórmulas que distraigan del núcleo eucarístico.4 En la práctica, el canto del ofertorio —un salmo o himno apropiado— acompaña esta presentación, fomentando la participación comunitaria.

Oraciones y gestos acompañantes

Las oraciones del ofertorio expresan la intención de unir los dones materiales con el sacrificio espiritual de los fieles. Por ejemplo, en In spiritu humilitatis, se pide que Dios acepte la ofrenda como en el Antiguo Testamento, mientras que Veni, sanctificator invoca al Espíritu Santo para bendecir los dones.1 Estas fórmulas, de origen variado —gregoriano, mozárabe y galicano—, se consideraban en la Edad Media como un «canón menor» o ampliación del secreto, pero desde el Misal de 1570 forman parte integral del rito.1

Los gestos, como la mezcla de agua y vino en el cáliz, simbolizan la unión de la humanidad con la divinidad de Cristo, y se acompañan de oraciones que recuerdan esta unión.1 La Iglesia enfatiza que estos actos no son meros rituales, sino expresiones de la fe comunitaria en la ofrenda sacrificial.

Significado teológico de las ofrendas

Teológicamente, las ofrendas en la Misa representan la participación de los fieles en el único sacrificio de Cristo, que se hace presente de manera incruenta sobre el altar.3 El sacerdote, como representante de Cristo, realiza la inmolación no sangrienta en la consagración, pero los fieles ofrecen el sacrificio «por las manos del sacerdote» y en unión con él, extendiendo así su ofrenda a la gloria de la Trinidad y al bien de la Iglesia.3 Este doble modo de participación —mediata e inmediata— integra las ofrendas de los laicos en el culto litúrgico, evitando confusiones que equiparen su rol al del sacerdote.3

La Eucaristía no es solo presencia real de Cristo, sino también su ofrenda al Padre para la salvación del mundo, perpetuando el sacrificio de la Cruz.5 Las ofrendas materiales —pan y vino— prefiguran esta entrega total, invitando a los fieles a ofrecer sus vidas como «sacrificio de alabanza» (cf. Hb 13,15). En este sentido, el ofertorio es un acto de comunión con Cristo, que transforma los dones cotidianos en medios de gracia.5

Ofrendas de los fieles y donativos

Desde el siglo X, los fieles han ofrecido donos para solicitar Misas por intenciones específicas, una costumbre que involucra a la comunidad en el sacrificio eucarístico.2 Estos donativos, distribuidos históricamente entre pobres, clero y culto, se consideraban limosnas o recompensas por el servicio sacerdotal, nunca como «precio» de la Misa, para evitar el simonismo.2 La Iglesia promueve esta práctica como medio para unirse más íntimamente a Cristo y contribuir al sustento de sus ministros, recordando las palabras de san Pablo: quienes sirven al altar tienen derecho a vivir del altar (1 Cor 9,13-14).2

En la actualidad, cada oferta debe corresponder a una Misa distinta celebrada por el sacerdote, salvo excepciones con consentimiento explícito de los donantes y no de forma cotidiana, para preservar su carácter excepcional.2 Este uso fortalece la caridad y la solidaridad, integrando el sacrificio personal en el eucarístico.

Normativa eclesiástica sobre las ofrendas

La disciplina canónica regula las ofrendas para tutelar su significado y prevenir abusos, como se detalla en los cánones 945-958 del Código de Derecho Canónico.5 El Decreto del Dicasterio para el Clero de 2025 actualiza estas normas, excluyendo prácticas abusivas y enfatizando que las limosnas no deben reducir la Eucaristía a una fuente económica.2 Los sacerdotes deben redescubrir diariamente el valor de la celebración eucarística, evitando que se convierta en hábito mecánico.5

En contextos de fundaciones de Misas, se exige una aplicación distinta por cada donativo, promoviendo la transparencia y la justicia.2 Estas regulaciones, emanadas tras consultas amplias, adaptan la tradición a las necesidades contemporáneas, manteniendo la Eucaristía como centro de la vida sacerdotal y comunitaria.2

Las ofrendas en contextos litúrgicos especiales

En celebraciones como la dedicación de una iglesia o altar, las ofrendas adquieren un relieve particular. Según el Ordo Dedicationis Ecclesiae et Altaris, tras preparar el altar con manteles y flores, fieles presentan pan, vino y agua al obispo, quien los recibe en la sede mientras se canta una antífona como Si offers munus tuum ad altare (Mt 5,23-24), recordando la reconciliación previa a la ofrenda.6,7 El obispo besa el altar y procede a la Misa sin incensar los dones ni el altar en este momento, enfatizando la santidad del espacio dedicado.6

Este rito simboliza el crecimiento de la comunidad como «templo santo» sobre Cristo, la piedra viva, ofreciendo sobre el altar del corazón un sacrificio de vida santa.7 En tales ocasiones, las ofrendas subrayan la dimensión comunitaria y escatológica de la Eucaristía.

Citas

  1. Ofertorio, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Ofertorio. 2 3 4 5 6 7 8 9

  2. Dicasterio para el Clero. Decreto del Dicasterio para el Clero sobre la disciplina de las intenciones de Misa (13 abril 2025) (2025). 2 3 4 5 6 7 8

  3. Papa Pío XII. Mediator Dei, § 92. 2 3 4

  4. III. De quibusdam variationibus in ordine missae, Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Instrucción Tres abhinc annos (4 mayo 1967), § 9. 2 3 4

  5. La eucaristía en el orden jurídico de la Iglesia - Eucaristía: Don inestimable y derecho de los fieles - La eucaristía: Cristo ofrecido, Dicasterio para los Textos Legislativos. La Eucaristía en el orden jurídico de la Iglesia (12 noviembre 2005), § I. 2 3 4

  6. Sagrada Congregación para el Culto Divino. Ordo Dedicationis Ecclesiae et Altaris (Orden de Dedicación de una Iglesia y un Altar), § 121. 2

  7. Pars quarta, Sagrada Congregación para el Culto Divino. Ordo Dedicationis Ecclesiae et Altaris (Orden de Dedicación de una Iglesia y un Altar), § 116. 2