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Templanza

La templanza es una virtud cardinal fundamental en la enseñanza católica, definida como la virtud moral que modera la atracción de los placeres y proporciona equilibrio en el uso de los bienes creados1,2. Permite el dominio de la voluntad sobre los instintos, manteniendo los deseos dentro de los límites de lo honorable1. Esta virtud es esencial para el desarrollo humano pleno, ya que garantiza el autodominio y la moderación en todas las áreas de la vida, desde el control de los apetitos sensibles hasta la gestión de las emociones y el uso de los bienes materiales3,4.

Tabla de contenido

Definición y Origen

La templanza, del latín temperare (mezclar en proporciones adecuadas, calificar), es el hábito justo que permite al ser humano gobernar su apetito natural por los placeres de los sentidos de acuerdo con la razón5. Aunque en un sentido amplio puede considerarse una característica de todas las virtudes morales, al implicar moderación en cada una de ellas, Santo Tomás de Aquino la describe como una virtud especial5. Su objetivo principal es frenar la concupiscencia y controlar el anhelo de placeres y deleites que más fuertemente atraen el corazón humano5.

Históricamente, el concepto de templanza tiene raíces profundas en la filosofía griega. Para los griegos, términos como sōphrōn y sōphrosynē denotaban reserva y moderación en la conducta, así como el conocimiento del propio lugar6. Platón, en su obra Charmides, consideraba la sophrosyne como el inicio de la salud espiritual, y en la República, la formuló como una de las cuatro virtudes cardinales, correspondiente a la mente y las tres partes apetitivas del alma6. Aristóteles, por su parte, trató la templanza (enkráteia) extensamente como una virtud que reside en la parte irracional del alma y ayuda a alcanzar el justo medio en relación con los placeres corporales4,6. El término griego enkráteia significa literalmente «poder sobre uno mismo»4.

Fundamento Bíblico

La templanza es una virtud elogiada a lo largo de las Escrituras. En el Antiguo Testamento, se exhorta a no seguir las inclinaciones y la fuerza del corazón, sino a refrenar los apetitos1. Por ejemplo, el libro del Sirácides aconseja: «No sigas tus pasiones, sino refrena tus apetitos» (Sir 18,30)1.

En el Nuevo Testamento, la templanza se conoce como «moderación» o «sobriedad»1. San Pablo, en su carta a Tito, insta a vivir «con sobriedad, justicia y piedad en este mundo» (Tito 2,12)1. Estos pasajes subrayan la importancia de la templanza para una vida conforme a la voluntad divina y para el desarrollo de una conducta recta.

En la Enseñanza Católica

El Catecismo de la Iglesia Católica (CCC) define la templanza como la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados1,7. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de lo honesto1. La persona templada dirige sus apetitos sensibles hacia el bien y mantiene una sana discreción1.

El Papa Francisco ha destacado que la templanza es la «virtud de la justa medida»4. En cada situación, la persona templada se comporta con sabiduría, evitando la impulsividad y la exuberancia que hacen a las personas poco confiables4. En un mundo donde muchos se jactan de decir lo que piensan sin filtro, la persona templada prefiere pensar lo que dice4. No hace promesas vacías, sino que se compromete en la medida en que puede cumplir4.

San Juan Pablo II también enfatizó la importancia de la templanza, señalando que, aunque el término parece referirse a algo «externo al hombre» (como no abusar de la comida o la bebida), su fundamento reside en el interior3. Existe en cada uno un «yo superior» y un «yo inferior». La templanza garantiza el dominio del «yo inferior» (el cuerpo con sus necesidades, deseos y pasiones sensibles) por parte del «yo superior» (la razón, la voluntad y el corazón)3,8. Este dominio no es una humillación del cuerpo, sino que le otorga un mayor valor y lo exalta, permitiendo que el cuerpo y los sentidos encuentren el lugar que les corresponde en la condición humana3,8.

La Templanza como Virtud Cardinal

La templanza es una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la prudencia, la justicia y la fortaleza5. Se la considera cardinal porque la moderación que exige para todo hábito recto encuentra en la práctica de la templanza un campo de prueba particularmente desafiante5. Los placeres sobre los que impone un freno son a la vez sumamente naturales y necesarios para la existencia humana5. Aunque es una virtud fundamental, Santo Tomás de Aquino la sitúa al final en el orden de las virtudes morales, después de la prudencia, la justicia y la fortaleza5.

Relación con Otras Virtudes

La templanza no actúa de forma aislada, sino que está intrínsecamente ligada a otras virtudes, muchas de las cuales son consideradas virtudes subordinadas o «partes» de la templanza5.

Abstinencia y Sobriedad

La abstinencia prescribe la moderación en el consumo de alimentos y bebidas5. Su medida varía según la persona y los fines, y se opone a los vicios de la gula y la embriaguez, que dañan la salud corporal5. La sobriedad es una forma de templanza que se relaciona específicamente con el consumo de alcohol, ayudando a mantener el uso de la razón y evitando el daño a uno mismo y a los demás9. El ayuno, como práctica ascética, ayuda a superar el pecado de la gula y fomenta el desapego de las cosas materiales para dedicarse a asuntos espirituales10.

Castidad

La castidad es una parte esencial de la templanza, que regula las satisfacciones sensuales relacionadas con la propagación de la especie humana5,11. Su función es imponer la norma de la razón sobre estos placeres, decidiendo si deben ser evitados por completo en obediencia a una vocación superior (como la virginidad consagrada) o utilizados dentro del matrimonio con referencia a sus propósitos5. La castidad no es fanatismo ni insensibilidad, sino la aplicación de la templanza en un ámbito donde se necesita un poder estabilizador5. La fidelidad a las promesas bautismales y la resistencia a las tentaciones se logran mediante el autoconocimiento, la ascesis, la obediencia a los mandamientos divinos, el ejercicio de las virtudes morales y la fidelidad a la oración12.

Modestia

La modestia, como parte de la templanza, tiene la tarea de mantener a raya las pasiones humanas menos violentas5. Incorpora la humildad para ordenar el interior del hombre, protegiéndolo de la malicia radical del orgullo mediante la verdad y el autoconocimiento5. En el ámbito exterior, la modestia busca que la conducta y el estilo de vida se ajusten a las exigencias de la decencia y el decoro, influyendo en la vestimenta, el modo de hablar y el porte habitual5.

Otras Virtudes Relacionadas

Santo Tomás de Aquino enumera otras virtudes subordinadas a la templanza que implican moderación en la gestión de alguna pasión5. Entre ellas se encuentran la clemencia y la mansedumbre, que moderan la pasión de la ira; la humildad, que vence el orgullo; y la estudiosidad, que modera el deseo humano de conocimiento, dirigiéndolo hacia Dios en Cristo13.

Práctica y Espiritualidad

La práctica de la templanza implica un constante esfuerzo de autodominio y discernimiento. No se trata de una negación total de los placeres, sino de su uso equilibrado y ordenado según la razón y la fe4. La persona templada sabe saborear los placeres de la vida en dosis medidas, eligiendo la moderación sobre el exceso4. Esto permite una apreciación más profunda de las cosas buenas que Dios ha concedido, evitando la saciedad y el aburrimiento que resultan de la búsqueda voraz de todo4.

La ascesis, o el ejercicio de la autodisciplina, es fundamental para cultivar la templanza12. Esto incluye la oración, la recepción de los sacramentos y el conocimiento de uno mismo14. La gracia de Dios es un medio indispensable para vivir la castidad y, por extensión, la templanza, ya que permite que la voluntad domine las pasiones guiadas por la razón14.

Beneficios Espirituales

La templanza contribuye a la salud espiritual y al crecimiento en la santidad. Al ordenar los deseos y pasiones, libera al individuo de la esclavitud de los instintos, permitiéndole vivir con mayor libertad y dignidad3. Un cuerpo y unos sentidos templados encuentran su lugar adecuado en la condición humana, y la persona se convierte en dueña de sí misma, no permitiendo que las pasiones prevalezcan sobre la razón, la voluntad y el corazón3,8.

La práctica de la templanza, especialmente la castidad, nos congrega y nos devuelve a la unidad de la que fuimos fragmentados en multiplicidad12. Además, la templanza hace que el cuerpo sea honorable y espiritualmente hermoso, reconociéndolo como templo del Espíritu Santo9. A través de la gracia del Espíritu Santo, la persona templada participa en el «culto perfecto del verdadero templo, que es Cristo mismo»9.

Historia y Desarrollo

La enseñanza sobre la templanza ha evolucionado desde sus raíces filosóficas griegas hasta su plena integración en la teología cristiana. Pensadores como Platón y Aristóteles sentaron las bases para comprender la moderación y el autocontrol como elementos clave para la felicidad y la vida virtuosa6. La Iglesia Católica, a través de Padres de la Iglesia como San Juan Clímaco (quien afirmó que «la templanza es el denominador común de todas las demás virtudes»)8 y teólogos como Santo Tomás de Aquino, profundizó en esta virtud, articulando su relación con la razón, la voluntad y las demás virtudes morales5,9.

El Catecismo de la Iglesia Católica y las enseñanzas de los Papas contemporáneos, como San Juan Pablo II y Francisco, continúan actualizando y aplicando la relevancia de la templanza a los desafíos de la vida moderna, enfatizando su papel en la búsqueda de una vida equilibrada y auténticamente humana en Cristo4,3.

Conclusión

La templanza es mucho más que la simple abstención de excesos; es una virtud cristiana que forja el carácter y permite al ser humano vivir en armonía consigo mismo, con los demás y con Dios4,3. Al moderar la atracción de los placeres y equilibrar el uso de los bienes creados, la templanza católica nos guía hacia la moderación y el autodominio, pilares indispensables para una vida plena y virtuosa1,2. Su práctica, que abarca la templanza y castidad, así como la sobriedad y la modestia, es un camino hacia la santidad y la verdadera libertad interior5.

Citas

  1. CCC, 1809 2 3 4 5 6 7 8 9 10

  2. Promulgated by Pope Benedict XVI, Compendium of the Catechism of the Catholic Church, 383 2

  3. Pope John Paul II, General Audience of 22 November 1978 2 3 4 5 6 7 8

  4. Pope Francis, General Audience of 17 April 2024 - Cycle of Catechesis. Vices and Virtues. 15. Temperance, Cycle of Catechesis. Vices and Virtues. 15. Temperance 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12

  5. Catholic Encyclopedia, Temperance 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19

  6. Leo Elders, S.V.D., St. Thomas Aquinas’s Treatise on Temperance and Aristotle, page2 2 3 4

  7. CCC, 1838

  8. Pope John Paul II, To young people gathered in the Vatican Basilica (November 22, 1978) - Speech 2 3 4

  9. Tim Perry, Emery de Gaál, et al., Book Reviews (Nova et Vetera, Vol. 20, No. 2), page29 2 3 4

  10. Synod of the Ukrainian Greek Catholic Church, Catechism of the Ukrainian Catholic Church: Christ – Our Pascha, 760

  11. CCC, 2341

  12. CCC, 2340 2 3

  13. Tim Perry, Emery de Gaál, et al., Book Reviews (Nova et Vetera, Vol. 20, No. 2), page30

  14. Promulgated by Pope Benedict XVI, Compendium of the Catechism of the Catholic Church, 490 2