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Orden de Cistercienses (Monjas)

La Orden de Cistercienses (Monjas) representa una rama femenina de la antigua tradición monástica cisterciense, fundada en el siglo XII como parte de la reforma benedictina que enfatizaba la simplicidad, el trabajo manual y la oración contemplativa. Surgida de la abadía de Cîteaux, esta orden ha evolucionado a lo largo de los siglos, adaptándose a reformas y desafíos históricos, mientras mantiene su compromiso con la Regla de San Benito. Hoy en día, las monjas cistercienses viven en comunidades contemplativas distribuidas por todo el mundo, contribuyendo a la vida de la Iglesia mediante su dedicación a la liturgia, la hospitalidad espiritual y el testimonio de la vida evangélica, con una presencia notable en España y Europa.

Tabla de contenido

Orígenes e Historia

Fundación y Primeros Pasos

La historia de las monjas cistercienses se entrelaza con la fundación del movimiento cisterciense masculino en 1098, impulsado por San Roberto de Molesme en la abadía de Cîteaux, en Francia. Este grupo buscaba una observancia más estricta de la Regla de San Benito, rechazando las relajaciones de la orden cluniacense. Aunque el origen fue masculino, la rama femenina surgió poco después, en un contexto de renovación espiritual que atraía a muchas mujeres deseosas de una vida monástica austera.1

El primer monasterio cisterciense para mujeres se estableció en 1125 en Tart, en la diócesis de Langres (actualmente Dijon, Francia). Este fundación fue obra de monjas procedentes del monasterio benedictino de Juilly, con la colaboración de San Esteban Harding, abad de Cîteaux. En Juilly, dependencia de Molesme, había vivido y muerto Santa Humbelina, hermana de San Bernardo de Claraval, cuya influencia espiritual fue clave en la difusión del ideal cisterciense entre las mujeres.2 Desde Tart, las monjas extendieron rápidamente su observancia, fundando comunidades sucesivas como Ferraque (1140) en la diócesis de Noyon, Blandecques (1153) en la diócesis de San Omer y Montreuil-les-Dames (1164) cerca de Laón. Estas iniciativas marcaron el inicio de una red femenina autónoma, aunque vinculada espiritualmente a los monjes cistercienses.

Expansión en Europa y Reformas

Durante el siglo XII, el cistercianismo experimentó un auge extraordinario, impulsado por figuras como San Bernardo, quien fundó Claraval en 1115 y promovió la orden en toda Europa. Las monjas, inspiradas por este dinamismo, se multiplicaron en Francia, Italia, Alemania y los Países Bajos. En Italia, por ejemplo, se erigieron monasterios como Santa Lucía en Siracusa (1171), San Miguel en Ivrea y Conversano, donde las abadesas ostentaban el báculo como símbolo de autoridad.2

El siglo XIV trajo decadencia general en las órdenes monásticas, afectando también a las cistercienses femeninas debido a guerras, plagas y relajaciones disciplinares. Sin embargo, surgieron esfuerzos reformadores. En Francia, Juana de Courcelles, elegida abadesa de Tart en 1617, restauró la disciplina regular y trasladó la comunidad a Dijon en 1625, obteniendo independencia de la jurisdicción de Cîteaux por decreto papal. Otro caso notable fue el de Port-Royal des Champs, reformado por Angélique Arnauld en 1602, que enfatizó la clausura y la oración, aunque eventualmente se desvinculó del cistercianismo estricto.2

La Reforma de la Estrella Rígida (o Trappistas), iniciada en el siglo XVII por Armand Jean de Rancé en La Trappe, influyó profundamente en las monjas. En 1892, la reunificación de las tres congregaciones trapenses otorgó a las monjas el título oficial de Cistercienses Reformadas de la Observancia Estricta. Esta rama enfatiza la vida de retiro, la oración nocturna y la austeridad, diferenciándose de la observancia común de Cîteaux.2

Presencia en España

España fue uno de los primeros territorios en acoger a las monjas cistercienses, con la fundación del monasterio de Tulebras en 1134, en el reino de Navarra, considerado el primero en la península ibérica. Le siguieron Las Huelgas de Valladolid (1140), Espíritu Santo en Olmedo (1142), Villabona o San Miguel de las Dueñas (1155), Perales (1160) y Gradefes (1168). El más célebre fue Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos, fundado en 1187 por Alfonso VIII de Castilla. Las monjas de Tulebras, bajo la guía de Misol como primera abadesa, establecieron allí la observancia cisterciense. Su segunda abadesa, Constanza, hija del rey fundador, ejerció un poder notable, incluyendo la predicación en su iglesia y la confesión de sus religiosas, aunque esto generó controversias.2

En 1190, las dieciocho abadesas de Francia celebraron su primer capítulo general en Tart, y las de Francia y España realizaban visitas regulares a sus casas filiales. El Concilio de Trento (siglo XVI) impuso decretos sobre la clausura que disolvieron estos capítulos y visitas, pero las comunidades españolas persistieron, afiliadas espiritualmente a las reformadas mientras permanecían bajo jurisdicción episcopal. En el siglo XX, había veinte monasterios no reformados en España con esta doble vinculación.2

Estructura y Organización

La Orden de Cistercienses (Monjas) se organiza en abadías autónomas, cada una gobernada por una abadesa elegida por la comunidad. Históricamente, las monjas formaban parte integral de la orden, no como un «segundo orden» paralelo a los monjes, sino como expresión femenina del mismo carisma.3 Tras el Concilio Vaticano II, se promovió su participación activa en las estructuras de gobierno. En 1968-1969, el Capítulo General de la orden declaró que las monjas deben involucrarse en decisiones que afectan su vida y la de toda la familia cisterciense.3

Existen tres congregaciones principales: la de Cîteaux (observancia común), la de la Estrella Rígida (Trappistas o Cistercienses Reformadas de la Observancia Estricta) y la de los Cistercienses Reformados. Las monjas de la observancia estricta ocupan alrededor de veintiuna abadías con unas dos mil religiosas (datos de 1908, actualizados en reformas posteriores), distribuidas en Francia, Italia, Países Bajos, Inglaterra, España, Bélgica, Alemania, Suiza, Canadá y Japón.2 Otras congregaciones no reformadas incluyen las de Austria (tres abadías con 124 miembros), Suiza (doce con 574) y Sénanque (dos con treinta). En América, el primer monasterio genuino se fundó en 1902 en Quebec (Nuestra Señora del Buen Consejo de San Romualdo), seguido de Rogersville en Nuevo Brunswick.2

La Comisión pro Monialibus y la Curia General facilitan la colaboración, permitiendo a las abadesas participar en el Consejo del Abad General, el Sínodo de la orden y capítulos unificados, reconociendo la dignidad de la mujer y el genio femenino en la vida monástica.3

Espiritualidad y Carisma

El carisma cisterciense se centra en la búsqueda de Dios a través de la simplicidad, la humildad y la comunión con la creación. Las monjas profesan los votos de pobreza, castidad y obediencia, viviendo la Regla de San Benito en su literalidad: ora et labora (reza y trabaja). La liturgia es el eje de su día, con el Oficio Divino y la Eucaristía celebrados en un ambiente de reverencia y austeridad, simplificado por la reforma cisterciense para profundizar la unión con Dios.4

La oración contemplativa, la lectio divina (lectura meditativa de la Escritura) y la oración mental son prácticas esenciales, inspiradas en San Benito y enriquecidas por la tradición cisterciense. El trabajo manual —agricultura, artesanía o producción de bienes— se considera forma de oración activa, fomentando la autosuficiencia y el equilibrio entre contemplación y labor.4 Como señaló el Concilio Vaticano II en Perfectae caritatis, las comunidades contemplativas como las cistercienses ofrecen un «sacrificio eminente de alabanza» y una «fecundidad apostólica secreta» para la Iglesia.5

En la era moderna, el Papa Juan Pablo II enfatizó el rol de las monjas en la renovación postconciliar, invitándolas a colaborar en la misión eclesial mediante su vida de oración, que intercede por el mundo en tiempos de transformación.3 Su espiritualidad, marcada por la blancura del hábito (símbolo de pureza nupcial con Cristo), es un testimonio vivo del Evangelio, especialmente valioso en un mundo secularizado.6

Vida Cotidiana y Compromiso

La jornada de una monja cisterciense comienza con la oración nocturna (vigilias) y se estructura alrededor de los siete oficios litúrgicos, intercalados con periodos de silencio, trabajo y estudio. La clausura estricta protege el retiro interior, pero no aísla de la caridad: muchas comunidades acogen retiros, producen bienes para sostenerse y apoyan iniciativas de justicia social desde la oración.2

En contextos contemporáneos, como el quinto centenario de la evangelización de América Latina, el Papa exhortó a las monjas contemplativas —incluidas las cistercienses— a ser «mensajeras de paz», arraigadas en un pasado de santidad y unidas a la Iglesia como familia carismática.7 Su compromiso incluye la educación espiritual y la atención a vulnerables, siempre dentro de los límites contemplativos.

Presencia Actual y Legado

Hoy, la Orden de Cistercienses (Monjas) cuenta con cerca de 150 monasterios en todo el mundo, reuniendo a más de cinco mil religiosas, según estimaciones de finales del siglo XX.5 En España, persisten abadías históricas como Las Huelgas de Burgos, que combinan tradición con adaptación moderna. Globalmente, se expanden en América Latina, Asia y África, adaptando su carisma a culturas diversas mientras preservan la esencia fundacional.

El noveceno aniversario de Cîteaux en 1998 resaltó el legado cisterciense: una liturgia noble, un arte sobrio que eleva el alma y un testimonio de búsqueda incesante de Dios.4 Las monjas continúan inspirando a la Iglesia, demostrando que la vida contemplativa es una fuente de gracias para la humanidad, especialmente en tiempos de crisis.3 Su contribución al feminino genius en la orden abre nuevas eras de colaboración, fieles al Espíritu que las guía.8

Citas

  1. Cistercienses, The Encyclopedia Press. Catholic Encyclopedia, §Cistercienses.

  2. Monjas cistercienses, The Encyclopedia Press. Catholic Encyclopedia, §Monjas cistercienses. 2 3 4 5 6 7 8 9

  3. Papa Juan Pablo II. A las Abadesas Cistercienses (25 de septiembre de 1998) - Discurso (1998). 2 3 4 5

  4. Papa Juan Pablo II. A los miembros de la Familia Cisterciense con ocasión del IX Centenario de la Fundación de la Abadía de Cîteaux (6 de marzo de 1998) - Discurso, § 4 (1998). 2 3

  5. Papa Juan Pablo II. A los miembros de la Orden de los Cistercienses Reformados (17 de diciembre de 1987) - Discurso, § 1 (1987). 2

  6. Papa Juan Pablo II. A las monjas de clausura del Monasterio de Santa Susana (5 de marzo de 1989) - Discurso (1989).

  7. Papa Juan Pablo II. Mensaje a las monjas de clausura de América Latina con motivo del V centenario de la evangelización del continente (12 de diciembre de 1989) (1989).

  8. Papa Juan Pablo II. Mensaje con ocasión del Capítulo General de la Orden Cisterciense (8 de septiembre de 1995) - Discurso, § 1 (1995).