San Cipriano
San Cipriano de Cartago fue un influyente obispo, teólogo y mártir del siglo III, cuya vida y escritos tuvieron un impacto profundo en el desarrollo de la Iglesia primitiva. Es reconocido por su elocuencia, su defensa de la unidad de la Iglesia y su postura firme durante las persecuciones romanas. Su biografía, escrita por su diácono Pontius, y sus numerosos tratados y cartas ofrecen una visión invaluable de los desafíos y debates teológicos de su tiempo, abordando temas como la disciplina penitencial, la validez del bautismo de los herejes y la naturaleza de la Iglesia.
Tabla de contenido
Vida Temprana y Conversión
Tascio Cecilio Cipriano nació alrededor del año 200 d.C. en Cartago, África Proconsular, en una familia acomodada que le proporcionó una excelente educación como retórico y orador público1,2. Antes de su conversión, se dedicó a la enseñanza de la retórica y a la abogacía, participando plenamente en la vida pública y social de Cartago2.
Alrededor del año 246 d.C., en la mediana edad, Cipriano se convirtió al cristianismo, un evento que transformó radicalmente su vida1,2. El sacerdote Cecilio fue el instrumento de su conversión, y Cipriano lo veneró como su padre y ángel guardián. Cecilio, a su vez, confió a su esposa e hijos al cuidado de Cipriano antes de su muerte2. Tras su bautismo, Cipriano hizo voto de castidad perfecta, lo que asombró a los cartagineses y a su biógrafo, San Pontius2.
Cipriano no solo estudió las Sagradas Escrituras, sino también los escritos de los principales expositores de su tiempo. Sentía una particular predilección por las obras de su compatriota Tertuliano, a quien se refería como «mi maestro», y no pasaba un día sin leer algo de sus escritos2,1. Abandonó la literatura profana, y en sus extensas obras no se encuentra ni una sola cita de autores paganos2.
Episcopado y Persecuciones
Poco después de su conversión, Cipriano fue ordenado sacerdote, y en el año 248 d.C., fue designado para el obispado de Cartago2. Inicialmente, se resistió y trató de huir, pero finalmente cedió y fue consagrado. Aunque su elección fue válida, algunos sacerdotes y parte del pueblo se opusieron, pero fue llevada a cabo «después del juicio divino, la elección del pueblo y el consentimiento del episcopado»2.
Cipriano administró su cargo con caridad, bondad y coraje, mezclados con vigor y firmeza2. Pontius lo describe como una figura venerable y graciosa, cuya presencia inspiraba asombro y un equilibrio entre respeto y amor2.
Persecución de Decio (249-251 d.C.)
La Iglesia disfrutó de un año de paz después de la promoción de Cipriano, hasta que el emperador Decio inició una feroz persecución2,1. Los años de quietud y prosperidad habían debilitado la vigilancia y el espíritu de muchos cristianos, y cuando el edicto llegó a Cartago, hubo una estampida hacia el capitolio para registrar las apostasías2. En medio de los gritos paganos de «¡Cipriano a los leones!», el obispo fue proscrito y sus bienes confiscados2.
Cipriano se retiró a un lugar oculto durante catorce meses para poder guiar a su rebaño, una decisión que le valió críticas tanto de Roma como de África2,1. Sin embargo, justificó su acción en varias cartas al clero, argumentando que era lo correcto dadas las circunstancias2. Durante su ausencia, mantuvo contacto con su rebaño a través de frecuentes cartas, exhortándolos a la oración continua y animando a los confesores en prisión2,3.
El Problema de los Lapsi y el Cisma de Novato
La persecución de Decio dejó un grave problema: el de los lapsi, aquellos cristianos que habían apostatado, ya sea sacrificando a los ídolos (sacrificati) o comprando certificados que atestiguaban haber ofrecido sacrificio sin hacerlo realmente (libellatici)3.
Durante la ausencia de Cipriano, uno de los sacerdotes que se había opuesto a su elección episcopal, llamado Novato, cayó en cisma3. Novato, junto con algunos lapsi y confesores descontentos con la disciplina de Cipriano, recibió a todos los apóstatas de vuelta a la comunión sin ninguna penitencia canónica3. Cipriano denunció a Novato y, tras el cese de la persecución, convocó un concilio en Cartago en el 251 d.C.3,1.
En este concilio, Cipriano leyó su tratado Sobre la Unidad de la Iglesia3,4,1. En él, afirmó que «hay un solo Dios y un solo Cristo y una sola cátedra episcopal, fundada originalmente en Pedro, por la autoridad del Señor. Por lo tanto, no se puede establecer otro altar u otro sacerdocio. Todo lo que cualquier hombre en su furia o imprudencia establezca, desafiando la institución divina, debe ser una ordenanza espuria, profana y sacrílega»3. Sostenía que, así como Pedro es el fundamento terrenal de toda la Iglesia, el obispo legítimo es el fundamento de cada diócesis3.
El concilio excomulgó a los líderes cismáticos3. Novato viajó a Roma para fomentar problemas allí, donde Novaciano se había erigido como antipapa3. Cipriano reconoció a Cornelio como el verdadero Papa y lo apoyó activamente tanto en Italia como en África, trabajando junto a San Dionisio, obispo de Alejandría, para asegurar que los obispos de Oriente también se adhirieran a Cornelio, dejando claro que adherirse a un falso obispo de Roma significaba estar fuera de la comunión con la Iglesia3.
En cuanto a la disciplina de los lapsi, Cipriano buscó un camino intermedio entre la excesiva leniencia de Novato y la severidad de Novaciano, quien sostenía que la Iglesia no podía absolver a un apóstata en absoluto3,5. En el concilio del 251 d.C., se decidió que los libellatici podrían ser restaurados después de períodos de penitencia de duración variable, mientras que los sacrificati solo podrían recibir la comunión en el momento de la muerte5. Sin embargo, en el año 252 d.C., durante la persecución de Galo y Volusiano, otro concilio africano decretó que «todos los penitentes que se declararan dispuestos a entrar de nuevo en la lucha, a soportar allí el máximo calor de la batalla y a luchar valientemente por el nombre del Señor y por su propia salvación, recibirían la paz de la Iglesia»5. Cipriano argumentó que esto era necesario para «reunir a los soldados de Cristo dentro de Su campamento» y fortalecerlos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ya que ¿cómo podrían morir por Cristo si se les negaba Su Sangre?5.
La Plaga de Cartago (252-254 d.C.)
Entre los años 252 y 254 d.C., Cartago fue azotada por una terrible plaga5,6. En este tiempo de terror y desolación, San Cipriano organizó a los cristianos de la ciudad y les habló enérgicamente sobre el deber de la misericordia y la caridad, enseñándoles que debían extender su cuidado no solo a los suyos, sino también a sus enemigos y perseguidores5,7. Los fieles se ofrecieron de buen grado a seguir sus directrices: los ricos contribuyeron con limosnas en dinero, y los pobres ofrecieron su trabajo personal y asistencia5,6. Cipriano mostró una gran preocupación por los pobres y necesitados, incluso durante su ausencia, y solía decir: «No dejes que duerma en tus arcas lo que puede ser provechoso para los pobres. Aquello de lo que un hombre debe desprenderse tarde o temprano, es bueno que lo distribuya voluntariamente para que Dios le recompense en la eternidad»5. En esta ocasión, escribió su hermoso tratado Sobre la Mortalidad, donde consolaba y fortalecía a su rebaño6,7.
Controversia Bautismal
Cipriano también se vio envuelto en una controversia sobre la validez del bautismo administrado por herejes. Sostenía que el bautismo administrado fuera de la Iglesia no era válido y que los herejes que deseaban unirse a la Iglesia debían ser rebautizados8,1. Esta posición lo llevó a un conflicto con el Papa Esteban I, quien consideraba válido el bautismo herético si se administraba en nombre de la Trinidad8,1.
En el año 256 d.C., Cipriano celebró un concilio en Cartago con ochenta y siete obispos de África, Numidia y Mauritania, donde se reafirmó la invalidez del bautismo de herejes8. Aunque esta disputa generó tensiones, el martirio de Cipriano y Esteban puso fin honorablemente al conflicto, y el sucesor de Esteban, Sixto II, no rompió la comunión con Cartago1.
Martirio
La persecución de Valeriano (253-260 d.C.) llevó a Cipriano a su martirio1,9. En agosto del 257 d.C., se promulgó el primer edicto de Valeriano, que prohibía las asambleas cristianas y exigía a obispos, sacerdotes y diáconos participar en el culto oficial bajo pena de exilio9.
El 30 de agosto del 257 d.C., Cipriano fue llevado ante el procónsul Paterno. En el interrogatorio, Cipriano declaró: «Soy cristiano y obispo. No conozco otros dioses sino el único y verdadero Dios que hizo el Cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. A este Dios los cristianos servimos; a Él oramos día y noche, por nosotros mismos y por todos los hombres y por la seguridad de los propios emperadores»9. Ante la insistencia del procónsul, Cipriano afirmó que una buena intención que reconoce a Dios no puede cambiar9. Como resultado, fue exiliado a Curubis, una pequeña ciudad a cincuenta millas de Cartago9. Aunque era un lugar de exilio, Pontius señala que a Cipriano, el sacerdote de Dios, nunca le faltaría nada, incluso si los hombres no le ministraran, pues Dios proveería, como a Elías o Daniel10.
Un año después, en agosto del 258 d.C., el nuevo procónsul Galerius Maximus ordenó el regreso de Cipriano de su exilio9. Al regresar, Cipriano permaneció en sus propios jardines, esperando diariamente su arresto, como se le había revelado en una visión9. El 14 de septiembre del 258 d.C., Cipriano fue decapitado, convirtiéndose en el primer obispo africano en morir como mártir1,11. Sus Actas de martirio son consideradas un clásico1.
Su pasión fue tal que «Cipriano, quien había sido un ejemplo para todos los hombres buenos, fue también el primero en África en teñir su corona sacerdotal con la sangre del martirio, porque fue el primero en ser tal después de los apóstoles»11. El pueblo de la Iglesia, que había sufrido con él, fue bendecido por su ejemplo12.
Obras y Legado
San Cipriano fue un escritor prolífico, cuya obra ha sido muy influyente en la Iglesia Occidental13,6. Sus escritos, muchos de los cuales fueron recopilados poco antes o después de su muerte, incluyen ochenta y una cartas, de las cuales sesenta y dos son suyas y tres más en nombre de concilios6. Estas cartas ofrecen una imagen vívida de su tiempo6.
Sus tratados más conocidos incluyen:
Sobre la Unidad de la Iglesia: Escrito para combatir los cismas de Novato y Novaciano, enfatiza la unidad de la Iglesia bajo un solo obispo y la primacía de Pedro4,3,1. En esta obra, Cipriano compara al Espíritu Santo con una paloma, un «ser simple y gozoso», que representa la simplicidad y caridad que deben conocerse en la Iglesia, y la necesidad de que el amor fraterno imite a las palomas en su mansedumbre y paz14.
Sobre los Lapsi: Aborda la cuestión de cómo tratar a los cristianos que habían apostatado durante las persecuciones1,3.
Sobre la Mortalidad: Compuesto durante la plaga de Cartago en el 252 d.C., es un hermoso panfleto que consuela a los cristianos ante la muerte y los anima a la caridad6,7.
Sobre la Beneficencia y la Limosna: Destaca la importancia de la caridad cristiana y el valor satisfactorio de la limosna6,5.
Sobre la Oración del Señor: Una exposición del Padrenuestro6.
Sobre el Beneficio de la Paciencia: Un tratado sobre la virtud de la paciencia15,6.
Cipriano no era un teólogo especulativo, sino que adoptó posiciones sobre cuestiones prácticas con resonancia en la eclesiología y sus ramificaciones en la liturgia y la sacramentología1. Su objetivo principal era promover la unión con Dios, especialmente en el sacramentum (un término tomado de Tertuliano)1. Concibió la Iglesia como el sacramento de la unidad1.
En cuanto a la doctrina, sus escritos reflejan una comprensión correcta de la Santísima Trinidad y la Encarnación, juzgada por estándares posteriores6. Expresó clara y repetidamente su fe en la regeneración bautismal, la Presencia Real y el Sacrificio de la Misa6. Fue uno de los primeros en justificar el bautismo de infantes, a diferencia de Tertuliano, quien se oponía firmemente, y es el primer testigo indiscutible de la práctica de que los infantes bautizados recibieran la comunión1,6. Sobre la penitencia, sostenía que para aquellos que se habían separado de la Iglesia por el pecado, no había retorno excepto por una humilde confesión (exomologesis apud sacerdotes), seguida de la remisión hecha por los sacerdotes (remissio facta per sacerdotes)6.
El diácono Pontius escribió una Vida de Cipriano, que lo presenta como un héroe en un estilo panegírico, lo que indica la rapidez con la que se extendió su veneración1,13. San Cipriano es considerado el primer gran escritor latino entre los cristianos, y sus escritos no tuvieron rivales en Occidente hasta los días de Jerónimo y Agustín, siendo elogiados por muchos Padres de la Iglesia6.
Conclusión
San Cipriano de Cartago permanece como una figura monumental en la historia de la Iglesia. Su liderazgo durante tiempos de persecución, su incansable defensa de la unidad eclesial y su profunda reflexión teológica sobre los sacramentos y la penitencia, lo establecen como un Padre de la Iglesia de inmensa importancia. Su vida de fe y su martirio ofrecen un testimonio perdurable de la fidelidad a Cristo y a Su Iglesia, inspirando a generaciones de creyentes a buscar la unidad, la caridad y la paciencia en medio de las adversidades.
Su festividad se celebra el 14 de septiembre.
Citas
Cipriano de Cartago, Edward G. Farrugia. Diccionario Enciclopédico del Oriente Cristiano, §Cipriano de Cartago (2015). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17 ↩18 ↩19 ↩20
Alban Butler. Las Vidas de los Santos de Butler: Volumen III, § 566. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17
Alban Butler. Las Vidas de los Santos de Butler: Volumen III, § 567. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14
Sobre la unidad de la Iglesia, Cipriano de Cartago. Los Tratados de Cipriano - Tratado I, §Argumento (251). ↩ ↩2
Alban Butler. Las Vidas de los Santos de Butler: Volumen III, § 568. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9
San Cipriano de Cartago, The Encyclopedia Press. Enciclopedia Católica, §San Cipriano de Cartago. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15
Cipriano de Cartago. Los Tratados de Cipriano - Tratado VII, §Argumento (254). ↩ ↩2 ↩3
El séptimo concilio de Cartago bajo Cipriano. - Sobre el bautismo de los herejes. El juicio de ochenta y siete obispos sobre el bautismo de los herejes, Cipriano de Cartago. Sobre el Bautismo de los Herejes (256). ↩ ↩2 ↩3
Alban Butler. Las Vidas de los Santos de Butler: Volumen III, § 569. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7
Por Pontius el diácono, Cipriano de Cartago. Vida y Pasión de San Cipriano, § 11 (258). ↩
Por Pontius el diácono, Cipriano de Cartago. Vida y Pasión de San Cipriano, § 19 (258). ↩ ↩2
Por Pontius el diácono, Cipriano de Cartago. Vida y Pasión de San Cipriano, § 18 (258). ↩
Por Pontius el diácono, Cipriano de Cartago. Vida y Pasión de San Cipriano, § 1 (258). ↩ ↩2
Sobre la unidad de la Iglesia, Cipriano de Cartago. Los Tratados de Cipriano - Tratado I, § 9 (251). ↩
Cipriano de Cartago. Los Tratados de Cipriano - Tratado IX, §Argumento (256). ↩