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Orden de Olivetanenses

La Orden de Olivetanenses, también conocida como la Congregación Benedictina de Santa María del Monte Oliveto, es una rama de la Orden Benedictina fundada en el siglo XIV en Italia, caracterizada por su énfasis en la vida eremítica, la austeridad y la devoción mariana. Surgida de un movimiento de reforma monástica impulsado por el beato Bernardo Tolomei, la orden se distingue por su estructura congregacional unificada y su compromiso con la oración contemplativa y el servicio a la Iglesia. A lo largo de su historia, ha contribuido al renacimiento espiritual benedictino, manteniendo una presencia modesta pero influyente en Europa y más allá, con monasterios dedicados a la hospitalidad, el estudio y la evangelización en un marco de silencio y fraternidad.

Tabla de contenido

Historia

Fundación

La Orden de Olivetanenses tiene sus orígenes en el fervor ascético de Giovanni Tolomei, un noble sieno y profesor de filosofía nacido en Siena a finales del siglo XIII. Tras una grave enfermedad que le afectó la vista, Tolomei atribuyó su curación a la intercesión de la Virgen María, lo que lo llevó a pronunciar un voto de dedicación religiosa en 1313. Abandonó su vida secular y se retiró al desierto de Accona, una zona montañosa cerca de Siena, acompañado por dos amigos: Ambrogio Piccolomini y Patricio Patrici, ambos senadores sienoses. Este trío inicial buscaba emular la vida eremítica de los primeros monjes cristianos, practicando austeridades extremas como el ayuno riguroso, el sueño en jergones de paja y la oración incesante.1

Sus prácticas ascéticas, aunque inspiradas en la Regla de San Benito, resultaron tan innovadoras que atrajeron sospechas de herejía. En 1319, dos de los compañeros fueron convocados ante el papa Juan XXII en Aviñón para justificar sus métodos. El pontífice, impresionado por su sinceridad, les recomendó someterse a la autoridad del obispo de Arezzo, Guido di Pietromala. Este prelado, recordando una visión en la que la Virgen le entregaba la Regla benedictina y hábitos blancos, aprobó oficialmente la fundación el 26 de marzo de 1319, vistiendo a los tres fundadores con hábitos blancos y colocándolos bajo la protección de María. Tolomei adoptó el nombre de Bernardo en honor a San Bernardo de Claraval, y el lugar se renombró Monte Oliveto, evocando el Getsemaní y el compromiso con la penitencia expiatoria.1

La nueva congregación se configuró como una rama de los monjes blancos benedictinos, diferenciándose de las ramas negras por el color de sus hábitos y por su enfoque en la reforma eremítica. Inicialmente, rechazaron incluso la moderada concesión de San Benito sobre el vino, destruyendo viñedos y prensas, y se sometieron a mortificaciones públicas como flagelaciones y ayunos prolongados con pan y agua.1

Expansión y desarrollo medieval

El carisma olivetano se expandió rápidamente gracias a la reputación de santidad de sus fundadores. Con donaciones generosas, se erigió el primer monasterio en Siena, seguido de otros en Arezzo, Florencia, Camprena, Volterra, San Geminiano, Gubbio, Foligno y Roma. Antes de la muerte de Bernardo Tolomei en 1348, la orden contaba con numerosas casas y monjes, admirados por su rigor y caridad.1

Tolomei falleció como mártir de la caridad durante la peste negra de 1348, atendiendo a los enfermos en Siena; ochenta de sus hermanos también perecieron en este servicio, lo que impidió preservar su cuerpo de manera adecuada en aquel caos.2 Su legado impulsó la orden, que adoptó una estructura innovadora: un superior general similar a los de las órdenes mendicantes, con oficiales independientes de las abadías individuales y capítulos generales para modificar las constituciones adaptándose a las necesidades contemporáneas. Esta organización evitó los abusos de los commendadores y promovió la movilidad monástica, aunque sacrificó en parte la autonomía familiar de cada monasterio benedictino tradicional.3

En el siglo XV, la orden recibió el monasterio extinto de San Justina en Padua de manos del papa Gregorio XII en 1408, que sirvió de base para reformas benedictinas posteriores, como la Congregación Cassinese.1 Santa Caterina de Siena elogió a los olivetanos en sus cartas, llamándolos «frailes» por su humildad y urgiéndolos a cultivar el estudio junto a la oración y las obras manuales, viéndolos como «espejo de observancia» capaces de reformar casas como Montecassino.2,4

Declive y renovación en la era moderna

A pesar de su vigor inicial, la orden no cruzó exitosamente los Alpes, limitándose mayoritariamente a Italia. En los siglos posteriores, enfrentó crisis como la supresión napoleónica y desafíos seculares, reduciéndose a unos pocos monasterios. Sin embargo, la fidelidad de sus miembros, sostenida por la protección mariana, permitió su supervivencia.5

En el siglo XX, el papa Juan Pablo II resaltó su vitalidad en mensajes como el del 1 de agosto de 1998, al conmemorar los 650 años de la muerte de Tolomei. Elogió su experiencia del «Cristo muerto y resucitado» transmitida a través de la oración contemplativa (Opus Dei), convirtiendo sus comunidades en lugares de silencio, paz y ecumenismo. La orden se presenta como un «cuerpo único» unido al Archimonte Oliveto Maggiore, donde los monjes profesan ante el abad general, fomentando solidaridad y hospitalidad.5 El Concilio Vaticano II impulsó una renovación, adaptando su carisma a la misión evangelizadora sin perder la esencia contemplativa.5,6

Hoy, los olivetanos continúan ofreciendo un testimonio de conversión de vida, humildad y caridad fraterna, adaptando sus constituciones para responder a contextos internacionales.5

Espiritualidad y carisma

El carisma olivetano se centra en el retorno a la vita primitiva benedictina: soledad, austeridad y oración incesante, inspirado en la pasión de Cristo en el Monte de los Olivos. Su espiritualidad enfatiza la devoción a la Virgen María, bajo cuyo título oficial se rige la congregación: Benedictina Congregatio Sanctae Mariae de Monte Oliveto.1,5

Inicialmente, las prácticas eran heroicas: sueño sin cobijas tras laudes nocturnas, sandalias de madera, hábitos ásperos y abstinencia total de vino, que evolucionó hacia una moderación equilibrada para evitar favoritismos, recomendando vinos de calidad diluidos.1 La oración contemplativa, tanto comunitaria como solitaria, es el núcleo del Opus Dei, haciendo de los monasterios escuelas de fe, diálogo y cultura.5

Un lema emblemático es «Ingredere ut adores» («Entra para adorar»), invitando a los fieles a buscar a Dios en el templo, subordinando toda actividad a la adoración del Absoluto.7 Esta espiritualidad fomenta la hospitalidad como apostolado monástico, acogiéndolos que buscan reconciliación con Dios, y promueve la esperanza teologal en un mundo secularizado.5

Aunque no se orientan primariamente al estudio como otras órdenes, Santa Catalina les instó a cultivarlo para ser «ministros valientes de Dios», equilibrando oración, obras piadosas y labores manuales.4 En la renovación conciliar, distinguen el carisma esencial de formas contingentes, reformulándolo con prudencia para la evangelización contemporánea.5

Estructura y organización

La Orden de Olivetanenses se organiza como una congregación unificada, innovando sobre el modelo benedictino tradicional. Los monjes profesan no a un monasterio específico, sino a la congregación entera, en manos del abad general o su delegado, formando un «cuerpo único» jurídico y caritativo centrado en el Archimonte Oliveto Maggiore.5,3

El abad general actúa como visitador de todas las casas y «superior de superiores», con mandatos breves para evitar centralismos. Los oficiales de cada monasterio son elegidos por un comité del capítulo general, que modifica periódicamente las constituciones para adaptarse a las necesidades.1,3 Esta estructura, similar a la de los frailes, previene abusos como los commendatorios y promueve la complementariedad entre monasterios, aunque ha sido criticada por diluir la vida familiar autónoma benedictina.3

Los capítulos generales, como el próximo al mensaje de Juan Pablo II, discerniendo la identidad carismática, enfatizan la obediencia, la caridad fraterna y la conversión continua.5

Monasterios y presencia actual

Históricamente, la orden floreció en Italia central y septentrional, con fundaciones en Toscana, Umbría y Lazio. El monasterio matriz, Monte Oliveto Maggiore en la Toscana, permanece como corazón espiritual, famoso por su arquitectura renacentista y biblioteca.1

En la actualidad, cuenta con alrededor de una decena de monasterios y unos 122 monjes, principalmente en Italia, aunque se ha extendido a otros países europeos y misiones.1,5 Sus comunidades sirven como lugares de retiro, fomentando el diálogo ecuménico y cultural. Aunque modesta en número, su influencia perdura en la tradición benedictina, contribuyendo a reformas como la de Santa Giustina en Padua.1,4

Figuras notables

Santos y beatos asociados, como los mártires de la peste, subrayan el compromiso con la caridad.2

Rol en la Iglesia Católica

La Orden de Olivetanenses encarna la vitalidad benedictina en la reforma monástica, ofreciendo un modelo de contemplación activa en la Iglesia postconciliar. Sus monasterios son testigos de comunión y esperanza, alineados con la exhortación de Juan Pablo II a presentar un «servicio humilde y noble» al Evangelio.5 En un mundo materialista, invitan a la adoración y la búsqueda de Dios, contribuyendo al diálogo interreligioso y la formación espiritual.7,6

Citas

  1. Olivetanos, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Olivetanos. 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

  2. Catalina de Siena. Le lettere di S. Caterina da Siena ridotte a miglior lezione, e in ordine nuovo disposte - Volumen 2, § 371. 2 3

  3. Monacato occidental, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Monacato occidental. 2 3 4

  4. Catalina de Siena. Le lettere di S. Caterina da Siena ridotte a miglior lezione, e in ordine nuovo disposte - Volumen 2, § 374. 2 3 4

  5. Papa Juan Pablo II. Mensaje al Abad General de los Olivetanos (1 de agosto de 1998) - Discurso (1998). 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12

  6. Papa Juan Pablo II. A los participantes en la conferencia sobre San Bernardo de Claraval con motivo del IX centenario de su nacimiento, Castel Gandolfo (14 de septiembre de 1990) - Discurso, § 5 (1990). 2

  7. Papa Juan Pablo II. A los profesores y estudiantes de la Universidad de Perugia (26 de octubre de 1986) - Discurso, § 2 (1986). 2