Wikitólica

La enciclopedia y wiki católica en español

Cruz

Orden Cisterciense (Monjas)

Orden Cisterciense (Monjas)
Escudo de armas de la Orden Cisterciense. Original, Tardigradius, CC BY-SA 4.0 📄

La Orden Cisterciense de monjas representa la rama femenina de una de las familias monásticas más antiguas y veneradas de la Iglesia católica, fundada en el siglo XII como una reforma benedictina centrada en la simplicidad, la oración contemplativa y el trabajo manual. Inspiradas en la Regla de san Benito y en el ideal de retornar a las fuentes evangélicas, estas comunidades de mujeres han jugado un papel esencial en la vida espiritual de la Iglesia, promoviendo la vida claustral, la adoración eucarística y la contribución al bien común a través de su testimonio silencioso. Desde su origen en monasterios como Tart en Francia, las monjas cistercienses han expandido su presencia por Europa, América y otros continentes, adaptándose a los desafíos históricos como la Revolución Francesa y el Concilio Vaticano II, mientras mantienen su compromiso con la renovación espiritual y la igualdad en la participación eclesial. Este artículo explora su historia, espiritualidad, estructura y legado, destacando su relevancia en la tradición católica contemporánea.

Tabla de contenido

Historia

La historia de la Orden Cisterciense femenina se entrelaza con la del movimiento cisterciense masculino, surgido en 1098 en Cîteaux como una reforma para restaurar la observancia literal de la Regla de san Benito. Aunque las monjas no formaron parte inicial de esta fundación, su integración pronto se convirtió en un pilar fundamental de la orden, impulsada por el deseo de extender el carisma cisterciense a las mujeres consagradas.1

Fundación y primeros desarrollos

El primer monasterio cisterciense para mujeres se estableció en Tart, en la diócesis de Langres (actual Dijon, Francia), en el año 1125. Este convento fue fundado por religiosas procedentes del monasterio benedictino de Juilly, con la colaboración directa de san Esteban Harding, abad de Cîteaux. En Juilly, había vivido y muerto santa Humbelina, hermana de san Bernardo de Claraval, cuya figura simboliza el vínculo temprano entre la reforma cisterciense y las mujeres. Las monjas de Tart adoptaron rápidamente la espiritualidad cisterciense, enfatizando la pobreza, la humildad y la vida en comunidad.1

Desde Tart, la orden se expandió rápidamente. En 1140, se fundó el monasterio de Ferraque en la diócesis de Noyon, seguido de Blandecques en 1153 (diócesis de Saint-Omer) y Montreuil-les-Dames en 1164, cerca de Laon. Estas fundaciones iniciales reflejaban el dinamismo de la orden, que buscaba replicar el modelo de vida austera de los monjes en entornos femeninos.1 En España, el primer monasterio fue Tulebras en 1134, en el reino de Navarra, marcando el inicio de una fuerte implantación ibérica. Le siguieron Las Huelgas de Valladolid (1140), Espíritu Santo de Olmedo (1142) y otros como Villabona (1155) y Perales (1160). El más célebre fue Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos, fundado en 1187 por el rey Alfonso VIII de Castilla, con monjas procedentes de Tulebras bajo la guía de la abadesa Misol. Su segunda abadesa, Constance, hija del fundador, ejerció una influencia notable, aunque generó controversias por su percepción de autoridad en la predicación y confesiones, lo que subraya la autonomía temprana de estas comunidades.1

En 1190, las dieciocho abadesas de Francia celebraron su primer capítulo general en Tart, un hito que demostró la organización autónoma de las monjas. Las abadesas realizaban visitas regulares a sus casas filiales, consolidando una red de monasterios que se extendió por Europa.1

Expansión medieval y edad de oro

Durante la edad de oro cisterciense (1134-1342), impulsada por san Bernardo, las monjas contribuyeron al florecimiento de la orden. Aunque no constituían un «segundo orden» separado, sino una parte integral de la familia cisterciense, su crecimiento fue paralelo al de los monjes. La orden se ramificó en ramas reformadas y no reformadas, con énfasis en la observancia estricta. En el siglo XII, los monasterios femeninos se multiplicaron en regiones como Italia, Inglaterra y el Sacro Imperio Romano, atrayendo a nobles y campesinas por igual.1,2

La espiritualidad cisterciense, centrada en la búsqueda de Dios en la soledad y el silencio, encontró eco en las mujeres, que vivían una vida de oración incesante y laboriosidad. Figuras como santa Humbelina inspiraron vocaciones, y los lazos familiares con monjes cistercienses, como en el caso de san Bernardo, facilitaron la difusión.1

Declive, supresiones y restauración

El declive de la orden comenzó en el siglo XIV debido a guerras, pestes y relajación disciplinaria. La Reforma Protestante y las guerras religiosas diezmaron muchas comunidades. En Francia, la Revolución Francesa (1789-1799) dispersó a las monjas, destruyendo conventos como Port-Royal des Champs en 1710, aunque algunas sobrevivieron en la clandestinidad.1

La restauración llegó en el siglo XIX. Dom Augustin de Lestrange reunió a las dispersas monjas cistercienses en 1795 en el monasterio de La Sainte-Volonté de Dieu en Suiza, apodadas «trappistinas» por su adhesión a la observancia estricta de La Trappe. Tras exilios y peregrinaciones, regresaron a Francia en 1816, estableciéndose en Forges cerca de La Trappe y en Les Gardes (Angers). Esta rama reformada, unida en 1892 bajo el título oficial de Cistercienses Reformados de la Estrita Observancia, se expandió rápidamente por Europa y más allá.1

En América, los primeros intentos datan del siglo XIX, pero el primer monasterio genuino fue Nuestra Señora del Buen Consejo de San Romualdo, cerca de Quebec, fundado en 1902 por la priora Lutgarde de Bonneval (Francia). Otras comunidades surgieron en Estados Unidos y Canadá, a menudo vinculadas a la rama trapense.1

El Concilio Vaticano II (1962-1965) impulsó una renovación, enfatizando el retorno a las fuentes y la adaptación de estructuras. Documentos como Perfectae caritatis promovieron la igualdad en la participación de las monjas en el gobierno de la orden, un proceso cauteloso pero constante.3,4

Espiritualidad y carisma

La espiritualidad cisterciense de las monjas se basa en la Regla de san Benito, interpretada de manera literal: ora et labora (reza y trabaja). Su carisma enfatiza la contemplación, la simplicidad evangélica y la comunión fraterna, viviendo en clausura para buscar a Dios en el silencio del corazón.2

Influenciadas por los Padres de la Iglesia y san Bernardo, las monjas cultivan una oración litúrgica rica, centrada en la Eucaristía y la lectio divina. Su vida claustral no es aislamiento, sino un testimonio profético para el mundo, como subrayó Juan Pablo II: las monjas, «totalmente votadas a la contemplación en el silencio, en la soledad, en la oferta orante de sí mismas», son un «punto de referencia esencial» para la diócesis.5 Pablo VI las animó a reflejar a Cristo contemplativo y solícito, mientras que Juan Pablo II las comparó con la «veste blanca» de la esposa de Cristo, esencial para la Iglesia y el mundo en tiempos de secularización.6,7

En la tradición cisterciense, las monjas no son un apéndice, sino parte integral: «las monjas cistercienses no constituyen un 'segundo orden' junto al 'primero' de los monjes, sino que son parte integrante de la misma Orden Cisterciense».4 Su contribución al «genio femenino» enriquece la misión de la Iglesia, promoviendo la dignidad de la mujer en la vocación consagrada.4

Estructura y gobierno

La Orden Cisterciense femenina se organiza en dos ramas principales: la Estiria Observancia (trappistinas) y la Observancia Común. La primera, más estricta, incluye alrededor de 21 monasterios con unas 2000 religiosas (datos de principios del siglo XX, con crecimiento posterior). Se distribuyen en Francia (9), Países Bajos (3), Canadá (2) y otros países como Italia, España, Bélgica, Alemania, Suiza, Inglaterra y Japón.1

La segunda rama, no reformada, comprende congregaciones en Austria (3 monasterios, 124 miembros), Suiza (12, 574 miembros) y la Observancia de Sénanque (2, 30 miembros). En España, 20 monasterios no reformados están afiliados espiritualmente a los reformados, pero bajo jurisdicción episcopal.1

El gobierno se rige por capítulos generales y consejos. Desde 1968-1969, las monjas participan en decisiones de la orden, incluyendo el Consejo del Abad General, el Sínodo y capítulos unificados.4 Juan Pablo II elogió este proceso de 30 años, que integra a las abadesas como observadoras y participantes, valorando su «contribución a la realización de la misión cisterciense en la Iglesia y en el mundo».3,4 La Commissio pro monialibus y la Curia General apoyan esta colaboración, asegurando la renovación espiritual motivada por el Vaticano II.4

Presencia actual y legado

Hoy, las monjas cistercienses mantienen una presencia global, con monasterios en Europa, América, Asia y África. En España, destacan Las Huelgas de Burgos y Tulebras, centros de vida contemplativa. En América Latina y Norteamérica, comunidades como las de Quebec y varias en EE.UU. continúan la tradición trapense, enfocadas en la hospitalidad y la producción artesanal (como queso o dulces) para sostenerse.1

Su legado incluye santas y beatas como santa Humbelina y contribuciones a la teología monástica. En el contexto contemporáneo, responden a los desafíos de la Iglesia promoviendo la vocación femenina, como exhortó Juan Pablo II: «No temáis emprender este camino de compromiso y colaboración para vivir plenamente vuestra vocación».4 Bajo el pontificado actual de León XIV, su rol en la sinodalidad y la renovación eclesial sigue siendo vital, alineado con la tradición mariana cisterciense, venerando a la Virgen como modelo de entrega total.4

Citas

  1. Monjas cistercienses, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Monjas cistercienses. 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

  2. Cistercienses, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Cistercienses. 2

  3. Papa Juan Pablo II. Mensaje con motivo del Capítulo General de la Orden Cisterciense (8 de septiembre de 1995) - Discurso, § 1 (1995). 2

  4. Papa Juan Pablo II. A las Abadesas Cistercienses (25 de septiembre de 1998) - Discurso (1998). 2 3 4 5 6 7 8

  5. Papa Juan Pablo II. Encuentro con las religiosas de la Archidiócesis de Pisa (24 de septiembre de 1989) - Discurso, § 2 (1989).

  6. Papa Pablo VI. Viaje Apostólico: A las religiosas (24 de agosto de 1968) - Discurso (1968).

  7. Papa Juan Pablo II. A las monjas de clausura del Monasterio de Santa Susana (5 de marzo de 1989) - Discurso (1989).