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Sapientiae Christianae

La encíclica Sapientiae Christianae, publicada por el Papa León XIII en 1890, aborda los deberes de los ciudadanos cristianos, enfatizando la primacía de la fe y la Iglesia en la vida individual y social. El documento surge en un contexto de creciente secularismo y desafíos a la autoridad e influencia de la Iglesia, y busca reafirmar la necesidad de conformar la vida y las instituciones a los principios de la sabiduría cristiana para el bienestar de las naciones. La encíclica subraya la obligación de los católicos de amar y defender a la Iglesia, priorizar la ley divina sobre la humana cuando entran en conflicto, y participar activamente en la defensa y propagación de la verdad católica, tanto el clero como los laicos. También destaca la importancia de la unidad dentro de la Iglesia y el papel fundamental de la familia en la formación cristiana.

Tabla de contenido

Contexto Histórico y Propósito

La encíclica Sapientiae Christianae fue promulgada por el Papa León XIII el 10 de enero de 1890, en un período de profundos cambios sociales, políticos y culturales en Europa y el mundo1. La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por el auge del liberalismo, el nacionalismo y el secularismo, que a menudo desafiaban la autoridad de la Iglesia Católica y buscaban relegar la religión a la esfera privada1,2. En este contexto, el Papa León XIII, al igual que su predecesor Pío IX con Quanta Cura en 1864, buscó abordar los «errores de esta edad infeliz» y reafirmar la importancia de la doctrina católica para el bienestar de la sociedad2.

El propósito central de Sapientiae Christianae es definir y detallar los deberes de los católicos como ciudadanos, tanto en relación con su fe como con su patria terrenal3,4. El Papa León XIII observó con preocupación cómo los «bienes del alma», es decir, la práctica de la verdadera religión y la observancia de los preceptos cristianos, estaban perdiendo estima debido al olvido o la indiferencia3. Argumentaba que la prosperidad material y el poder eran insuficientes para satisfacer el alma humana, que está creada para cosas más elevadas y gloriosas: contemplar a Dios y tender hacia Él a través del conocimiento y el amor1. La disminución de la fe cristiana y la moralidad se consideraban una amenaza no solo para la salvación individual, sino también para la estabilidad de las naciones y los imperios, ya que la religión es el fundamento principal de la sociedad humana3,5.

La encíclica se presenta como una advertencia y una exhortación a los fieles para que no abandonen el camino de la verdad, especialmente en un tiempo de «batalla violenta y casi diaria» sobre asuntos de suma importancia, donde es fácil ser engañado, extraviarse o perder el ánimo3. León XIII enfatiza que la restauración de las doctrinas y prácticas cristianas en la familia y en toda la sociedad es el único medio para superar los males presentes y prevenir futuros peligros3,6.

Deberes Fundamentales del Cristiano

Sapientiae Christianae articula varios deberes esenciales para los católicos, destacando la interconexión entre la fe individual y la vida pública.

Amor y Defensa de la Iglesia

Los católicos tienen el deber de amar y defender a la Iglesia con la misma dedicación que amarían a su propia nación, ya que la Iglesia es la «Ciudad de Dios» y el medio para alcanzar la felicidad eterna1. Este amor implica una mayor obligación de aprender y creer en las enseñanzas de la fe católica en comparación con aquellos que no están familiarizados con ella1.

El Papa León XIII señala que la Iglesia es objeto de una «guerra» constante, con ataques abiertos y públicos que una época que valorara la religión no habría tolerado3,7. La encíclica condena la arrogancia de aquellos que creen poder desterrar a Dios de la sociedad y que, impulsados por la ciencia y la razón humana, niegan la revelación divina, la enseñanza moral cristiana y la autoridad de la Iglesia7.

Primacía de la Ley Divina

Un punto crucial de la encíclica es la afirmación de que, en situaciones donde las demandas del Estado entran en conflicto con las de la Iglesia o la ley divina, los cristianos deben priorizar su lealtad a Dios y a la Iglesia1. La verdadera ley se define como un mandato de la recta razón para el bien común, que debe estar en conformidad con la razón divina1. Si las leyes del Estado contradicen la ley divina o la autoridad de la Iglesia, es un deber resistir, y obedecer tales leyes se convierte en un crimen1. Los cristianos deben amar tanto su patria terrenal como su patria celestial, pero el amor por la celestial debe superar al amor por la terrenal, y las leyes humanas nunca deben anteponerse a la ley divina4.

Preservación y Estudio de la Fe

La encíclica subraya la importancia de preservar la fe y estudiarla profundamente. Ante la «locura imprudente y generalizada de la opinión» y los sofismas de los no creyentes, cada católico está obligado en conciencia a vigilarse a sí mismo, evitando riesgos y armándose con un conocimiento profundo de la doctrina cristiana8,9. Este estudio debe ser acorde con la capacidad e inteligencia de cada uno, abarcando tanto la doctrina cristiana como los asuntos entrelazados con la religión y la razón8. La fe no solo debe permanecer intacta en el alma, sino que debe crecer con un aumento constante, lo que requiere la humilde súplica a Dios: «Aumenta nuestra fe»8.

Profesión Pública y Propagación de la Fe

Es un deber fundamental de los católicos profesar abierta e inquebrantablemente la doctrina católica y propagarla en la medida de sus posibilidades10. La encíclica afirma que «nada es tan perjudicial para la sabiduría cristiana como que no sea conocida»10. Cuando la verdad católica es aprehendida por un alma sencilla y sin prejuicios, la razón asiente10. Aunque la fe es un don de la gracia divina, su objeto se conoce principalmente a través de la predicación: «Cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin un predicador? La fe, pues, viene por el oír, y el oír, por la palabra de Cristo» (Romanos 10:14, 17)10.

Aunque la tarea principal de predicar y enseñar recae en los pastores, especialmente en el Romano Pontífice como Vicario de Jesucristo y maestro de la Iglesia universal, los laicos también tienen un papel activo10,11. Aquellos con dones intelectuales están llamados a comunicar a otros lo que han recibido, actuando como «ecos vivientes» de sus maestros en la fe11. El Concilio Vaticano I ya había invitado a todos los fieles, especialmente a los que ocupan una posición prominente o se dedican a la enseñanza, a ayudar a erradicar los errores de la Iglesia y a difundir la luz de la fe inmaculada11. Cada católico puede y debe predicar la fe católica con la autoridad de su ejemplo y mediante una profesión abierta y constante de las obligaciones que impone11.

León XIII critica a aquellos que, por falta de carácter o por dudar de la verdad de su fe, retroceden ante el enemigo o guardan silencio ante los ataques contra la verdad, calificando esta conducta de «vil e insultante a Dios»9. La falta de vigor en los cristianos solo beneficia a los enemigos de la fe, ya que «nada envalentona tanto a los malvados como la falta de coraje por parte de los buenos»9. Los cristianos están «nacidos para el combate», y cuanto mayor sea la vehemencia de la lucha, más asegurado será el triunfo con la ayuda de Dios9.

Unidad y Obediencia en la Iglesia

La encíclica dedica una sección importante a la necesidad de unidad y obediencia dentro de la Iglesia, elementos cruciales para la defensa de la fe.

Armonía de Opinión y Voluntad

León XIII destaca la necesidad de unidad y armonía de opinión dentro de la Iglesia, ya que las diferentes ideas y opiniones pueden conducir a la división1. Esta unidad debe ser perfecta, como insta el Apóstol Pablo12. La fe cristiana se basa en la autoridad divina, no en la razón humana, y por lo tanto, todo lo que Dios ha revelado debe ser recibido con un asentimiento similar e igual12. Negarse a creer en una sola verdad revelada equivale a rechazarlas todas, ya que se destruye el fundamento mismo de la fe12.

La Iglesia docente es la encargada de determinar qué doctrinas son divinamente reveladas, y el Romano Pontífice es el maestro supremo en la Iglesia12. Por lo tanto, la unidad de mentes requiere un acuerdo perfecto en la fe y una sumisión y obediencia completa de la voluntad a la Iglesia y al Romano Pontífice, como si fuera a Dios mismo12. Esta obediencia debe ser perfecta y absoluta en cada detalle, siendo la marca distintiva de los católicos12. San Tomás de Aquino es citado para reforzar que quien no se adhiere a la enseñanza de la Iglesia como regla infalible no posee el hábito de la fe, sino que sostiene los asuntos de fe según su propia voluntad12.

La obediencia a los pastores de almas, y especialmente al Romano Pontífice, no se limita solo a los dogmas definidos solemnemente, sino también a las doctrinas propuestas por la Iglesia en su enseñanza común y universal como divinamente reveladas13. El Papa tiene la autoridad para juzgar qué contienen las oráculos divinos, qué doctrinas están en armonía o desacuerdo con ellos, y qué es necesario hacer o evitar para alcanzar la salvación eterna13.

El Papel de los Laicos y la Prudencia

La encíclica advierte contra dos excesos en la participación en los asuntos públicos: la «prudencia» mal entendida y la falsa valentía14. Algunos evitan atacar audazmente el mal, temiendo exasperar a las mentes hostiles, lo que los hace parecer ambiguos en su lealtad a la Iglesia14. Otros se quejan de la pérdida de la fe y la perversión moral, pero no se esfuerzan por remediarla, incluso aumentando el daño con demasiada indulgencia o disimulo14. Estos individuos pueden pretender buena voluntad hacia la Santa Sede, pero siempre tienen alguna crítica contra el Sumo Pontífice14.

León XIII critica la «prudencia de la carne» que es «muerte del alma» porque no está sujeta a la ley de Dios15. Aquellos que la cultivan y pretenden ignorar que todo cristiano debe ser un valiente soldado de Cristo, y que desean las recompensas de los vencedores mientras viven como cobardes, no solo no frustran el avance de los malintencionados, sino que lo facilitan15.

Por otro lado, la encíclica también advierte contra un falso celo que lleva a algunos a actuar por cuenta propia, queriendo que el modo de acción de la Iglesia sea influenciado por sus propias ideas y juicios16. Esto es «adelantarse a la autoridad legítima» y asumir deberes que no les corresponden, en detrimento del orden establecido por Dios en la Iglesia16. La prudencia política de los individuos consiste en ejecutar fielmente las órdenes de la autoridad legítima17.

Los laicos deben vivir en estrecha unión con sus obispos, quienes administran las iglesias particulares bajo la autoridad del Romano Pontífice18. Aunque pueda haber prelados que den lugar a críticas en su conducta o en sus opiniones doctrinales, ninguna persona privada puede arrogarse el oficio de juez que Cristo ha otorgado solo a quien puso a cargo de sus corderos y ovejas18.

La Familia como Cuna de la Sociedad Cristiana

La encíclica Sapientiae Christianae dedica atención especial a la familia, considerándola la «cuna de la sociedad civil» y un factor determinante para el destino de los Estados19. Aquellos que buscan romper con la disciplina cristiana trabajan para corromper la vida familiar y destruirla por completo19.

Los padres tienen el derecho natural y la obligación de educar a sus hijos, dirigiendo su formación hacia el fin para el cual Dios les concedió el don de la vida19. Por lo tanto, es imperativo que los padres hagan todo lo posible para defender su autoridad exclusiva en la educación de sus hijos de manera cristiana, y sobre todo, mantenerlos alejados de escuelas donde exista el riesgo de que «beban el veneno de la impiedad»19. La encíclica alaba a los católicos que, en muchos países, invierten considerablemente en fundar escuelas para la juventud, pero enfatiza que la influencia más significativa en la mente de los niños proviene de la formación que reciben en el hogar19. Si en sus primeros años encuentran en sus hogares la regla de una vida recta y la disciplina de las virtudes cristianas, el futuro bienestar de la sociedad estará en gran medida garantizado19.

La Virtud de la Caridad

Finalmente, el Papa León XIII exhorta a reavivar la caridad, que es el fundamento principal de la vida cristiana y sin la cual las demás virtudes no existen o permanecen estériles20. La caridad es el «vínculo de la perfección» (Colosenses 3:14), ya que une íntimamente a Dios a quienes la abrazan y les permite obtener su vida de Dios, actuar con Dios y referir todo a Dios20.

El amor a Dios no debe separarse del amor al prójimo, ya que los hombres participan de la bondad infinita de Dios y llevan en sí la impronta de Su imagen y semejanza20. El mandamiento de amar al prójimo en la forma en que Cristo es amado por el Padre y Él mismo ama a los hombres fue un precepto verdaderamente nuevo, que permite a los discípulos ser «un solo corazón y una sola mente en Él por la caridad»20.

Conclusión

La encíclica Sapientiae Christianae de León XIII es un llamado enérgico a los católicos para que vivan su fe de manera integral y activa en todos los aspectos de la vida, tanto personal como pública21. Subraya que el bienestar de la sociedad está intrínsecamente ligado a la observancia de los principios cristianos y que los católicos tienen una responsabilidad ineludible de defender la verdad y la autoridad de la Iglesia5,6. La encíclica concluye con una exhortación a la perseverancia en la oración y la caridad, recordando que la lucha por Cristo es una batalla que, con la ayuda divina, lleva a una recompensa sublime21,20. Al negarse a luchar por Jesucristo, uno lucha contra Él, y Él negará ante Su Padre en el cielo a quienes se hayan negado a confesarlo en la tierra21. Este documento sigue siendo relevante como una reafirmación de los deberes del laicado católico y la importancia de la fe en la configuración de una sociedad justa y moral.

Citas

  1. Sapientiae christianae, Papa León XIII. Sapientiae Christianae (1890). 2 3 4 5 6 7 8 9

  2. Papa Pío IX. Quanta Cura (1864). 2

  3. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 3 (1890). 2 3 4 5 6

  4. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 11 (1890). 2

  5. Papa León XIII. Pastoralis vigilantiae, § 10 (1891). 2

  6. Papa León XIII. Pastoralis vigilantiae, § 11 (1891). 2

  7. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 12 (1890). 2

  8. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 13 (1890). 2 3

  9. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 14 (1890). 2 3 4

  10. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 15 (1890). 2 3 4 5

  11. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 16 (1890). 2 3 4

  12. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 22 (1890). 2 3 4 5 6 7

  13. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 24 (1890). 2

  14. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 33 (1890). 2 3 4

  15. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 34 (1890). 2

  16. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 35 (1890). 2

  17. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 36 (1890).

  18. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 37 (1890). 2

  19. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 42 (1890). 2 3 4 5 6

  20. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 40 (1890). 2 3 4 5

  21. Papa León XIII. Sapientiae Christianae, § 43 (1890). 2 3