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Sínodo de Whitby

El Sínodo de Whitby, celebrado en el año 664 en el monasterio de Streanaeshalch (actual Whitby, en Northumbria), representó un momento pivotal en la historia de la Iglesia en Britania. Convocado por el rey Oswy de Northumbria, este concilio resolvió las diferencias litúrgicas y disciplinarias entre las tradiciones celtas e irlandesas y las romanas, optando por la adopción de las prácticas romanas, especialmente en la fecha de la Pascua y el tonsura clerical. Esta decisión no solo unificó la observancia eclesiástica en la región anglosajona, sino que también fortaleció los lazos con la Sede Apostólica de Roma, marcando el fin de la controversia pascual en Occidente y sentando las bases para la integración de la Iglesia inglesa en la tradición católica universal. Desde la perspectiva católica, el sínodo subraya la importancia de la unidad doctrinal y la obediencia al sucesor de Pedro, promoviendo una mayor cohesión en la fe cristiana.

Tabla de contenido

Antecedentes históricos

La cristianización de Britania

La llegada del cristianismo a Britania se remonta al siglo VI, con la misión enviada por el papa Gregorio Magno en el año 597, liderada por San Agustín de Canterbury. Esta iniciativa romana buscaba reconvertir a los anglosajones paganos que habían invadido la isla tras la retirada romana. Sin embargo, el proceso no fue uniforme: mientras el sur de Britania, influido por tradiciones continentales, adoptaba rápidamente las costumbres romanas, el norte experimentó una evangelización paralela proveniente de Irlanda y Escocia, a través de misioneros como San Aidan desde la isla de Iona.1 Esta dualidad generó una diversidad en las prácticas religiosas que, aunque compartía la fe esencial en Cristo, divergía en aspectos externos como el cálculo de la Pascua y el rito de tonsura.

En el siglo VII, la expansión del cristianismo en reinos como Northumbria, Mercia y Kent reflejaba estas tensiones. Reyes como Oswy, convertido al cristianismo, gobernaban territorios donde convivían clérigos de ambas tradiciones, lo que provocaba conflictos cotidianos, como la discrepancia en la celebración de la Pascua: el rey y su corte seguían el rito celta, mientras que su reina, Eanfled, educada en el sur bajo influencia romana, ayunaba en fechas distintas.2 Estas divisiones no solo afectaban la vida litúrgica, sino que también amenazaban la unidad política y eclesiástica en un contexto de reinos fragmentados.

Diferencias entre las tradiciones celta y romana

Las discrepancias entre las tradiciones celta e irlandesa y la romana se centraban en cuestiones disciplinarias más que doctrinales. La Pascua, por ejemplo, se calculaba según calendarios distintos: los celtas usaban un ciclo de 84 años y la celebraban entre el 14 y el 20 de abril, mientras que los romanos seguían el ciclo de 19 años establecido en el Concilio de Nicea (325), fijándola como el domingo después de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera.1 Otra diferencia radicaba en la tonsura clerical: los celtas se afeitaban la frente desde oreja a oreja, evocando una corona, en contraste con la tonsura romana, que dejaba un círculo en la coronilla, simbolizando la corona de espinas de Cristo.3

Además, el bautismo presentaba variaciones: los celtas realizaban tres inmersiones con oraciones triples, mientras que los romanos preferían una sola inmersión. Estas prácticas, aunque no alteraban el dogma central de la salvación, generaban confusión y divisiones, especialmente en matrimonios reales y asambleas mixtas. La tradición celta, arraigada en monasterios irlandeses, enfatizaba la austeridad monástica y la autonomía local, mientras que la romana priorizaba la uniformidad bajo la autoridad papal, alineada con los concilios ecuménicos.4 Estas tensiones culminaron en Northumbria, donde la influencia irlandesa era fuerte debido a misioneros como San Columba, pero la proximidad con Roma impulsaba cambios.

El contexto del Sínodo

La convocatoria por el rey Oswy

El rey Oswy de Northumbria (reinó 642-670), un monarca piadoso y ambicioso por la unidad de su reino, convocó el sínodo motivado por la necesidad de resolver las discordias litúrgicas que afectaban su corte y su territorio. En 664, durante una plaga que asolaba la región, Oswy buscó armonizar las prácticas para fortalecer la cohesión cristiana en Northumbria, un reino fronterizo entre influencias celtas del norte y romanas del sur.2 El lugar elegido fue el monasterio doble de Streanaeshalch, dirigido por la abadesa Santa Hilda, una figura respetada que, aunque inicialmente inclinada hacia la tradición celta, facilitó el debate imparcial.1

Oswy, que había sido educado en el rito irlandés por misioneros escoceses, presidió el concilio junto a su hijo Alchfrid, quien favorecía las costumbres romanas tras sus estudios en el continente. La asamblea incluyó a obispos, abades y clérigos de ambas facciones, reflejando la madurez de la Iglesia anglosajona en ese momento. El objetivo no era solo litúrgico, sino también político: una Iglesia unificada podía respaldar la estabilidad del reino frente a amenazas paganas y rivales.5

El papel de los principales actores

Entre los defensores de la tradición romana destacaba San Wilfrido, obispo de Ripon, un hábil orador formado en Roma y Lyon, que representaba la conexión con la Sede Apostólica. Wilfrido argumentaría basándose en la autoridad de San Pedro y los concilios universales.3 Por el lado celta, el obispo Colmán de Lindisfarne, sucesor de San Aidan, defendía las costumbres ancestrales de los «padres escoceses», apelando a la tradición de San Juan Evangelista.2 Otros participantes incluyeron al obispo Agilberto, de origen franco y rito romano, y al intérprete San Cedd, que facilitó el diálogo entre las partes.6

La abadesa Hilda, con su influencia espiritual, aseguró que el debate fuera respetuoso, aunque su monasterio albergaba monjes de ambas tradiciones. Este contexto subraya cómo el sínodo trascendía lo religioso, integrando dinámicas políticas y culturales en la formación de la identidad cristiana británica.

Desarrollo del Sínodo

Discursos y debates

El sínodo se abrió con un discurso de Oswy, quien enfatizó la necesidad de una sola regla para los que sirven a un mismo Dios, recordando que todos aspiraban al mismo Reino de los Cielos.2 Colmán inició el debate defendiendo la Pascua celta como herencia de los antiguos monjes irlandeses, amados por Dios, y cuestionando la validez de cambios posteriores. Wilfrido replicó vigorosamente, argumentando que la práctica romana, avalada por el Concilio de Nicea y observada en todo el orbe cristiano excepto en remotos rincones irlandeses, era la verdadera tradición apostólica.1 Invocó la primacía de San Pedro, «el portador de las llaves del Reino», y ridiculizó la tonsura celta como pagana o judía.3

Los debates se extendieron durante días, con intervenciones de Agilberto y Cedd, que tradujeron y moderaron. Colmán admitió que incluso en Irlanda había variaciones pascuales en el siglo IV, pero insistió en la fidelidad a sus mayores. Wilfrido, por su parte, destacó la unidad global de la Iglesia bajo Roma, citando ejemplos de Alejandría y Roma.2 La discusión reveló que, más allá de la Pascua, el sínodo abordaba la orientación eclesial: ¿hacia la aislada tradición celta o hacia la organizada comunión romana?

Decisión y decreto

La resolución llegó cuando Oswy, impresionado por los argumentos petrinos de Wilfrido, decidió: «No me atrevo a contradecir los decretos de aquel que guarda las puertas del Reino de los Cielos, no sea que me niegue la entrada».1 El rey, devoto de San Pedro, optó por la tradición romana, decretando su adopción en Northumbria para la Pascua, la tonsura y el bautismo. Colmán y sus seguidores, respetando la decisión, regresaron a Irlanda, mientras que los monjes de Lindisfarne se adaptaron gradualmente.5

Este decreto no fue coercitivo, pero estableció la sumisión a los cánones romanos, marcando el triunfo de la uniformidad litúrgica. El sínodo concluyó con la promesa de obediencia papal, fortaleciendo la jerarquía eclesiástica en Britania.

Consecuencias y legado

Unificación litúrgica

Inmediatamente, el sínodo impulsó la adopción de ritos romanos en Northumbria y, progresivamente, en otros reinos anglosajones. La controversia pascual, que había persistido en Occidente, se extinguió en Britania, permitiendo una Pascua unificada que facilitó intercambios misioneros y sinodales.1 Monasterios como Lindisfarne y Jarrow incorporaron las nuevas prácticas, enriqueciendo la vida monástica con influencias continentales.

Consolidación de la autoridad papal

La decisión de Oswy reafirmó la primacía de Roma, vinculando la Iglesia inglesa a la Sede de Pedro. Esto pavimentó el camino para arzobispados como el de Canterbury y York, y para sínodos posteriores bajo influencia papal, como el de Hertford en 673.4 En el siglo VIII, el papa concedió el palio a Egberto de York, consolidando la estructura metropolitana.4

Influencia en la historia posterior

El legado del sínodo se extendió a la evangelización de Europa continental por parte de misioneros ingleses como San Bonifacio, y a la formación de la Iglesia medieval en Inglaterra. Aunque las costumbres celtas no desaparecieron de inmediato en Irlanda y Escocia, su influencia se diluyó, contribuyendo a la unidad católica occidental. Hoy, el Sínodo de Whitby se estudia como hito en la historiografía eclesiástica, ilustrando el diálogo entre tradiciones locales y universales.3

Perspectiva católica

Desde la doctrina católica, el Sínodo de Whitby ejemplifica la búsqueda de unidad en la fe, alineada con el mandato evangélico de una sola grey y un solo pastor (Jn 10,16). La elección romana no fue un triunfo partidista, sino una afirmación de la colegialidad eclesial y la obediencia al Vicario de Cristo, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica al enfatizar la comunión con la Sede Apostólica (n. 880-882). San Wilfrido y Santa Hilda son venerados como santos por su rol en esta unificación, recordándonos que la diversidad litúrgica debe subordinarse a la verdad doctrinal.4

El sínodo también advierte contra divisiones innecesarias, promoviendo el ecumenismo actual al mostrar cómo el respeto mutuo resuelve controversias. En la tradición católica, Whitby refuerza que la Iglesia universal, guiada por el Espíritu Santo, integra lo local en lo apostólico, fortaleciendo la misión evangelizadora.

En resumen, el Sínodo de Whitby transformó la Iglesia anglosajona, asegurando su arraigo en la tradición romana y papal, y dejando un legado de unidad que perdura en la fe católica contemporánea.

Citas

  1. Sínodo de Whitby, The Encyclopedia Press. Catholic Encyclopedia, §Sínodo de Whitby. 2 3 4 5 6

  2. Beda el Venerable. Historia Eclesiástica de Inglaterra - Libro III, § 62. 2 3 4 5

  3. Alban Butler. Las Vidas de los Santos de Butler: Volumen I, § 385. 2 3 4

  4. La Iglesia Anglo-Sajona, The Encyclopedia Press. Catholic Encyclopedia, §La Iglesia Anglo-Sajona. 2 3 4

  5. Beda el Venerable. Historia Eclesiástica de Inglaterra - Libro I, § 14. 2

  6. Beda el Venerable. Historia Eclesiástica de Inglaterra - Libro IV, § 16.