Orden Lasaliana (Hermanos de las Escuelas Cristianas)

La Orden Lasaliana, conocida formalmente como los Hermanos de las Escuelas Cristianas, es una congregación religiosa católica fundada en el siglo XVII con el propósito de dedicarse a la educación cristiana, especialmente de los niños y jóvenes más desfavorecidos. Inspirada en el carisma de su fundador, San Juan Bautista de La Salle, esta orden se caracteriza por su compromiso con la enseñanza humilde y abnegada, los votos de pobreza, castidad y obediencia, y una profunda unión espiritual con Dios. A lo largo de su historia, los hermanos lasallianos han extendido su misión a nivel global, enfrentando desafíos como persecuciones y martirios, y han dado numerosos ejemplos de santidad a través de beatos y mártires que testimoniaron su fe en contextos difíciles, como durante la Guerra Civil Española. Hoy, continúan su labor educativa en decenas de países, promoviendo una formación integral basada en los principios evangélicos.
Tabla de contenido
Historia de la orden
Fundación y orígenes
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas surgieron en el contexto de la Francia del siglo XVII, un período marcado por las desigualdades sociales y la necesidad de una educación accesible para los hijos de las familias humildes. La orden fue fundada por San Juan Bautista de La Salle en Reims, en 1680, con la visión de crear una sociedad religiosa dedicada exclusivamente a la formación de maestros especializados en la educación cristiana.1 El fundador, un sacerdote de noble linaje, se inspiró en la llamada evangélica a servir a los más pobres, abandonando su posición acomodada para dedicarse a esta misión.
Desde sus inicios, la congregación se centró en establecer escuelas gratuitas para los niños del pueblo, utilizando métodos innovadores para la época, como el empleo de la lengua materna en la enseñanza y la implicación de los padres en el proceso educativo.2 A pesar de las oposiciones iniciales y los contrastes que enfrentó, el instituto se expandió rápidamente: durante la vida de De La Salle, ya contaba con presencia en quince diócesis francesas y veintidós comunidades.1 Esta expansión temprana reflejaba la vitalidad de su carisma, que combinaba la oración asidua, la devoción mariana —conocido el fundador como «el prete del Rosario"— y una fidelidad inquebrantable al Papa.2
Expansión global y desarrollo
Con el paso de los siglos, la orden lasalliana trascendió las fronteras francesas, extendiéndose a Europa, América, Asia y África. En el siglo XIX y XX, su obra educativa se consolidó en naciones como España, donde los hermanos asumieron la dirección de colegios y escuelas dedicadas a la formación de la juventud.3 Para la década de 1980, el instituto operaba en 78 países de los cinco continentes, atendiendo a millones de alumnos con un enfoque en la educación integral que abarca lo humano, lo cristiano y lo profesional.1
La orden ha evolucionado adaptándose a los signos de los tiempos, manteniendo su esencia como «apóstoles de la escuela».2 En contextos de secularismo e indiferentismo religioso, los hermanos han sido elogiados por su dedicación total, que implica renuncias y sacrificios en favor de la juventud, especialmente la más vulnerable.2 Su labor no solo se limita a la enseñanza escolar, sino que incluye la catequesis, la vida litúrgica y la formación de laicos colaboradores, en sintonía con las orientaciones de la Iglesia, como se expresa en documentos conciliares sobre la educación católica.2
Carisma y espiritualidad
El legado de San Juan Bautista de La Salle
El carisma lasalliano se fundamenta en la figura de su fundador, canonizado en 1900, quien enfatizó la importancia de una educación que forme no solo la mente, sino también el corazón y el espíritu. De La Salle concibió la orden como una «escuela para la escuela», preparando educadores capaces de dedicarse fructuosamente a la formación de la juventud pobre y de los hijos del pueblo.1 Sus intuiciones pedagógicas, como el clima fraterno entre docentes y alumnos basado en el respeto, la confianza y el amor, fueron proféticas y anticiparon corrientes educativas modernas.2
La espiritualidad de la orden se nutre de una unión íntima con Dios, alimentada por la oración y la meditación de la Palabra.2 Los hermanos profesan los tres votos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, forjados en un trabajo humilde y callado que les permite vivir como san Pablo: «Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo».4 Esta vida consagrada implica exposición a ultrajes y calumnias, pero se sostiene en la confianza en que «es Dios quien hace crecer» la semilla educativa.2
Misión educativa
La vocación principal de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es ser educadores cristianos, testigos de Cristo en el aula. Su labor se ilumina por un amor profundo a los alumnos y una devoción filial a la Virgen María.5 En épocas de dificultad, como las persecuciones anticlericales, han demostrado una adhesión ejemplar a la Iglesia, contribuyendo a formar jóvenes sanos, puros y fuertes, dispuestos a dar testimonio de su fe incluso con el derramamiento de sangre.3
La orden promueve una educación integral que prepara para la inserción en la vida profesional y social, colaborando con padres y laicos para contrarrestar el secularismo.5 Este enfoque apostólico, rico en espíritu, recuerda que los maestros dependen esencialmente de su testimonio de vida y doctrina para realizar los fines de la escuela católica.2
Mártires y beatos lasallianos
Testimonio en la persecución
La historia de la orden está marcada por el martirio, especialmente en España durante la Guerra Civil (1936-1939). Un grupo emblemático son los Hermanos de las Escuelas Cristianas del colegio La Salle de Almería: Aurelio María, José Cecilio, Edmigio, Amalio, Valerio Bernardo, Teodomiro Joaquín y Evencio Ricardo. Estos religiosos, beatificados en 1993, vivieron consagrados al Señor mediante su labor docente, enfrentando ultrajes por educar cristianamente a niños y jóvenes.4,6,7 Inspirados por el martirio de los hermanos de Turón (Asturias), exclamaban con fervor: «¡Qué dicha la nuestra si pudiéramos verter nuestra sangre por tan elevado ideal! Redoblemos nuestro fervor de educadores religiosos y así nos haremos dignos de tal honor».4
Su beatificación, presidida por Juan Pablo II, destacó su testimonio de Jesucristo en medio de la violencia, uniéndolos a otros mártires españoles como un faro de fe para la sociedad.5 Estos beatos ilustran la vitalidad de la «matriz espiritual lasalliana», que une a miembros de diversos continentes en la gloria de la santidad.1
Figuras destacadas
Entre los beatos lasallianos se encuentran Benildo Romançon (1805-1862), beatificado en 1887 y canonizado en 1961, alabado por su amor inquebrantable a la Iglesia y su rol como excelente educador.3 Otro es Miguel Febres Cordero (1854-1910), nacido en Ecuador, cuya vida transcurrió en un ambiente de tradición católica y servicio a la patria, destacando por su dedicación a la juventud andina.1 Estos santos y beatos, procedentes de contextos dispares, revelan la profundidad interior del carisma lasalliano, que ha inspirado maduraciones cristianas en todo el mundo.1
Juan Pablo II, en discursos a comunidades lasallianas, exhortó a la fidelidad a esta herencia, reconociendo su mérito en la formación de espíritus y corazones.2 La protección de estos mártires se invoca especialmente sobre diócesis como Almería y Guadix, y sobre los colegios La Salle.5
Presencia actual y legado
En la contemporaneidad, los Hermanos de las Escuelas Cristianas mantienen su compromiso con la educación católica, adaptándose a desafíos globales como la pobreza, la migración y la crisis de valores. Su red de escuelas fomenta la participación activa de familias y laicos, asegurando una formación basada en principios cristianos sólidos.5 El Superior General y los miembros reciben el reconocimiento papal por su benemérito servicio, que continúa el legado de De La Salle como esperanza para la civilización y la Iglesia.3,1
El legado lasalliano radica en su capacidad para encender la antorcha de la fe en sociedades secularizadas, ofreciendo un modelo de educación que integra fe y razón.5 A través de su historia de fidelidad y martirio, la orden invita a educadores y fieles a renovar el apostolado escolar, recordando que la verdadera gloria es la de la santidad eterna.
Citas
Papa Pablo VI. Miguel Febres Cordero (1854-1910) - Homilía de beatificación (1984). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8
Papa Juan Pablo II. A las Comunidades Lasalianas (21 de noviembre de 1981) - Discurso (1981). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10
Papa Pío XII. Benildo Romançon (1805-1862) - Homilía de beatificación (1948) (1967). ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Papa Juan Pablo II. Pedro Poveda Castroverde (1874-1936) - Homilía de beatificación, § 3 (2003). ↩ ↩2 ↩3
Papa Juan Pablo II. A los peregrinos venidos para las beatificaciones (11 de octubre de 1993) - Discurso, § 3 (1993). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6
Dicasterio para las Causas de los Santos. Victoria Díez y Bustos de Molina: Homilía de beatificación (10 de octubre de 1993), § 3 (1993). ↩
Dicasterio para las Causas de los Santos. Mártires de Almería: Homilía de beatificación (10 de octubre de 1993), § 3 (1993). ↩
