Valor
El valor, conocido teológicamente como fortaleza, es una virtud cardinal esencial en la vida cristiana, que capacita a las personas para mantener la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien. Permite superar el miedo, incluso el miedo a la muerte, y enfrentar pruebas y persecuciones, disponiendo a uno a sacrificar la propia vida en defensa de una causa justa. Esta virtud no solo se manifiesta en actos heroicos, sino también en la perseverancia diaria frente a los desafíos de la vida, sostenida por la gracia divina y el amor a la verdad y al bien.
Tabla de contenido
La Fortaleza como Virtud Cardinal
La fortaleza es una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la prudencia, la justicia y la templanza1. Estas virtudes morales son fundamentales para una vida recta y se adquieren mediante el esfuerzo humano, aunque en el contexto cristiano son perfeccionadas y elevadas por la gracia divina2. La fortaleza garantiza la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien1,3. Fortalece la determinación para resistir las tentaciones y superar los obstáculos en la vida moral1.
Superación del Miedo y el Peligro
Un aspecto central de la fortaleza es su capacidad para vencer el miedo, incluso el miedo a la muerte1. El ser humano, por naturaleza, teme espontáneamente el peligro, la aflicción y el sufrimiento4. Sin embargo, la fortaleza permite trascender estas debilidades humanas4. Santo Tomás de Aquino, al referirse a la virtud de la fortaleza, señala que se encuentra en aquel que está dispuesto a «aggredi pericula» (afrontar el peligro) y «sustinere mala» (soportar las adversidades) por una causa justa, por la verdad y por la justicia4.
El Papa Juan Pablo II enfatizó que las personas capaces de superar la «barrera del miedo» para dar testimonio de la verdad y la justicia poseen un valor especial. Para alcanzar tal fortaleza, el hombre debe «ir más allá» de sus propios límites y «trascenderse a sí mismo», asumiendo el riesgo de situaciones desconocidas, de ser desaprobado, de sufrir consecuencias desagradables, insultos, degradaciones, pérdidas materiales, e incluso el encarcelamiento o la persecución4.
La Fortaleza en el Contexto Cristiano
Con Cristo, la virtud de la fortaleza adquirió un contorno evangélico y cristiano4. Aunque el Evangelio se dirige a los débiles, pobres, mansos y humildes, a los pacificadores y misericordiosos, también contiene un constante llamado a la fortaleza, repitiendo a menudo: «No temáis» (Mt 14, 27)4. Enseña que, por una causa justa, por la verdad y por la justicia, uno debe ser capaz de «dar la vida» (Jn 15, 13)4.
La fortaleza cristiana no es solo una virtud natural, sino que está profundamente ligada a la fe, la esperanza y la caridad5,6. El don de la fortaleza, infundido por el Espíritu Santo, capacita al creyente para una firmeza de mente que trasciende la capacidad humana natural7. Este don expulsa el miedo a que nuestras acciones morales sean fútiles y nos lleva a la vida eterna, que es el fin de todas las buenas obras y la liberación de todos los peligros7.
El Papa Pío XII, citando a San Ignacio Mártir, exhortó a los fieles a ser «valientes y firmes soldados», utilizando el bautismo como escudo, la fe como casco, la caridad como lanza y la paciencia como armadura8. La Iglesia Católica enseña que el valor es un punto medio entre la cobardía y la imprudencia, y que el acto valiente siempre está relacionado con la moralidad, haciendo lo correcto y bueno en lugar de lo más fácil o conveniente9.
Manifestaciones del Valor en la Vida Cotidiana
Las manifestaciones de la fortaleza son numerosas y a menudo heroicas, aunque muchas veces pasan desapercibidas4.
Ejemplos de Fortaleza Heroica y Civil
El valor no se limita a los campos de batalla. Se encuentra en muchas situaciones de la vida, como:
Salvamento y ayuda en catástrofes: Quien arriesga su vida para salvar a alguien que se está ahogando o quien presta ayuda en calamidades naturales como incendios o inundaciones, demuestra una gran fortaleza4. San Carlos Borromeo, por ejemplo, se distinguió por esta virtud al ejercer su ministerio pastoral durante la plaga en Milán4.
Resistencia a la presión social: Una mujer que, siendo madre de una familia numerosa, se niega a abortar un nuevo hijo, a pesar de las presiones y dificultades que esto conlleva, muestra una fortaleza admirable4. De igual manera, un hombre que rechaza negar sus principios o aprobar algo contrario a su sentido de la honestidad, incluso ante amenazas o atractivos, es un ejemplo de valentía4.
Enfrentar enfermedades y sufrimientos: Las personas valientes no solo se encuentran en los campos de batalla, sino también en las salas de hospital o en un lecho de dolor, soportando adversidades con coraje4. El Padre Pío de Pietrelcina, por ejemplo, soportó sufrimientos espirituales y los dolores de sus estigmas con admirable serenidad, mostrando la virtud de la fortaleza10.
Testimonio de fe: La Iglesia brilla con el testimonio de innumerables hermanos y hermanas que no han dudado en dar sus vidas para permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. Incluso hoy en día, muchos cristianos en diversas partes del mundo continúan celebrando y dando testimonio de su fe con profunda convicción y serenidad, persistiendo incluso cuando saben que esto puede implicar un alto precio11.
El Papa Francisco ha destacado a estas personas como «santos de cada día, santos ocultos entre nosotros», cuya fortaleza les permite cumplir con sus deberes como individuos, padres, madres, hermanos, hermanas y ciudadanos11.
La Fortaleza y el Martirio
El martirio es la manifestación más perfecta y sublime de la fortaleza cristiana5. Los mártires están dispuestos a morir por la verdad más elevada —Dios, tal como se revela en la fe cristiana— y por la justicia divina que viene a través de la fe en Cristo5. El acto de martirio requiere no solo la virtud de la fe, sino también la virtud de la caridad, siendo el acto más perfecto de amor, ya que se entrega lo más preciado, la propia vida, antes que apartarse de la fe y la justicia5,12.
Juan Pablo II enseñó que el martirio es una «afirmación de la inviolabilidad del orden moral» y un «espléndido testimonio de la santidad de la ley de Dios y de la inviolabilidad de la dignidad personal del hombre»12. Aunque el martirio representa la cumbre del testimonio de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, todos los cristianos deben estar preparados para un testimonio constante, incluso a costa de sufrimiento y grandes sacrificios12.
Relación con Otras Virtudes y el Espíritu Santo
La fortaleza está intrínsecamente ligada a otras virtudes teologales y morales.
Amor a la verdad y al bien: Para alcanzar la fortaleza, el hombre debe ser sostenido por un gran amor a la verdad y al bien, a los cuales se dedica4,13.
Capacidad de sacrificio: La virtud de la fortaleza va de la mano con la capacidad de sacrificarse4.
Paciencia y perseverancia: Santo Tomás de Aquino subraya que la esencia de la fortaleza se expresa más en la resistencia y la paciencia que en el ataque14,15. La paciencia es la serenidad de la mente que permite la realización del bien arduo14. La perseverancia, una virtud aliada de la fortaleza, no tolera la negligencia ocasional ni los deslices15.
Esperanza: La fortaleza se nutre de la esperanza, especialmente la gran esperanza de compartir la gloria de Dios, la cual nos permite regocijarnos incluso en los sufrimientos16. El Espíritu Santo es la «primera entrega» o «garantía» de esta esperanza16.
El don de la fortaleza del Espíritu Santo es crucial para el cristiano, ya que permea la vida moral, infundiendo confianza y expulsando el miedo a la futilidad de nuestras acciones morales7. Nos permite enfrentar situaciones imposibles que requieren más que la razón y el esfuerzo humano2.
Conclusión
El valor, o fortaleza, es una virtud indispensable para el cristiano, que capacita para vivir con firmeza en medio de las adversidades y perseverar en el camino del bien1,3. Ya sea en los grandes actos de martirio o en las pequeñas batallas diarias contra el miedo, la injusticia y la tentación, la fortaleza nos llama a trascender nuestras limitaciones y a confiar en la gracia de Dios4,17. Como recordaba el Papa Juan Pablo I al ser elegido, y el Papa Juan Pablo II al hablar de esta virtud, la palabra «¡Coraje!» resuena como un llamado constante para todos los fieles4. Es un llamado a la firmeza ante los hombres y al temor filial ante Dios, que nos hace verdaderamente fuertes18.
Citas
La vocación del hombre: la vida en el Espíritu, Catecismo de la Iglesia Católica, § 1808. ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5
Alyssa Lyra Pitstick, Bernhard Blankenhorn, OP, et al. Reseñas de libros (Nova et Vetera, Vol. 6, No. 4), § 8. ↩ ↩2
La vocación del hombre: la vida en el Espíritu, Catecismo de la Iglesia Católica, § 1837. ↩ ↩2
Papa Juan Pablo II. Audiencia General del 15 de noviembre de 1978 (1978). ↩ ↩2 ↩3 ↩4 ↩5 ↩6 ↩7 ↩8 ↩9 ↩10 ↩11 ↩12 ↩13 ↩14 ↩15 ↩16 ↩17
Bruce D. Marshall. Religión y Elección: Aquino sobre la Ley Natural, el Judaísmo y la Salvación en Cristo, § 22. ↩ ↩2 ↩3 ↩4
Papa Juan Pablo II. A los peregrinos italianos de la Diócesis de Vittorio Veneto (20 de septiembre de 1986) - Discurso, § 3 (1986). ↩
Steven A. Long. Los Dones del Espíritu Santo y su Indispensabilidad para la Vida Moral Cristiana: La Gracia como Motus, § 14. ↩ ↩2 ↩3
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Capítulo 3: El significado del deporte para la persona humana - 3.7 la fortaleza, Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Dar lo mejor de uno mismo. Un documento sobre la perspectiva cristiana del deporte y la persona humana (1 de junio de 2018), § 3.7 (2018). ↩
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Audiencia General del 14 de mayo de 2014, Papa Francisco. Audiencia General del 14 de mayo de 2014, § 2 (2014). ↩ ↩2
Mariusz Biliniewicz. Veritatis Splendor y la Llamada Universal a la Santidad, § 10. ↩ ↩2 ↩3
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Reinhard Hütter. «En esperanza creyó contra toda esperanza» (Rom 4,18) Fe y Esperanza, Dos Motivos Paulinos Interpretados por Aquino: Una Relectura de la Carta Encíclica Spe Salvi del Papa Benedicto XVI, § 24. ↩ ↩2
Papa Juan Pablo II. A los jóvenes reunidos en la Basílica Vaticana (15 de noviembre de 1978) - Discurso (1978). ↩
Papa Juan Pablo II. Consistorio Público (30 de junio de 1979) - Discurso, § 3 (1979). ↩