San Antón
San Antonio de Padua, también conocido como San Antonio de Lisboa, fue un fraile franciscano, sacerdote y Doctor de la Iglesia, venerado en todo el mundo católico. Nacido en Lisboa, Portugal, alrededor de 1195, su vida estuvo marcada por una profunda dedicación al estudio de las Escrituras, un ferviente celo apostólico, y un don excepcional para la predicación que le valió el título de «Arca del Testamento» por el Papa Gregorio IX. A pesar de su breve vida, falleció a los 36 años en 1231, su impacto en la espiritualidad franciscana y en la Iglesia en general fue inmenso, siendo canonizado apenas un año después de su muerte y proclamado Doctor de la Iglesia con el título de «Doctor Evangélico» en 1946 por el Papa Pío XII. Su iconografía a menudo lo representa con un lirio, símbolo de su pureza, o con el Niño Jesús en sus brazos, en recuerdo de una aparición milagrosa.
Tabla de contenido
Primeros Años y Vocación Agustiniana
Fernando, el nombre de pila de San Antonio, nació en Lisboa, Portugal, alrededor del año 1195, en el seno de una familia noble y piadosa1,2,3. Sus padres, aunque su genealogía exacta es incierta, eran personas de fe y posición social2. Recibió su educación inicial en la escuela de la Catedral de Lisboa2,3.
A la edad de quince años, Fernando ingresó a los Canónigos Regulares de San Agustín en el convento de San Vicente, ubicado a las afueras de Lisboa, en el año 12102,3. Dos años más tarde, buscando una mayor soledad y para evitar las distracciones de las frecuentes visitas de familiares y amigos, obtuvo permiso para trasladarse al Convento de Santa Cruz en Coímbra en 12122,3. Coímbra era un reconocido centro cultural en Portugal en ese momento1. Durante sus ocho años allí, se dedicó intensamente al estudio y la oración, desarrollando una comprensión profunda de la Biblia y los escritos de los Padres de la Iglesia, y adquiriendo un vasto conocimiento teológico gracias a su excelente intelecto y prodigiosa memoria1,2,3.
La Llamada Franciscana y el Deseo de Martirio
Un evento crucial en la vida de Fernando ocurrió en Coímbra en 12201,2,3. Ese año, las reliquias de los primeros cinco misioneros franciscanos que habían sufrido martirio en Marruecos fueron expuestas en la Iglesia de Santa Cruz1,2,3. La historia de su martirio conmovió profundamente al joven Fernando e inflamó en él el deseo de imitarlos y de avanzar en el camino de la perfección cristiana1,2,3.
Inspirado por este ejemplo, Fernando decidió dejar los Canónigos Agustinos para unirse a la Orden de los Frailes Menores, con la aspiración de predicar la fe a los sarracenos y sufrir por Cristo2,3. Su solicitud fue concedida, y al recibir el hábito franciscano, tomó el nuevo nombre de Antonio, en devoción al gran patriarca de los monjes, titular de la capilla donde recibió el hábito1,2,3.
Poco después de su ingreso en la orden, Antonio partió hacia Marruecos1,2,3. Sin embargo, la Providencia Divina tenía otros planes para él1. Fue afectado por una grave enfermedad que lo postró durante todo el invierno, obligándolo a regresar a Portugal la primavera siguiente, en 12212,3. Su barco fue arrastrado por una violenta tormenta y terminó en la costa de Sicilia2,3. Allí permaneció un tiempo para recuperarse2,3.
El Capítulo de Asís y el Descubrimiento de su Talento
Mientras se recuperaba en Sicilia, Antonio se enteró por los hermanos de Mesina que se celebraría un Capítulo General en Asís el 30 de mayo2,3. Viajó hasta allí, llegando a tiempo para participar en el que sería el último capítulo abierto a todos los miembros de la orden, presidido por el Hermano Elías como vicario general, con San Francisco sentado a sus pies2,4,3.
Después del capítulo, Antonio pasó desapercibido2. Su primer biógrafo señala que «no dijo una palabra de sus estudios, ni de los servicios que había realizado; su único deseo era seguir a Jesucristo y a Él crucificado»2. Solicitó al Padre Graziano, Provincial de Coímbra, un lugar donde pudiera vivir en soledad y penitencia para profundizar en el espíritu y la disciplina de la vida franciscana2. Fue enviado al solitario hermitage de Montepaolo, cerca de Forlí, para celebrar la Misa para los hermanos legos2,4. Durante este tiempo, Antonio servía a los demás frailes lavando platos y ollas, y nadie sospechaba los brillantes dones intelectuales y espirituales de este joven fraile enfermizo que guardaba silencio sobre sí mismo4.
Sin embargo, su luz no estaba destinada a permanecer oculta por mucho tiempo4. Sucedió que se celebró una ordenación en Forlí, y los candidatos franciscanos y dominicos fueron alojados en el convento minorita4. Por un malentendido, ninguno de los dominicos estaba preparado para pronunciar el sermón habitual en la ceremonia4. Como ningún franciscano parecía capaz de llenar el vacío, se le pidió a San Antonio, que estaba presente, que se adelantara y hablara «lo que el Espíritu Santo pusiera en su boca»4. Con gran timidez, obedeció, pero una vez que comenzó, pronunció un discurso que asombró a todos los presentes por su elocuencia, su fervor y el vasto conocimiento que demostró4.
Predicador y Doctor de la Iglesia
Informado del talento del joven fraile, el ministro provincial lo retiró de su retiro y lo envió a predicar en varias partes de la Romaña, que entonces comprendía toda Lombardía4. Antonio rápidamente alcanzó la fama y fue particularmente exitoso en la conversión de los herejes que abundaban en el norte de Italia, muchos de los cuales eran hombres de cierta educación y se dejaban convencer mejor por argumentos basados en las Sagradas Escrituras4.
Además de su comisión como predicador, fue nombrado lector de teología para sus hermanos, siendo el primer miembro de su orden en ocupar tal puesto4. San Francisco mismo confirmó este nombramiento en una carta, generalmente considerada auténtica, diciendo: «A mi queridísimo hermano Antonio, el hermano Francisco le envía saludos en Jesucristo. Me complace mucho que leas sagrada teología a los frailes, siempre que dicho estudio no apague el espíritu de santa oración y devoción según nuestra regla»4.
Sin embargo, se hizo cada vez más evidente que su verdadera misión residía en el púlpito4. Poseía todas las cualificaciones necesarias: erudición, elocuencia, gran poder de persuasión, un ardiente celo por las almas y una voz sonora que se extendía a lo lejos4. Se decía que estaba dotado del don de los milagros y, a pesar de ser de baja estatura e inclinado a la corpulencia, tenía una personalidad atractiva, casi magnética4. A veces, la simple vista de él hacía que los pecadores se arrodillaran; parecía irradiar santidad4. Dondequiera que iba, las multitudes acudían a escucharlo, y tanto los criminales endurecidos, como la gente despreocupada y los herejes eran convertidos y llevados a la confesión4. La gente cerraba sus tiendas y oficinas para asistir a sus sermones; las mujeres se levantaban temprano o permanecían toda la noche en la iglesia para asegurar sus lugares4. A menudo, las iglesias no podían contener a las congregaciones, y él les predicaba en las plazas y mercados4.
En el último período de su vida, Antonio escribió dos ciclos de «Sermones», titulados respectivamente «Sermones Dominicales» y «Sermones sobre los Santos», destinados a los predicadores franciscanos y a los profesores de estudios teológicos1. En estos sermones, comentaba los textos de la Escritura presentados por la Liturgia, utilizando la interpretación patrística y medieval de los cuatro sentidos: el literal o histórico, el alegórico o cristológico, el tropológico o moral, y el anagógico, que orienta a la persona hacia la vida eterna1.
La riqueza de la enseñanza espiritual contenida en sus «Sermones» fue tan grande que en 1946, el Venerable Papa Pío XII lo proclamó Doctor de la Iglesia, atribuyéndole el título de «Doctor Evangelicus», ya que la frescura y la belleza del Evangelio emanan de estos escritos1,5.
En Padua y su Legado
Después de la muerte de San Francisco, Antonio fue llamado a Italia, aparentemente para ser ministro provincial de Emilia o Romaña4. En 1226, fue enviado como general a la Curia Papal, para presentar al Papa Gregorio IX las cuestiones que habían surgido en la orden5. En esa ocasión, Antonio obtuvo del Papa su liberación de su cargo para poder dedicarse plenamente a la predicación5. El Papa tenía la más alta opinión de él y una vez lo llamó «el Arca del Testamento» debido a su singular conocimiento de las Sagradas Escrituras1,5.
A partir de entonces, San Antonio residió en Padua, una ciudad donde ya había trabajado, donde era muy querido y donde, más que en cualquier otro lugar, tuvo el privilegio de ver el gran fruto de su ministerio5. Sus sermones no solo eran escuchados por enormes congregaciones, sino que condujeron a una gran y general reforma de la conducta5. Disputas de larga data se resolvieron amistosamente, prisioneros fueron liberados y los propietarios de bienes mal habidos hicieron restitución, a menudo en público a los pies de San Antonio5. En interés de los pobres, denunció el vicio imperante de la usura e indujo al estado a aprobar una ley que eximía de prisión a los deudores que estuvieran dispuestos a desprenderse de sus bienes para pagar a sus acreedores5. También se dice que se aventuró audazmente en presencia del truculento Duque Eccelino para interceder por la liberación de algunos ciudadanos de Verona que el duque había capturado5. Aunque sus esfuerzos no tuvieron éxito, es mucho lo que dice del respeto que inspiraba el hecho de que aparentemente fue escuchado con paciencia y se le permitió partir sin ser molestado5.
Después de predicar una serie de sermones en la primavera de 1231, la fuerza de San Antonio se agotó5. Se retiró con otros dos frailes a un refugio boscoso en Camposampiero5. Pronto quedó claro que sus días estaban contados, y pidió ser llevado de regreso a Padua5. Sin embargo, nunca llegó a la ciudad, sino solo a sus afueras5. El 13 de junio de 1231, en el apartamento reservado para el capellán de las Clarisas Pobres de Arcella, recibió los últimos ritos y pasó a su recompensa eterna5. Tenía solo treinta y seis años5.
Se presenciaron extraordinarias demostraciones de veneración en su funeral, y los paduanos siempre han considerado sus reliquias como su posesión más preciada5. Apenas un año después de su muerte, Antonio fue canonizado1,5. En esa ocasión, el Papa Gregorio IX entonó el himno «O doctor optime» en su honor5.
Iconografía y Devoción Popular
La devoción a San Antonio de Padua es una de las más extendidas en la Iglesia Católica1. Las imágenes y estatuas que lo representan son queridas por los fieles en todo el mundo1.
Comúnmente se le representa con un lirio, que simboliza su pureza1,5. Desde el siglo XVII, también se le suele representar con el Niño Jesús en sus brazos1,5. Esto se debe a una historia de fecha tardía que narra cómo, durante una visita, su anfitrión, al mirar por una ventana, lo vio contemplando con éxtasis al Santo Niño a quien sostenía en sus brazos1,5. En las primeras representaciones, no se encontraba nada más distintivo que un libro, emblemático de su conocimiento de las Sagradas Escrituras5.
Ocasionalmente, se le acompaña de una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo Sacramento sostenido en las manos del santo, convirtiendo así a su dueño a la creencia en la presencia real5.
San Antonio es el patrón de los pobres, y las limosnas dadas especialmente para obtener su intercesión se llaman «Pan de San Antonio»5. Su basílica en Padua, conocida como «il Santo», fue iniciada en 1232 y es un espléndido ejemplo de arquitectura románica y bizantina, con siete cúpulas y numerosas obras de arte que dan testimonio de la veneración continua hacia el santo6. La capilla del Santo en la basílica está llena de exvotos y contiene nueve bajorrelieves de Lombardi que representan milagros atribuidos al santo6.
Citas
San Antonio de Padua, Papa Benedicto XVI. Audiencia General del 10 de febrero de 2010: San Antonio de Padua (2010). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17 ↩18 ↩19
San Antonio de Padua, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §San Antonio de Padua. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17 ↩18 ↩19 ↩20 ↩21
Beato Esteban Bandelli (1450 d. C.), Alban Butler. Las vidas de los santos de Butler: Volumen II, § 538. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16
Alban Butler. Las vidas de los santos de Butler: Volumen II, § 539. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17 ↩18 ↩19 ↩20
Alban Butler. Las vidas de los santos de Butler: Volumen II, § 540. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17 ↩18 ↩19 ↩20 ↩21 ↩22 ↩23 ↩24 ↩25
Padua, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §Padua. ↩ ↩2