Plenitud de los tiempos
La «plenitud de los tiempos» es un concepto teológico fundamental en el cristianismo, que se refiere al momento histórico divinamente orquestado en el que Dios envió a su Hijo, Jesucristo, al mundo para la redención de la humanidad. Este concepto, arraigado en la Carta de San Pablo a los Gálatas (Gal 4,4), subraya la intervención decisiva de Dios en la historia humana, transformándola en historia de salvación. No se trata simplemente de un punto cronológico, sino de la culminación del plan eterno de Dios, donde todas las promesas y preparaciones del Antiguo Testamento encuentran su cumplimiento en la Encarnación del Verbo.
Tabla de contenido
Origen Bíblico y Significado Teológico
El concepto de la «plenitud de los tiempos» tiene su origen principal en la epístola de San Pablo a los Gálatas, donde el apóstol escribe: «Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4,4)1. Estas palabras son centrales para comprender la teología de la Navidad y la Encarnación2.
San Pablo utiliza esta frase para explicar que la venida de Cristo no fue un evento aleatorio, sino el resultado de un designio divino eterno que se realizó en el momento preciso determinado por Dios3,4. Antes de este momento, la humanidad se encontraba en un estado de minoría, «esclavizada a los elementos del mundo» y bajo la ley, que actuaba como un «pedagogo» hasta la llegada de Cristo1,5. La ley, aunque santa, no podía justificar al hombre, sino que lo preparaba para la fe en Jesús5.
La «plenitud de los tiempos» marca el fin de esta etapa de tutela y el comienzo de una nueva era. Con la venida del Hijo, nacido de mujer y bajo la ley, Dios hizo posible la redención de aquellos que estaban bajo la ley, para que pudiéramos recibir la adopción como hijos6,1. Esta adopción filial es un don extraordinario que permite al hombre participar de la vida divina, con el Espíritu del Hijo enviado a nuestros corazones clamando «¡Abbá, Padre!»2,6,1.
La Intervención de Dios en la Historia Humana
La Encarnación de Jesús en la «plenitud de los tiempos» significa que Dios, de una manera misteriosa, entró en el tiempo humano y transformó nuestra historia en historia de salvación7,8. Esta intervención divina no se limita a un evento pasado, sino que continúa influyendo en el presente y se proyecta hacia el futuro escatológico6.
El Papa Juan Pablo II enfatizó que la «plenitud de los tiempos» está intrínsecamente ligada al misterio de la Encarnación redentora4. Esta plenitud manifiesta la medida divina del tiempo que se ha insertado en el ámbito de las medidas humanas, determinada por la venida del Hijo con el poder del Espíritu Santo4. Es la realización de los designios eternos de Dios, que constituyen el plan de salvación4.
El Papa Francisco, al reflexionar sobre este concepto, aclaró que la «plenitud de los tiempos» no debe buscarse en la esfera geopolítica o en las circunstancias históricas favorables del momento9. Aunque Roma había subyugado gran parte del mundo y el Emperador Augusto había consolidado su poder, para los contemporáneos de Jesús no era necesariamente el «mejor de los tiempos»9. En cambio, la plenitud debe entenderse desde la perspectiva de Dios: es el momento en que Dios decidió cumplir su promesa9. La historia no determina el nacimiento de Cristo; más bien, su venida al mundo permite que la historia alcance su plenitud9.
Implicaciones para la Salvación y la Iglesia
La «plenitud de los tiempos» tiene profundas implicaciones para la comprensión católica de la salvación y el papel de la Iglesia.
Adopción Filial y la Gracia Santificante
El envío del Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, tenía como propósito obtener para nosotros la adopción divina2. Esta adopción nos transforma de esclavos a hijos y herederos de Dios6,1. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, hace que esta filiación sobrenatural se convierta en un estado real en la vida del hombre, el estado de gracia santificante10.
La Iglesia como Continuación del Plan de Dios
Desde la Ascensión de Cristo, el plan de Dios ha entrado en su cumplimiento11. La Iglesia en la tierra ya está dotada de una santidad real, aunque imperfecta, y el reino de Cristo manifiesta su presencia a través de los signos milagrosos que acompañan su proclamación11. La Iglesia, desde los tiempos apostólicos, ha iluminado la unidad del plan divino en los dos Testamentos a través de la tipología, discerniendo en las obras del Antiguo Pacto las prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado12.
La liturgia de la Iglesia, especialmente durante el Adviento, la Cuaresma y la Vigilia Pascual, relee y revive los grandes eventos de la historia de la salvación en el «hoy» de su celebración13. Esto permite a los fieles abrirse a una comprensión espiritual de la economía de la salvación13.
La Dimensión Escatológica
Aunque la «plenitud de los tiempos» se refiere a la venida de Cristo, también posee una dimensión escatológica. Es una plenitud que va más allá de todo tiempo, llevando ya en sí una dimensión viva de la eternidad6. Estamos ya en «la última hora»11, y la renovación del mundo está irrevocablemente en marcha, anticipada de manera real en la Iglesia11. Esperamos «nuevos cielos y una nueva tierra, donde habite la justicia»14.
Conclusión
La «plenitud de los tiempos» es más que un mero punto en la cronología; es el punto culminante de la historia de la salvación, donde el amor y el plan eterno de Dios se manifiestan plenamente en la persona de Jesucristo. A través de la Encarnación, la humanidad ha sido elevada a la dignidad de hijos adoptivos de Dios, llamados a participar de su vida divina. Este concepto nos invita a reconocer la presencia de Dios en nuestra historia y a vivir en la esperanza de la consumación final de su reino.
Citas
La Nueva Versión Estándar Revisada, Edición Católica (NRSV-CE). La Santa Biblia, §Gálatas 4. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5
Papa Juan Pablo II. Visita Pastoral a México: Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México (23 de enero de 1999), § 2 (1999). ↩ ↩2 ↩3
Papa Juan Pablo II. 1 de enero de 1983: XVI Jornada Mundial de la Paz - Homilía, § 1 (1983). ↩
Papa Juan Pablo II. 1 de enero de 1991: XXIV Jornada Mundial de la Paz - Solemnidad de María, Madre de Dios - Homilía (1991). ↩ ↩2 ↩3 ↩4
La Nueva Versión Estándar Revisada, Edición Católica (NRSV-CE). La Santa Biblia, §Gálatas 3. ↩ ↩2
Papa Juan Pablo II. 1 de enero de 1983: XVI Jornada Mundial de la Paz - Homilía, § 2 (1983). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5
Papa Juan Pablo II. Visita Pastoral a México: Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México (23 de enero de 1999), § 3 (1999). ↩
Papa Juan Pablo II. 1 de enero de 1988: Solemnidad de María, Madre de Dios y XXI Jornada Mundial de la Paz - Homilía, § 1 (1988). ↩
Papa Francisco. Santa Misa en la Solemnidad de María, Santísima Madre de Dios (1 de enero de 2016), §Santa Misa en la Solemnidad de María, Santísima Madre de Dios (1 de enero de 2016) (2016). ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Papa Juan Pablo II. 1 de enero de 1995: Solemnidad de María, Madre de Dios - Homilía (1995). ↩
Sección II, i. Los credos, Catecismo de la Iglesia Católica, §párrafo-670. ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Sección I, «Yo creo» – «Nosotros creemos», Catecismo de la Iglesia Católica, §párrafo-128. ↩
Sección I, la economía sacramental, Catecismo de la Iglesia Católica, §párrafo-1095. ↩ ↩2
La Nueva Versión Estándar Revisada, Edición Católica (NRSV-CE). La Santa Biblia, § 2 Pedro 3. ↩